[OP-ED]: La voz de un “millenial” de origen cubano
La noche del 25 de noviembre del 2016 caminaba por Sunset Place en South Miami tras haber visto una película con mi mejor amiga de la infancia, y sentía que ese día h
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La noche del 25 de noviembre del 2016 caminaba por Sunset Place en South Miami tras haber visto una película con mi mejor amiga de la infancia, y sentía que ese día había sido importante para mi, sencillamente, porque me habían quitado el aliento los efectos visuales y los cánticos espirituales de la película polinésica de Disney “Moana”, cuando de repente mi teléfono vibró: El New York Times reporta: Fidel Castro, el Revolucionario Cubano que desafió a los Estados Unidos muere a los 90 años.
Mi amiga de la infancia levantó una ceja y preguntó: “¿Pero es que acaso él no se muere cada tres años? No puedes creerte las noticias actuales. Ni siquiera sé en qué creer”. Sin embargo, hicimos a un lado nuestro cinismo por un breve momento de duda, y nos miramos mutuamente con ojos de esperanza. ¿Podría ser? ¿Realmente podría haber llegado finalmente el día?
Podría parecer macabro imaginar a dos jóvenes de veintitantos caminando alegremente al salir de un musical infantil, y hablando al mismo tiempo con alegría de la posible muerte de un hombre, pero Castro no era cualquier hombre, y por su legado, nuestra generación no se acerca mínimamente a ser cualquier generación.
Como muchos de mis amigos y primos, soy hija de un refugiado cubano, y la nieta de un exiliado político cubano. Ellos son hijos y nietos de aquellos a quienes les dijeron que su existencia ya no era importante para el nuevo sistema, una persecución romantizada y embellecida con el guiso de una Revolución que carismáticamente prometió a través de las ideologías extendidas y distorsionadas de Marx y Lenin, en la voz de un hombre barbudo de 39 años, una Cuba “más grande”.
Dos generaciones antes de la nuestra, huyeron de la isla que Colón admiró como la tierra más hermosa que había visto en su vida. Huyeron en balsas improvisadas o en la Operación Peter Pan, frecuentemente sin ninguna posesión y sin ningún familiar. Quedarse atrás significaba rendirse a los “ideales” revolucionarios que Castro impuso sobre su movimiento guerrillero, y el no lograr hacerlo sencillamente significaba la prisión, campos de trabajo o la desaparición.
Sobrevivir significó venir a un territorio con una cultura distinta y con otro idioma, y de alguna manera empezar de cero en los 50 y los 60, décadas pobladas de odio y desconfianza a las minorías que venir a usurpar el dominio del blanco. Incluso en Miami, mi abuela recuerda que cuando recién llegó a un refugio de Buena Voluntad, a los 20 años y recién casada, un aviso en frente rezaba claramente: “No merodear, no mascotas, no cubanos”.
50 años después, en la misma ciudad, mi abuela tuvo la oportunidad de salir en la Calle Ocho, el corazón del enclave étnico llamado Pequeña Habana, con sus amigos y sus familiares a celebrar el 25 y el 26 de noviembre de 2016, la muerte de un tirano con cazuelas y banderas, y serenatas públicas de Guantanamera. Coletazos de rojo, blanco y azul podían verse en cada esquina desde Coral Gables hasta Doral, con inscripciones audaces sobre las banderas que leían: “CUBA LIBRE”.
En estas históricas cuarenta y ocho horas desde la muerte de Castro, he sentido una extraña mixtura de sentimientos. Entre la alegría amarga por mi generación y una esperanza efervescente y optimista por el papel que los milleniales (particularmente los Cubanos-Americanos y los Cubanos, propiamente) debemos desempeñar en el futuro, pues no debemos distraernos con las celebraciones, el Bacardi y los fuegos artificiales; Cuba no es libre, y la muerte de un hombre no borra las décadas de adoctrinamiento temeroso, lealtad feroz e incluso amor ciego, en una población de cientos de miles.
Para aquellos de mi generación, aquellos ajenos a la opresión de mi pueblo, aquellos que observan el llanto de una victoria simbólica y la alegría por la muerte del dictador notoriamente egoísta y despiadado en Cuba, ustedes tienen suerte. Ustedes no entienden lo retorcido y doloroso que es aguantar y celebrar la imagen del cadáver de un hombre decrépito.
