[OP-ED]: Retirar la estatua de Rizzo, un momento decisivo para Filadelfia
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Templin, residente en Nueva Jersey, es blanco.
Templin figura entre el numeroso grupo de personas de razas y credos diferentes que se oponen a que la estatua de Rizzo permanezca erguida en un espacio público de la ciudad, teniendo en cuenta el pasado racista de el exjefe de la policía (1068-1971) y alcalde (1972-1980) de la ciudad.
La semana pasada, Templin entró en un juzgado de Filadelfia para hacer frente a cargos por conducta inapropiada y travesura criminal por lanzar cuatro huevos contra la estatua de Rizzo. En el momento de enfrentarse al juez, este joven de 26 años contaba con una defensa formada por un grupo de abogados negros que le ofrecieron representación legal voluntariamente.
Templin salió del juzgado con una orden del juez de completar cuatro horas de trabajo comunitario -que, una vez completadas con éxito, le permitirán borrar el arresto de su expediente policial.
La fea realidad incrustada en el acertijo racial de Estados Unidos es que entre los racistas homenajeados con estatuas en lugares públicos financiadas por los contribuyentes no hay solo generales confederados -esas personas que participaron en la rebelión traidora del siglo XIX contra el gobierno de Estados Unidos en gran parte para preservar la esclavitud de los negros. También hay racistas como Rizzo, un policía de Filadelfia que demostró estar a la altura del racismo de los confederados 78 años después de que terminase la sangrienta guerra civil de 1865.
Es cierto que Rizzo hizo grandes cosas, como designar al primer hombre negro como jefe del departamento de Homicidios de la Policía.
Pero su firme defensa a la hora de aplicar la “Ley y Orden” en el cuerpo de policía tuvo un impacto racial desproporcionado.
El demandante clave en la demanda federal interpelada a fines de la década de 1960 contra la brutalidad en el Departamento de Policía de Filadelfia fue un puertorriqueño, cofundador de la rama de los Young Lords en esta ciudad.
Durante el mandato de Rizzo en la alcaldía, en la década de 1970, los puertorriqueños, como los negros, sufrieron la peor parte de la brutalidad policial reinante en el momento: fue una época en la que los abusos de la policía, particularmente los disparos mortales, fueron tan escandalosos que en 1979, en una decisión sin precedentes, el gobierno federal acabó demandando por primera vez a un alcalde (Rizzo) por instigar y promover la brutalidad policial.
Muchos de los que apoyan a Rizzo y/o apoyan mantener su estatua donde está hoy mismo -frente a un edificio de oficinas de la ciudad, al otro lado del alcaldía- restan importancia a la brutalidad policial apoyada por Rizzo, alegando que simplemente fue un producto de los tiempos que no refleja el racismo sistémico. Esta postura descarta intencionadamente el hecho de que las prácticas racistas de Rizzo se extendieron más allá de respaldar los abusos de la policía, hasta llegar a inyectar de prejuicios muchas políticas/prácticas, desde la educación pública hasta la salud pública.
Rizzo, por ejemplo, respaldó firmemente a los blancos de una comunidad del sur de Filadelfia que se oponían a la construcción de viviendas porque no querían negros en su vecindario. El apoyo de Rizzo a semejante intolerancia le costó a la alcaldía más de un millón de dólares en costos legales.
Además, Rizzo usó más de 13 millones de dólares de los fondos federales destinados a mejoras para la vivienda a la causa de esos fanáticos, privando de fondos similares a las comunidades negras y latinas. Esa denegación discriminatoria definió su racismo.
La estatua de Frank Rizzo no merece estar expuesta en un espacio público de la ciudad.
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