[OP-ED]: ¿Qué pasa cuando se les paga 100.000 dólares a adolescentes para que no vayan a la universidad?
En 2001, el multimillonario Peter Thiel hizo noticia cuando anunció que pagaría 100.000 dólares a 20 adolescentes, si abandonaban sus estudios universitarios o los re
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En 2001, el multimillonario Peter Thiel hizo noticia cuando anunció que pagaría 100.000 dólares a 20 adolescentes, si abandonaban sus estudios universitarios o los retrasaban para iniciar empresas de biotecnología, finanzas, energía y educación.
Thiel, co-fundador de PayPal, capitalista de riesgo e inversor temprano de Facebook, quería recalcar su creencia de que la universidad cuesta demasiado, no es intelectualmente rigurosa como lo era antes y deja a los graduados con la carga de préstamos universitarios que les impiden asumir los riesgos necesarios para activar la economía.
Años después, la reportera del Wall Street Journal, Alexandra Wolfe, nos cuenta cómo resultó la experiencia de la primera clase de “Fellows de Thiel”, en un libro deliciosamente detallado titulado: “Valley of the Gods: A Silicon Valley Story”.
El libro es muy divertido cuando Wolfe ahonda en los excesos de una sub-sociedad de ultra-nerds, llenos de efectivo, que se dedican a configuraciones familiares poli-amorosas, obsesiones de búsquedas científicas de la juventud eterna y regímenes nutritivos extraños, para encajar con los demás. “Uno tenía que ser extraño de alguna manera especialmente difícil, que al mismo tiempo lo hiciera más productivo.”
Pero su libro se centra en la historia de uno de los fellows, John Burnham, un niño precoz que prefería leer Aristóteles y Platón en lugar de escuchar lo que sus maestros de escuela tuvieran que decir. Su gran sueño era extraer minerales de asteroides y, después de venderle la idea a Thiel, obtuvo su beca y se mudó a California para comenzar a monetizar su idea.
Para el otoño de 2012, Burnham estaba un poco aburrido, un poco desalentado, extrañaba un poco su casa e, irónicamente, leía las novelas que le habría asignado un profesor universitario de literatura y trataba de entrar en un aula de la Universisdad de Stanford para escuchar hablar a Thiel sobre el tema de “cómo construir el futuro”.
A los 21 años, en 2014, Burnham estaba sumido en la fase de desilusión de su gran experimento.
“Mientras luchaba por lanzar Urbit, una plataforma de servidor personal,” escribe Wolfe, “a menudo se sentía frustrado con lo poco que la jerarquía del valle valorizaba a la gente real que fabricaba los productos o los utilizaba. Quizás por la naturaleza intrincada de su empresa, que ni él ni su co-fundador, Curtis Yarvin, podían parecer explicar en inglés, Burnham se sentía más y más desconectado. Sentía que su razón para estar allí era construir una empresa que obtuviera una evaluación míticamente alta, pero no pensaba que eso provendría de algo como su propio mérito o temperamento. ¿Y qué pensaba Silicon Valley que era el temperamento, de todas formas? ¿Estaban ellos si quiera conscientes de él?”
No estoy revelando demasiado cuando les digo que Burnham finalmente se fue de Silicon Valley para ingresar a la universidad, procurando estudiar en un esfuerzo por encontrar sentido y espiritualidad en la vida.
Podría decirse al respecto que, lejos de fracasar en “iniciar una empresa”, Burnham aprendió el tipo de verdad que lo llevó a buscar lo que solía ser el motivo esencial para ir a la universidad--obtener una educación para la mente, en lugar de una capacitación para el trabajo.
Lo que nos lleva a la conclusión de este experimento: Dar a los jóvenes dinero y la libertad para crear su propia empresa puede producir toda una camada de exitosos empresarios, pero no es necesariamente escalable.
Para todo el que termina la secundaria--ya sea si tiene un sueño poco convencional o si no tiene idea de lo que quiere hacer en la vida--debe haber alguna otra cosa aparte de matricularse inmediatamente en una universidad o trabajar en un restaurante de comida al paso.
En una sociedad en que los gerentes de personal ni siquiera consideran emplear a una persona que no tenga un título, insistimos en que muchachos de 17 y 18 años se jueguen decenas de miles de dólares en estudios designados principalmente para cumplir con los requisitos de un trabajo de oficina inicial.
Ese sistema ya está fallando. Sólo el 66 por ciento de los graduados universitarios va a la universidad y solo el 60 por ciento de los que buscan un título en universidades de cuatro años se gradúa en el plazo de seis años.
Nosotros deberíamos cuestionar la sensatez de tener pocas alternativas viables para muchachos que o bien no están preparados para la universidad o no están interesados en ella.
Wolfe concluye que las becas “hicieron que la gente cuestionara el establishment y aunque el programa quizás llegara en un momento en que no había un marco de referencia para los que decidían no ir a la universidad, lo que hizo fue desafiar la corrección política y hacer exactamente lo opuesto a lo que las instituciones académicas previamente habían vuelto obligatorio.”
Ahora que el status quo fue cuestionado, sin embargo, debemos cambiarlo.
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