[OP-ED] Los dolores silenciosos
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Es evidente que hoy la expectativa de vida es mayor que antes y que cada día la ciencia da pasos para mejorar las condiciones de los seres humanos y prevenir enfermedades. También es claro que las brechas sociales y económicas representan obstáculos que impiden que esos indicadores sean mejores en muchos países del mundo, entre ellos un alto porcentaje de América Latina y el Caribe.
Pero hay una población que no recibe la atención que se merece por el aporte que ha hecho a la sociedad: la tercera y la cuarta edad. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la tercera edad empieza a los 60 años y la cuarta, a los 80.
Como si fuera una condena, en nuestros países pensionarse o estar en esas edades significa dejar de ser protagonista del desarrollo social y económico, desconociendo su experiencia en todos los ámbitos. El Estado, poco o nada, se preocupa por esa realidad y se olvida de que la mayor expectativa de vida significa más años de aislamiento social y laboral.
A esto se suman las dolencias por las enfermedades y el deterioro físico. Pero también se agrega el dolor silencioso por las afecciones mentales, producto de pasar de una actividad permanente al sedentarismo obligado.
En los centros de estudio y en las instituciones de educación superior que tienen que ver con programas académicos relacionados con el bienestar, como la Escuela Colombiana de Rehabilitación (ECR), tenemos el reto de identificar y proponer acciones a la sociedad, a los estados y al sector privado para superar efectivamente esa condición.
Hay suficientes estudios sobre el diagnóstico de lo que está ocurriendo. Por eso, el paso que se debe transitar es el de la implementación de políticas públicas que asuman la responsabilidad de reivindicar y visibilizar la importancia de los adultos mayores en todos los entornos. ¿Olvidan que muchos jefes de Estado y de Gobierno del mundo hacen parte de esa población? También hay científicos, escritores, profesores, artistas y hombres y mujeres de otros campos que no tienen edad límite para el retiro y día a día le siguen aportando al mundo con su conocimiento, con su experiencia.
En los grupos ancestrales de América, por lo menos, el valor de la edad, de la experiencia, de los mayores, es significativo y son ubicados en la posición privilegiada de la sabiduría. Pero, en el mundo urbano de hoy se vuelve un obstáculo. Incluso, en la parte laboral se han impuesto límites de edad para ocupar vacantes.
En el mundo de hoy, sin pretender generalizar, muchas familias prácticamente condenaron a sus mayores al olvido, a la soledad, a la falta de afecto. En esa circunstancia se padece el dolor silencioso que tiene relación con la salud mental. En otros casos, por la pobreza misma, sus condiciones de vida son paupérrimas, indignas, tristes. Ahí hace falta la presencia estatal para rescatarlos, para evitar que sobrevivan con trabajos que los ponen en riesgo y vivan en zonas expuestas a desastres.
El ciclo de vida del adulto mayor se caracteriza por ser un periodo en donde el ser humano integra todo su potencial y capacidad, desde la reflexión y la elección de ocupaciones que le entregan un significado a su historia de vida. Por lo tanto, si bien para la mayoría, la fase laboral reglamentaria ha concluido con la jubilación, se abren diversas posibilidades desde la realización de artes, oficios y ocupaciones con propósito que las personas eligen para aportar a su familia y comunidad. La brecha intergeneracional se reduce con la participación de adultos mayores en estas ocupaciones, que brindan la posibilidad de fortalecer el tejido social desde la sabiduría de las historias de vida, saberes y experiencias.
Para dar voz y reconocimiento a este grupo poblacional no basta con el asistencialismo. Se requiere escucharlos, que participen en las decisiones que les beneficien. En fin, hay mucho por hacer.
(*) Doctora en Pedagogía. Rectora de la
Escuela Colombiana de Rehabilitación (ECR).
goe.rojas@ecr.edu.co
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