[OP-ED]: La maldición del capitalismo de mediana edad—para Trump y para todos nosotros
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Es imposible no ver el capitalismo juvenil. Los Googles del mundo maravillan con sus rápidas innovaciones. Su dinamismo es tranquilizante. Mientras tanto, muchas otras empresas menos visibles y más viejas sólo están aguantando. Luchan por generar ingresos y ganancias mayores de mercados maduros, mientras enfrentan nuevas amenazas competitivas. Puede sostenerse que las empresas de esta segunda pista—el capitalismo de mediana edad—son las que dominaron la economía desde la Gran Recesión.
Sin duda, la aristocracia empresarial de Estados Unidos ha cambiado. En 1995, las cinco empresas mayores del mercado según “capitalización” (el valor de las acciones de la empresa) eran firmas de la guardia vieja: Exxon, AT&T, Coca Cola, General Electric y Merck. Para 2015, sólo Exxon (ahora Exxon Mobil) sigue ocupando ese lugar. Las otras fueron reemplazadas por Apple, Google, Microsoft y Amazon. (Nota: Jeff Bezos, director ejecutivo de Amazon, es dueño del Washington Post). Aun así, el capitalismo de mediana edad ralantizó la recuperación.
Un nuevo estudio, publicado en el Journal of Economic Perpsectives, realizado por Kathleen Kahle, de la Universidad de Arizona y Rene Stulz, de la Universidad de Ohio, reafirma esta idea. Los autores examinaron todas las empresas públicas de Estados Unidos en un período de 40 años, de 1975 a 2015, y encontraron amplias pruebas de un capitalismo de dos niveles. Las empresas se dividen por sí solas en fuertes y débiles.
(Recuerden: Una empresa pública tiene acciones que se cotizan, típicamente en el mercado de valores. Las empresas privadas, entre ellas la mayoría de las firmas pequeñas y familiares, no cotizan públicamente sus acciones.)
Las ganancias se concentraron más, especialmente entre las empresas tecnológicas grandes. En 2015, Apple, Google, Microsoft y Amazon tuvieron ganancias combinadas de 82.000 millones de dólares, el 10 por ciento de todas las ganancias de las empresas públicas. En 1975, 109 firmas representaron la mitad de las ganancias; para 2015, 30 firmas lo hicieron. Y, lo que es más perturbador, las empresas por debajo de las 200 del tope reportaron ganancias negativas en su conjunto; muchas de esas firmas tuvieron pérdidas considerables.
La historia de las inversiones corporativas en edificios y maquinaria (computadoras, vehículos) es parecida. Entre 1975 y 2015, esas inversiones de capital bajaron de un 8 por ciento de los bienes corporativos a un 4 por ciento. Es interesante que ese declive en las inversiones fuera contrarrestado por aumentos en investigaciones y desarrollo corporativos-reflejo de la necesidad de crear nuevos productos y programas digitales, dicen Kahle y Stulz. Pero los gastos en investigaciones y desarrollo se redujeron más que nada en las empresas grandes. La mitad de las empresas públicas no invirtieron en investigaciones y desarrollo.
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--Las empresas han envejecido. En 1975, la empresa pública promedio tenía 10,9 años de edad. En 2015, el promedio era 18 años. La implicancia es que las firmas que sobrevivieron son o bien más eficientes o tienen posiciones más fuertes en el mercado en sus industrias.
--Un motivo por el que las empresas envejecieron es que el número de empresas públicas cayó agudamente, de 7.002, en 1995, a 3.766, en 2015. La causa principal, dicen Kahle y Stulz, no es la quiebra sino las fusiones. Las empresas pequeñas y medianas—muchas de ellas más jóvenes—prefieren venderse a grandes corporaciones en lugar de competir como empresas independientes. El resultado es que pocas empresas jóvenes cotizan sus acciones en la bolsa.
--Las empresas están pagando a sus accionistas cantidades récord, ya sea como dividendos o como re-compra de acciones. En 2015, casi la mitad de las ganancias corporativas (47 por ciento) fueron devueltas a los accionistas, casi el doble de la tasa de 1975 (27 por ciento). Eso sugiere que las empresas o bien carecen de oportunidades de inversión atractivas o son demasiado reacias a correr riesgos para aceptarlas.
Todo ello le crea problemas al presidente Trump o a cualquiera que desee una economía más fuerte. Si las principales fuerzas que la sujetan son políticas gubernamentales inadecuadas, entonces el remedio es obvio. Acabar con esas políticas. La economía mejorará. Ésa es la postura del gobierno.
Pero ¿y si la debilidad es más profunda? Por ejemplo: Es difícil sostener que los recortes en los impuestos a las empresas acelerarán el crecimiento económico si muchas empresas ya sufren pérdidas—y no se benefician de recortes fiscales. En forma similar, las empresas grandes y que producen muchas ganancias, con pilas de efectivo pero pocos proyectos de inversión atractivos, no encontrarán de pronto nuevos proyectos si recortan sus impuestos.
A Kahle y Stulz les preocupa que las tendencias que esbozan signifiquen “menos inversiones, menos crecimiento económico, y menos dinamismo”. Las empresas seguirán siendo sumamente cautas. El espíritu empresarial se debilitará aun más. Esos peligros no son hipotéticos.
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