Cuba no es libre, y la muerte de un hombre no borra las décadas de adoctrinamiento temeroso, lealtad feroz e incluso amor ciego, en una población de cientos de miles.
Yo sí lo sé. Una vez que escuchas suficientes historias de familias separadas, hijos abandonados, homosexuales torturados, casas demolidas, periodistas prisioneros, profesionales y adultos trabajadores que les fueron arrebatados sus títulos, inocentes torturados y buscadores desesperados de libertad ahogándose o devorados a pocas millas de la costa de Florida Keys, no puedes evitar ceder a la invitación de celebrar la despedida y la llegada de una muerte que tardó mucho tiempo.
Para aquellos de mi generación que se consideran educados, iluminados y de alguna manera, entusiastas ante la tiranía porque está de moda estar en contra del capitalismo, contra el imperialismo y, aparentemente, contra los derechos humanos básicos, lo único que deben aprender de Castro es qué no hacer al implementar un cambio radical o revolucionario. No soy Conservadora ni Republicana. Esto no proviene de una redneck hick iletrada que pelea con cocodrilos en su tiempo libre en los pantanos de Everglades con una bandera Confederada. He leído lo suficiente y he estudiado con profesores que abogaron por el Comunismo y el Socialismo, que critican duramente la intervención de los Estados Unidos en las políticas exteriores y que han luchado fervientemente por la igualdad. He buscado activamente artículos que reten mis ideales o mis nociones preconcebidas para poder abrir mi propia perspectiva y mi capacidad para compadecerme. Pero cuando veo milleniales liberales aplaudir las indiscreciones del Primer Ministro Canadiense o solidarizarse con el dolor de la pérdida junto con el movimiento de Black Lives Matter, me agobia el nivel de hipocresía e ignorancia de la pseudo-intelligentisa del siglo XXI.
Por favor, interpelen a algún Cubano o a algún Cubano-Americano sobre por qué abandonaron la isla, ellos o sus familias y lo que opinan sobre el Castrismo. Hablen con alguien que tenga 80 años y con otro que tenga 8. Hablen con un Afro-Cubano y luego hablen con el cubano más rubio y de ojos más claros que puedan encontrar (sí, existen). Hablen con un refugiado que evolucionó desde el trabajo en una fábrica hasta la academia. Hablen con un niño orgulloso de quien arriesgó todo para asegurar la oportunidad a futuras generaciones.
Hablen con un cubano que creía que volvería a casa uno o dos años después, pero que ha pasado más de la mitad de su vida “temporalmente” en Miami, Nueva York, Union City, Houston, Boston, San Juan o Chicago.
Es difícil negarse a la seducción de una revolución que trajo consigo una “atención de salud pública libre y universal” y “casi el 100% del alfabetismo”, pero no se dejen engañar por esas fascinantes nociones preliminares.
Para aquellos de mi generación que no son cubanos, o para aquellos que nunca han vivido un éxodo similar: si ya han hecho los primeros tres pasos, bien. Una cosa es tener una opinión pero otra muy diferente es tener una opinión informada. Es difícil negarse a la seducción de una revolución que trajo consigo una “atención de salud pública libre y universal” y “casi el 100% del alfabetismo”, pero no se dejen engañar por esas fascinantes nociones preliminares. Una cosa es ver el papel y otra es ver las acciones.
Cuba a tentado a muchos para que caigan en su trampa de permanecer enigmático y misterioso, pero el encanto se cae frente a nuestra generación si logramos comprometernos y dialogar con teóricos cubanos, críticos, vecinos y amigo. La muerte de Castro deja una pequeña abertura en la ventana de las oportunidades y debemos aprovecharla colectivamente para advocar por la libertad de un pueblo aún urgido por cualquier apoyo, sobretodo de los Estados Unidos quienes aún tienen alguna responsabilidad sobre ello (por ejemplo, levantando el Embargo). Es mi generación de Cubanos en América y Cubanos-Americanos quienes últimamente pelearán por el progreso y extenderán una mano a aquellos en Cuba que se hallan estancados en un marco helado retardatario. Más importante aún, es mi generación en los Estados Unidos quien abrazará a mi otra generación en suelo cubano en comprensión, cuando el terror del legado del Comandante mitificado los petrifique.
La muerte del Castrismo está en las manos de los jóvenes y somos nosotros quienes debemos transformarnos en críticos políticos, económicos, históricos y sociales sobre los problemas a mano.
La Revolución comienza.
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