[Op-Ed] Ya no importa
Hace poco, en una reunión de equipo, el jefe de recursos humanos compartió una estadística sobre la rotación laboral de la empresa que me hizo reflexionar.
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Hace poco, en una reunión de equipo, el jefe de recursos humanos compartió una estadística sobre la rotación laboral de la empresa que me hizo reflexionar. La mayoría de las renuncias no venían de personas insatisfechas con sus salarios, sino de profesionales que buscaban algo que el dinero no puede comprar, algo tan simple pero tan valioso como el tiempo.
En mis veintiséis años, he visto cómo la definición de éxito profesional está experimentando una transformación silenciosa pero profunda. Para las generaciones anteriores, el avance profesional era una línea recta hacia arriba, donde cada promoción significaba victoria y cada oficina privada representaba un trofeo. Pero mientras navego un mundo que se siente cada vez más complejo, me encuentro, junto con muchos de mis contemporáneos, reescribiendo silenciosamente esa definición.
Crédito: Ron Lach
Una de mis colegas más cercanas rechazó recientemente un puesto gerencial en una prestigiosa firma consultora. La oferta venía con una oficina con vista, un aumento considerable y el tipo de título que haría brillar cualquier perfil profesional. En cambio, eligió mantener su posición actual, la cual le permite salir del trabajo a las cinco, asistir a sus clases de boxeo y pasar los fines de semana en excursiones con su pareja. Cuando me contó su decisión, estaba no solo muy segura y contenta, sino que además, no parecía tener ningún conflicto interno.
No se trata de falta de impulso o ambición. No nos negamos a subir la escalera corporativa, simplemente nos cuestionamos si esa escalera está apoyada contra la pared correcta. Nuestra generación ha sido testigo de cómo el éxito tradicional puede venir acompañado de un costo oculto, manifestándose en agotamiento crónico, relaciones fracturadas y una constante sensación de vacío. Heredamos una sólida ética de trabajo, pero la combinamos con una sabiduría diferente, entendiendo que el logro profesional pierde valor cuando nos cuesta la paz mental.
El ambiente laboral moderno sigue operando bajo supuestos obsoletos, asumiendo que todos quieren ser directores ejecutivos, mientras las horas extra se celebran como medallas de honor, y el sacrificio personal se confunde con dedicación profesional. Sin embargo, hemos vivido suficientes crisis globales para aprender otra verdad. Hemos visto cómo industrias "estables" pueden desmoronarse, mientras trabajadores "esenciales" son despedidos por videollamada, y los problemas de salud mental descarrilan hasta las carreras más prometedoras.
Crédito: Pedro Figueras
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Por eso estamos trazando un rumbo diferente. Buscamos roles que alimenten nuestro crecimiento sin agotar nuestro espíritu, mientras valoramos empresas que respeten nuestros límites tanto como nuestras contribuciones. Y sí, todavía queremos tener éxito, pero ahora nuestro concepto de éxito abarca tener tiempo para sesiones de terapia, proyectos personales y esas tardes corrientes en las que simplemente podemos respirar.
No es rebeldía, sino evolución. No estamos rechazando la ambición, la estamos redefiniendo para que incluya la realización personal junto al logro profesional. Buscamos algo más ambicioso, algo que integre el equilibrio, el significado y una vida que florezca más allá de nuestra bandeja de entrada.
Crédito: Leah Newhouse
La ironía reside en que las empresas que entienden este cambio suelen terminar con empleados más comprometidos, creativos y leales, pues cuando el trabajo se convierte en una parte de la vida en lugar de su totalidad, llevamos nuestro ser completo a la oficina, no solo las partes fraccionadas y agotadas.
Estamos construyendo algo diferente, una carrera que complementa nuestra vida en lugar de consumirla. Y así, esta nueva visión se convierte en la meta más ambiciosa de todas.
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