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Hace una década, la novedad médica era la creciente utilización de “promotoras”--voluntarias hispanoparlantes de la comunidad latina, que trabajaban con organizaciones médicas a fin de coordinar las actividades de extensión sanitaria en sus barrios--como una innovadora táctica para producir mejores resultados en poblaciones predominantemente mexicanas aquejadas de obesidad, diabetes, y otras enfermedades.
Hace una década, la novedad médica era la creciente utilización de “promotoras”--voluntarias hispanoparlantes de la comunidad latina, que trabajaban con organizaciones médicas a fin de coordinar las actividades de extensión sanitaria en sus barrios--como…

[OP-ED]: Un programa de extensión sanitaria latino nos recuerda que las denominaciones importan

Si la cultura puede utilizarse como una moneda para comprender y servir a una comunidad, también puede ser una trampa, si se pinta esa cultura con una brocha demasiad

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Si la cultura puede utilizarse como una moneda para comprender y servir a una comunidad, también puede ser una trampa, si se pinta esa cultura con una brocha demasiado gorda. Pensamos que “conocemos” a la así llamada comunidad hispana--generalizando ciertos rasgos como la lengua, el amor a la familia y la deferencia a ciertas figuras de autoridad, etc.--y nunca nos detenemos a preguntarnos si nuestras evaluaciones iniciales aún son verdaderas.

Por ejemplo, hace una década, la novedad médica era la creciente utilización de “promotoras”--voluntarias hispanoparlantes de la comunidad latina, que trabajaban con organizaciones médicas a fin de coordinar las actividades de extensión sanitaria en sus barrios--como una innovadora táctica para producir mejores resultados en poblaciones predominantemente mexicanas aquejadas de obesidad, diabetes, y otras enfermedades.

La idea, que fue inspirada por organizaciones en toda Latinoamérica que habían usado miembros capacitados de la comunidad para concientizar a poblaciones remotas sobre temas de salud, se popularizó en México en la década de 1970. De allí, cruzó la frontera, y en los años 90 los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades comenzaron a usar ese modelo para llegar a la creciente población inmigrante hispana en Estados Unidos.

Los programas de promotoras fueron particularmente eficaces con hispanohablantes y específicamente con mujeres jefas de familia--al menos, siempre se supuso eso.

Tenía sentido: Los hispanos hablan español, las mujeres confían en las opiniones de otras mujeres sobre el cuidado de la familia, por lo tanto, las familias latinas pueden beneficiarse del uso de las promotoras.

Pero como siempre ocurre cuando se realizan suposiciones generales sobre poblaciones grandes y diversas, las cosas no son tan claras.

Investigadores en la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign, hallaron que las mujeres nacidas en México que viven en tres comunidades metropolitanas de Illinois con grandes poblaciones latinas, tenían un prejuicio contra las promotoras porque, para muchas de ellas, esa palabra suena más como “vendedoras no-deseadas” o “promotoras” de empresas con fines de lucro, en lugar de voluntarias legítimas de enlace con organizaciones de salud.

Resulta que las voluntarias sanitarias en el campo estaban perdiendo su precioso tiempo explicando lo que hace una promotora y asegurando a la gente que no procuraban vender nada.

Se considera que el estudio de la Universidad de Illinois, publicado recientemente en Health Promotion Practice, es el primero que explora la diferente interpretación semántica, perceptual y cultural del término por parte de las latinas.

Conozco íntimamente ese tipo de trabajo de extensión en salud dirigido a mujeres hispanohablantes y puedo admitir que ese malentendido nunca se me habría ocurrido.

“Nuestras conclusiones fueron inesperadas, dada la frecuencia con que las promotoras se utilizan en los estudios de salud latinos,” dijo Angela R. Wiley, co-autora y profesora de estudios de familia aplicados, en un blog de University of Illinois News Bureau. “Sobre la base de las respuestas que obtuvimos en los grupos de foco, ahora sabemos que la implementación exitosa de [los proyectos de promotoras] requerirá que trabajemos con esas comunidades para ampliar la percepción del término o que utilicemos terminología que, según nos dicen, denota más adecuadamente el papel de una voluntaria que trabaja en la sanidad de la comunidad.”

La revelación de esos detalles de información indican el valor de los programas de investigación que se asocian a las comunidades de riesgo en lugar de simplemente implementar estrategias en ellas. Y lleva la necesaria atención a la importancia de estar siempre abierto a aprender más sobre las diversas comunidades que supuestamente son “bien conocidas” lingüística y culturalmente.

Andiara Schwingel, co-autora del estudio y profesora de salud comunitaria, dijo en una entrevista por email que como los programas de promoción de la salud de la universidad se proponen trabajar con las comunidades a las que sirven, en lugar de adoptar el enfoque de “nosotros ya lo sabemos”, los investigadores pudieron escuchar y aprender.

“Cuando comenzamos a reclutar latinas para realizar la investigación, nos dimos cuenta de que no comprendían de qué hablábamos--especialmente cuando hablábamos de promotoras--no de la misma manera en que nosotros lo entendemos,” dijo Schwingel. “Dimos un paso atrás y decidimos conducir grupos focales para comprender la manera en que perciben la promoción de la salud para los latinos, los términos con los que se relacionan.”

Es un detalle relativamente pequeño, la redacción de un eslogan o el título de un programa, pero el impacto puede ser importante. La revelación de las promotoras nos recuerda enérgicamente que la “competencia cultural” es dinámica, la comprensión de una situación que puede evolucionar y requerir nuevas perspectivas.

Y, por supuesto, otro ejemplo más de la necesidad de considerar nuestras poblaciones minoritarias como grupos de individuos con necesidades y circunstancias variadas, en lugar de categorías grandes y homogéneas.

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