[OP-ED]: La ‘paranoia sexual’ llega a la universidad
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El ensayo anteriormente mencionado de Kipnis le ganó una investigación Title IX de 72 días, después de que dos estudiantes de Northwestern University—donde Kipnis es profesora vitalicia—se quejaron de que su escrito, en sí mismo, constituía una violación de la ley federal que establece que: “Ninguna persona en Estados Unidos, sobre la base de su sexo, será excluida de participar en cualquier actividad o programa educativos que reciban asistencia financiera federal; no se le podrá denegar los beneficios de dichas actividades o programas ni tampoco estará sujeta a discriminación bajo los mismos.”
Fue exonerada. “Unwanted Advances: Sexual Paranoia Comes to Campus” es su reacción a ese hecho, además de la investigación de una cultura de infantilización de las mujeres, que convierte a los hombres en perpetradores por omisión, en un contexto de denuncias de incorrección sexual sobre la base de ella-dijo-él-dijo.
Aparentemente, cada página es una condena de una cultura universitaria, en que ya no se trata a los estudiantes como adultos que consienten, y en que las investigaciones de presuntos abusos proceden como cazas de brujas del siglo XVII, que requieren una advertencia para todos aquellas almas sensibles que se atrevan a enfrentar su contenido.
Por ejemplo, Kipnis escribe: “La idea de la cultura de violación se convirtió en el equivalente del 11/9 en las universidades: en ambos casos, hechos reales horribles adquieren proporciones míticas, y se vuelven resistentes a un análisis preciso. En las universidades, el término cultura de violación, como el término terrorismo, se convirtió en una retórica de emergencia. El temor se convierte en la directriz, promulgando más temor. El problema es que la retórica del temor confunde más de lo que explica; sin embargo, el oficialismo salta a la acción.”
Esto es sólo parte del prólogo, antes de entrar en materia.
Kipnis intenta examinar, en todo el libro, hasta qué punto ha llegado la política sexual en las universidades—en forma tal que se arruina la vida y la reputación profesional de algunos profesores, mientras que otros están acobardados y se censuran a sí mismos por temor a cometer un delito con los clientes que pagan (léase: los estudiantes).
Lo hace describiendo sus propias investigaciones; el caso de su colega, el profesor de filosofía, Peter Ludlow, cuya carrera quedó arruinada por acusaciones de agresión sexual y la consiguiente investigación Title IX; y algunas de las innumerables historias que otros, también enredados en acusaciones infundadas de mala conducta, le han contado.
Su conclusión es que las universidades actuales son empresas internacionales de miles de millones de dólares que deben mantener la promesa de su marca y aplacar a sus donantes. Y en tal panorama, es expeditivo echar dinero para manejar las acusaciones de mala conducta sexual bajo las amplias—para el acusado—normas del proceso de adjudicación de la ley Title IX en las universidades. Los incidentes potencialmente escandalosos se resuelven despidiendo a los profesores y pagando a los estudiantes.
“La realidad es que cuanto más se dedican las universidades a crear ‘espacios seguros’, ese nuevo término de vigilancia universitaria, más peligrosas se vuelven las universidades para los profesores y menos prioritaria se vuelve la educación para cualquiera.”
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Como resultado, los profesores de sociología viven con temor de hablar del aborto, los de derecho temer hablar de la ley referente al estupro, etc.
Pero este aspecto de “Avances no-deseados” es sólo la punta del iceberg. Más escalofriante, dice Kipnis, es la manera en que los administradores universitarios, y los diversos grupos de intereses a los que reverencian, están echándose atrás con respecto a hitos feministas de dignidad duramente ganados.
Las mujeres en las universidades son ahora como consecuencia, dice Kipnis, “doncellas virtuosas”, víctimas instantáneas de “un sistema dedicado a persuadir a una generación de mujeres jóvenes de que son presas desvalidas” y a convencer a todos los demás de que los “acusadores no mienten”.
En todo el libro, Kipnis se esfuerza sin cesar en señalar repetida y vehementemente que ella es (a) una feminista de izquierda certificada y (b) absoluta en su opinión de que las mujeres deben estar sanas y salvas de todo daño en la universidad, en el trabajo y en todas partes.
Pero, dice, debe existir un foco en la auto-comprensión y la responsabilidad personal que las universidades y la sociedad son renuentes a encarar: “¿Qué pasaría si dejáramos de lamentarnos mutuamente sobre lo horrible que son los hombres y enseñáramos a las estudiantes a decir ‘Saque su [palabrota] mano de mi rodilla’? Sí, hay un exceso de poder masculino en el mundo y las mujeres deben estar educadas para impugnarlo en tiempo real, en lugar de esperar a que los hombres alcancen algún nuevo estadio de conciencia elevada—sólo en caso de que ese día nunca llegue.”
Para algunas mujeres, eso será un artículo de fe. Para otras, bueno, consideren esto como una justa advertencia de que no disfrutarán del libro de Kipnis.
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