[OP-ED] William Penn no se equivocó
En el año 1682 de nuestro Señor, un joven de tan solo 38 años llegó al puerto del río Delaware, hoy conocido como Penn’s Landing.
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En el año 1682 de nuestro Señor, un joven de tan solo 38 años llegó al puerto del río Delaware, hoy conocido como Penn’s Landing. Tenía un mandato del rey de Inglaterra, Carlos II, para establecer una nueva colonia británica en las Américas: Pensilvania (como se le conocería más tarde). El ambicioso nuevo inmigrante eligió utilizar el apellido de su padre: The land of Mr. Penn o Pensilvania.
Esta extensión de tierra nueva, bastante sencilla y cuadriculada, tomó el río Delaware como frontera oriental y el río Ohio, cerca de la actual Pittsburgh, como marcador de su frontera occidental —fronteras naturales de la pequeña nación donde iban a desarrollarse grandes episodios de la historia de Estados Unidos.
En Gettysburg, por ejemplo, 53.000 hombres se mataron unos a otros durante solo tres días, consagrando el campo de batalla que el presidente Abraham Lincoln bendijo con su oración laica en este camposanto. De hecho, donde el enfrentamiento más sangriento de nuestra guerra civil, hace más de 160 años, tuvo lugar en el centro de Pensilvania, comenzando el soleado 1.º de julio de 1863.
En 1682, 171 años antes, el joven enviado por el rey de Inglaterra, William Penn Jr., piso tierra y la consideró suficientemente buena. De inmediato, imaginó en su mente ilustrada, mientras observaba los pantanos y los campos abiertos junto al río Delaware, el eje de una nueva ciudad, a la que decidió llamar la ‘Ciudad del Amor Fraternal’, tomando prestados de la antigua lengua griega dos elementos clave: phileo (‘amor’) y adelphos (‘hermano’).
Esa es la ciudad en la que los hermanos se abrazan y son lo bastante fuertes como para quererse, sin importar sus diferencias en la práctica de su fe religiosa. Aunque ello creó la tolerancia hacia la afiliación política, el color de la piel ha demostrado ser intratable de resolver y zanjar.
Esta fue la génesis de nuestra ciudad, en la que William Penn, un hombre que profesaba la religión cuáquera, veía cada uno de sus pasos políticos como inspirados por el Cielo u ordenados por Dios.
Así, llamó a Filadelfia ‘La Ciudad del Amor Fraternal’, pero además llegó a decir que su ciudad, que solo existía en su imaginación, era también un “experimento santo”, en el que Dios se regocijaría al ver a sus criaturas construyendo juntas no solo casas, sino hogares, lugares cálidos donde los niños, ya nacidos en América, crecerían —no en los barrios oprimidos de las ciudades europeas donde sus familias vivieron en la más absoluta pobreza y con una falta total de educación. Aquí en América, por el contrario, podían aspirar a la nobleza siempre que pudieran demostrar su valía mediante el esfuerzo individual.
La conclusión es que aquellos padres inmigrantes que se atrevieron a cruzar el océano Atlántico lo hicieron por las mismas razones que los latinos que viven en el Caribe: la promesa de una vida mejor para sus hijos y nietos, ahora ciudadanos estadounidenses desde su nacimiento y con capacidad para reconstruir de nuevo América, nuestro hogar común.
La tradición pervive hasta nuestros días, con oleada tras oleada de flujos ininterrumpidos de inmigración de todo el mundo, tan constantes a lo largo de nuestra historia como las suaves aguas que acarician las playas cercanas a la desembocadura del río Delaware, donde las dulces aguas de nuestro principal río de Filadelfia llegan finalmente al salado océano Atlántico, cerca de la ciudad de Wilmington, a menos de 32 millas del sur de Filadelfia.
Delaware, el estado vecino del sur, fue llamado más tarde el ‘Primer Estado’ porque fue el primero en ratificar, en 1787, la Constitución de EE.UU., redactada en Filadelfia.
Pensilvania, por el contrario, tuvo el mayor honor de ser llamado ‘El Estado de la Piedra Angular’, pues en ella se imaginó una nación y se redactaron los documentos que la materializaron en la imaginación de la gente.
La Declaración de Independencia fue firmada por un grupo de hombres valientes y hecha pública el 4 de julio de 1776, declarando la guerra al mayor ejército del mundo en aquel momento: el infame Imperio británico de los Casacas Rojas. La Constitución de los Estados Unidos fue aprobada por 13 estados iniciales el 17 de septiembre de 1787, y esa piedra angular de nuestra democracia y flamante república, la Primera Enmienda de la Constitución, fue la que legitimó el simple derecho de los individuos a la libre expresión y práctica de la fe religiosa, sin interferencia del Gobierno, como solo Guillermo podría haberlo soñado. Eso ocurrió cuatro años después, el 15 de diciembre de 1791.
El modelo fue adoptado aquí y, luego, replicado en toda la civilización occidental, incluidas las potencias monárquicas de Europa, como fundamento de las repúblicas nacidas en toda América —comenzando por las establecidas en el sur del hemisferio americano, siguiendo el ejemplo de la Revolución americana, encendida en Market y 5th Street, en el Centro de Filadelfia.
La Gran Colombia, en 1819, reconocida por el presidente James Monroe, y México, en 1825. Las 15 restantes, desde Guatemala hasta Argentina, se independizaron del Imperio español y, finalmente, Estados Unidos, la república hermana más antigua del Norte, acabó por reconocerlas, otorgando plena legitimidad a su existencia como repúblicas nuevas e independientes. Cuba fue la última, en 1899.
Mientras recordamos esta maravillosa historia de cara a la elección del próximo 16 de mayo del 2023, para el líder número 100 del “santo experimento” de Pensilvania, el 4.º alcalde de la ciudad en la Filadelfia del siglo XXI, debemos reflexionar sobre lo que nos hizo empezar hace 341 años.
Mientras recordamos esta maravillosa historia, de cara a las elecciones que tendrán lugar el próximo 16 de mayo para elegir al líder número 100 del “santo experimento” de Pensilvania, el cuarto alcalde de la ciudad en la Filadelfia del siglo XXI, debemos reflexionar sobre lo que nos hizo empezar hace 341 años.
El ‘santo experimento’ de William Penn fue un ‘enfoque pluralista que atrajo a una diversa gama de personas de muchas creencias’, que aprendieron a respetarse mutuamente y a coexistir de manera civilizada, como leemos hoy en una entrada de la enciclopedia.
Aunque este centro urbano, sostenido quizá por la buena semilla plantada por nuestro fundador, se ha convertido tres siglos después en uno de los más diversos de Estados Unidos, la triste realidad que nadie puede negar es que sigue siendo uno de los más segregados y pobres entre las grandes ciudades estadounidenses.
En cuanto a Pensilvania, la colonia fundada por William Penn, fue llamada el ‘Estado de la Piedra Angular’ porque los fundadores imaginaron “la piedra central, en forma de cuña, de un arco, que mantiene todas las demás piedras en su sitio”. Toda una responsabilidad para quien obtenga el favor de los votantes el próximo martes, 16 de mayo.
Buena suerte, señor alcalde o, por primera vez en nuestra historia, señora alcaldesa, heredera de esa gran carga de nuestra rica historia, aunque de una responsabilidad fascinante para hacer grandes cosas por sus necesitados 1,6 millones de residentes diversos.
Tan diversos como éramos en 1776, aunque entonces mejor educados y, por lo tanto, capaces de contribuir a la asombrosa transformación en la historia de la humanidad que supuso la Revolución americana.
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