[Op-Ed] ¿Te conozco?
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A veces miramos a los ojos de alguien que amamos y creemos ver hasta el fondo de su alma. Nos convencemos de que conocemos cada rincón de su ser, cada matiz de su personalidad, cada sombra y cada luz. Pero la realidad nos golpea con una verdad devastadora cuando esa mirada que creíamos transparente resulta ser un espejo que solo nos devolvía el reflejo de nuestras propias esperanzas.
En Francia, Gisèle Pelicot vivió esta terrible revelación durante diez años sin saberlo. Cada noche, mientras su esposo le preparaba la cena con aparente amor y le servía helado con una sonrisa, ella agradecía al cielo por tener a su lado a un hombre tan atento y cariñoso. Esa gratitud, esas palabras de amor susurradas en la intimidad del hogar, se transformaron en puñales cuando la verdad salió a la luz. Aquel hombre que decía amarla la sedaba sistemáticamente para permitir que extraños la violaran, convirtiendo su dormitorio en escenario de una pesadilla inimaginable.
Crédito: The New York Times
La historia de Gisèle nos paraliza porque nos enfrenta con nuestros miedos más profundos. No son las sombras en callejones oscuros las que más debemos temer, sino la oscuridad que puede habitar en el corazón de quienes dicen amarnos. Las mujeres vivimos con esta realidad cada día, caminando por el mundo con una consciencia aguda de nuestra vulnerabilidad, pero nada nos prepara para descubrir que el monstruo duerme a nuestro lado.
El ser humano tiene una capacidad aterradora para compartimentar su maldad. Durante años, este hombre mantuvo una doble vida perfecta, transitando entre el papel de esposo devoto y el de armador de repetidas violaciones contra la mujer que había jurado proteger. Y mientras ella sufría problemas de salud inexplicables, él fingía preocupación, la consolaba, la "cuidaba". La perversidad de este engaño alcanza niveles que la mente se resiste a procesar.
Las señales estaban ahí, nos dice ahora Gisèle. Los malestares inexplicables, las mañanas de confusión, las sensaciones extrañas que su mente intentaba racionalizar. Pero ¿cómo sospechar del hombre que te arropa cuando tienes frío, que te cuida cuando estás enferma, que te mira con aparente adoración? La traición más profunda no viene envuelta en amenazas, sino en gestos de amor.
Cuando casos así salen a la luz, la sociedad reacciona con horror, pero también con una especie de fascinación morbosa. Nos preguntamos cómo es posible que alguien pueda mantener esta dualidad, cómo puede existir tanta maldad bajo una máscara de normalidad. Pero quizás la pregunta más perturbadora es cuántos más como él caminan entre nosotros, llevando vidas aparentemente normales mientras alimentan impulsos que desafían nuestra comprensión de la humanidad.
Las manifestaciones que han surgido en apoyo a Gisèle demuestran que su dolor ha tocado una fibra sensible en la sociedad. Su decisión de hacer público su caso, de mostrar su rostro y contar su historia, transforma su tragedia personal en un grito de advertencia para todas. No es solo su historia; es un recordatorio brutal de que la maldad no siempre tiene un rostro reconocible, que el peligro puede acechar en los espacios que creemos más seguros.
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Crédito: ABC Color
Y si la traición del esposo nos horroriza, ¿qué podemos decir de aquellos hombres que respondieron a su llamado? Hombres que voluntariamente accedieron a participar en este acto de barbarie, que entraron en el dormitorio de una mujer inconsciente para violarla. Hombres que ahora, en el colmo del cinismo, se atreven a argumentar que "no sabían" que ella estaba inconsciente, como si eso pudiera absolverlos de su monstruosidad. La depravación humana alcanza nuevas profundidades cuando estos individuos, enfrentados a sus acciones, intentan escudarse en la ignorancia en lugar de enfrentar la magnitud de su perversión.
¿Qué tipo de sociedad hemos construido donde existen hombres capaces de responder a un anuncio para violar a una mujer inconsciente? ¿Qué oscuridad habita en sus almas para que puedan justificar tales actos? Cada uno de ellos tomó la decisión consciente de participar en esta atrocidad. Cada uno eligió convertirse en perpetrador. No fueron arrastrados por las circunstancias ni actuaron en un momento de debilidad; respondieron a una invitación para cometer un acto de violencia suprema contra una mujer indefensa.
Las mujeres llevamos generaciones transmitiéndonos estrategias de supervivencia, enseñándonos unas a otras a estar alertas, a cuidarnos, a desconfiar. Pero ¿Cómo protegernos cuando el depredador se disfraza de protector? ¿Cómo mantener la capacidad de amar y confiar cuando descubrimos que el corazón humano puede albergar tanta podredumbre? ¿Cómo vivir en paz en un mundo donde existen hombres capaces de cometer actos tan crueles con tanta facilidad?
Gisèle nos recuerda que la lucha contra la violencia hacia las mujeres no es solo contra agresores individuales, sino contra una cultura que permite que los monstruos se camuflen entre nosotros, que les proporciona máscaras de normalidad tras las cuales esconder su verdadera naturaleza. Una cultura donde algunos hombres ven el cuerpo femenino como un objeto a su disposición, donde la violación puede ser respondida con excusas banales, donde la violencia sexual puede ser organizada con la frialdad de una transacción comercial. Como ella misma dijo, "La vergüenza ya cambió de bando, ¿y la justicia?"
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