[Op-Ed] La Corona Invisible
En lo más profundo de la política actual se esconde una amenaza que no daña el cuerpo, sino que de
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En lo más profundo de la política actual se esconde una amenaza que no daña el cuerpo, sino que destruye el espíritu democrático de las naciones. El Síndrome de Hubris es un trastorno mental que crece en las alturas del poder, y se puede ver claramente en la Venezuela actual bajo el gobierno de Nicolás Maduro.
Esta enfermedad política no aparece de la noche a la mañana, sino que crece lentamente, alimentada por los halagos constantes y el silencio de una sociedad que vive con miedo. El cambio de Maduro, que pasó de ser un líder sindical y conductor de autobús a convertirse en gobernante autoritario, muestra claramente cómo el poder puede transformar a una persona.
La reciente autoproclamación de Maduro para un tercer periodo en 2025 muestra todos los signos de esta enfermedad política. Las medidas extremas que ha tomado revelan su paranoia, como el cierre de fronteras con Colombia, el excesivo despliegue militar y las amenazas contra aviones no autorizados. La ceremonia donde juró el cargo, acompañado por otros gobernantes autoritarios como Miguel Díaz-Canel y Daniel Ortega, se convirtió en una muestra del delirio de grandeza típico de esta condición.
Una señal preocupante de esta enfermedad se ve en cómo el gobernante se confunde a sí mismo con el Estado. Cuando Maduro se pone el collar con las llaves del archivo histórico nacional, no es solo un acto ceremonial, sino que muestra su creencia de que él mismo representa a la nación. Esta mentalidad de mesías influye en su manera de hablar, convirtiendo problemas cotidianos en grandes batallas históricas.
Los investigadores David Owen y Jonathan Davidson han estudiado cómo avanza este síndrome, que empieza con un exceso de confianza y se convierte en una obsesión por la imagen pública. El líder desarrolla una visión narcisista donde el mundo es su escenario personal para mostrar su poder y buscar la fama. En Venezuela, esto se ve en el uso constante de la imagen de Chávez y los símbolos de Bolívar para justificar el autoritarismo.
La incapacidad que produce el Hubris se nota en el manejo del gobierno. El líder, convencido de que nunca se equivoca, ignora advertencias y consejos, tomando decisiones cada vez más alejadas de la realidad. El aumento de la recompensa que ofrece Estados Unidos, de 15 a 25 millones de dólares por información sobre Maduro, muestra la gravedad de esta situación, aunque la experta Nastassja Rojas señala que es poco probable que estas medidas funcionen.
Este síndrome distorsiona la moral del gobernante, quien llega a creer que solo debe responder ante la historia o ante Dios, y no ante la sociedad. Esto se ve en cómo responde el gobierno a las críticas, interpretando cualquier cuestionamiento como parte de conspiraciones internacionales o "guerras económicas" imaginarias. La frase "¡leales siempre, traidores nunca!", repetida durante la ceremonia, muestra esta visión del mundo en blanco y negro.
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Lo más preocupante del Síndrome de Hubris es que es muy difícil de tratar. Los estudios de Owen muestran que ni siquiera quitarle los símbolos del poder al afectado garantiza su recuperación. La presencia del embajador colombiano Milton Rengifo en la ceremonia ilegal muestra cómo el régimen logra hacer parecer normal lo que no lo es, convirtiendo la complicidad internacional en política oficial.
La experiencia de Venezuela nos enseña que la única defensa efectiva contra esta enfermedad política es prevenirla. Las democracias necesitan crear defensas institucionales con límites claros al poder, cambios obligatorios de gobernantes y sistemas efectivos de control ciudadano. Cuando estos fallan, como en Venezuela, el resultado es la destrucción gradual de la democracia.
Mientras Maduro celebra su permanencia en el poder, jurando lealtad a Chávez frente a la tumba de Bolívar, millones de venezolanos sufren las consecuencias de esta aberración política. La situación del presidente electo Edmundo González, quien no puede entrar a su propio país, muestra la ironía final del Síndrome de Hubris, pues el líder que dice defender la patria se convierte en su mayor amenaza.
El desafío para las democracias de hoy es identificar y detener los primeros síntomas de esta enfermedad política antes de que sea demasiado tarde. La Venezuela de 2025 debe servirnos de advertencia, porque cuando el poder se concentra sin controles, la democracia no muere de golpe, sino que se va apagando poco a poco en un espectáculo de autoengaño y locura colectiva, dejando solo el cascarón vacío de lo que antes fue un país libre.
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