[OP-ED]: ¡Se acerca el fin!
Sí, así es. Y justo a tiempo.
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Sí, así es. Y justo a tiempo.
No, no el fin del mundo, por supuesto, sino del fétido pantano que este año ha hecho las veces de campaña presidencial. La esperanza es que después del 8 de noviembre, con la elección de Hillary Clinton, no tengamos que soportar más a Donald Trump y su maratón de insultos y mentiras, sus discursos cargados de odio a inmigrantes, latinos, negros y musulmanes, ni la marejada de revelaciones por las mujeres que han sido víctimas de su comportamiento brutal y predatorio.
Sin embargo, para estar seguros de que este sea el resultado, nadie puede quedarse en casa el día de las elecciones, todos –repito, todos—tenemos que votar contra el peligroso y detestable nominado republicano.
El absurdo ha llegado a tal extremo que tanto Trump como Clinton han comenzado a hablar como si lo que estuviera a punto de acabarse no fuera la campaña, sino el mundo mismo. En extraños mensajes de tono casi medieval, ambos se han proclamado como la única esperanza de la humanidad.
“Como he dicho a mucha gente”, Clinton le declaró a Mark Leibovich, del New York Times, “yo soy la última barrera entre ustedes y el apocalipsis”.
Bueno, no, Hillary, tampoco así. Por otro lado, no cabe duda de que sería un desastre de marca mayor si el candidato republicano –racista, misógino, ignorante y mentiroso— lograra de alguna manera llegar a la Casa Blanca.
Por su parte, Trump, merolico de larga trayectoria, se adentró aún más en la Edad Media. Un par de meses atrás, en un intento fallido de convencer a los votantes de que nadie puede “salvar” la nación excepto él, un Trump mesiánico afirmó sobre su rival: “Ella es el diablo”.
Ahora que el olor de la derrota se está volviendo insoportable, Trump no culpa su falta de decencia y su comportamiento engañoso por la debacle de su campaña. Consistente con su gigantesco ego, este payaso siniestro “explica” con una jerigonza incomprensible que su fracaso se debe a una conspiración global en su contra por parte de la élite internacional que “planea la destrucción de la soberanía de EE.UU. para enriquecer a estos poderes financieros globales, los amigos de intereses especiales [de Clinton] y sus donantes”.
Según él, la razón para esta conspiración es que le temen al gran patriota Donald Trump que “representa una verdadera amenaza existencial” al establishment y a la “élite internacional”.
Vamos Donald, puede ser que Clinton no sea una santa –en mi caso, no es santa de mi devoción—pero comparada con tu comportamiento sucio y el hábito repugnante de toquetear a la fuerza a las mujeres, del cual presumiste orgulloso en la ya famosa grabación del año 2005, la ex primera dama está lista para ser canonizada.
No obstante, hay que admirar el descaro de alguien que, rodeado de hipócritas y demagogos como el “conservador cristiano” Mike Pence y el perro rabioso Rudy Giuliani, y habiendo hecho del odio el centro de su campaña, y de mentir y cambiar de posición según como sople el viento su modus operandi, todavía se atreva a proclamar con toda seriedad que nadie más puede “hacer a América grande otra vez”.
Para los latinos –y para todas las personas cuerdas en EE.UU.—la elección no puede ser más clara. Pero como Hillary le dijera hace unos días a Ellen DeGeneres, “No quiero que nadie piense que esta elección ya se terminó, porque ha sido tan impredecible hasta ahora que no doy nada por hecho”.
No, no se puede dar la elección por hecho. El payaso siniestro acecha en el horizonte, y hacen falta todos los votos para enviarlo con el rabo entre las piernas de vuelta a Mar-a-Lago, o a donde diablos haya salido.
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