OP-ED: Eva Longoria y yo
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Durante mucho tiempo, soñé con la idea de conocer en persona a esta joven mujer. Quizás en en un futuro lejano, quizás en el momento de jubilarme, una fecha a la que, por cierto, me voy acercando.
Sin embargo, ella se apareció frente a mí esta semana y nos hicimos un ‘selfie’ juntos, cortesía del DNC. Gracias, Hillary Clinton, gracias presidente Bob Brady, y gracias ex gobernador Ed Rendell, por todo lo que habéis hecho para traer a la Convención demócrata –y a Eva– a la ciudad. Gracias por haberme concedido el privilegio y la suerte de toparme con la Latina de mis sueños.
La primera vez que la vi por televisión, hace tan solo dos años, en una entrevista en la CNN emitida en prime time, no podía creer lo que veían mis ojos. En los tiempos en que vivimos, no es muy frecuente ver aparecer a un Latino por televisión en prime time. Por otro lado, cuando la vi y la escuché, pensé por un momento que se trataba de “La Mujer Maravilla”.
Contemplar a una Latina que puede articular con gracia y elegancia, y también con decisión, el mensaje principal de la comunidad Latina en Estados Unidos – sea sobre la crisis de la inmigración, sobre la supuesta incapacidad de los Latinos para ser emprendedores o su potencial de consumo y sus ingresos – superó mis expectativas de lo que puede verse en la televisión americana en horas de máxima audiencia.
Sabía, entonces, que los Latinos son buenos soldados de infantería, como Al Pacino dice en una de sus películas de Hollywood, pero no sabía que pueden ser líderes impecables y
entrevistados audaces en un programa de la CNN a las 9:00 p.m.
Eva fue esa noche “la voz Latina que se oía por todas partes”, una líder sin nominación formal que habló como una emprendedora brillante, como una primera dama, una “Hillary Latina”, o también como una madre Teresa, enfundada en un elegante vestido de Neiman Marcus y hablando en un inglés sencillo de Texas, mucho mejor que el de Elizabeth Warren con su acento de Oxford.
Con sus ojos moriscos, el lunes pasado la tuve allí delante, subida al pódium, deleitando a la comunidad Latina, como en un sueño —exactamente, como si hubiera soñado con ella— físicamente delante de mí, en el Bellevue Hotel, en South Broad, en Filadelfia, mi ciudad— agraciado por su presencia real y el cortejo de diez ángeles que batían las alas a su alrededor cuando ella entró y salió del vestíbulo.
Igual que un emperador romano, ella entró, vio y venció – todo en cuestión de cinco minutos, entre las 11p.m y las 11.05 p.m.
En ese momento, el emprendedor Nestor Torrers y yo estábamos también en el Bellevue Hotel, invitado por unos amigos de fuera de la ciudad, como José Niño, y nos costaba comprender lo que nuestros ojos veían…
… De pronto, se anunció su nombre, y ella saltó al escenario como un “arcángel”, lenta y delicadamente, como si llegara del Cielo, agarrando elegantemente el micrófono y hablando unos 360 segundos… “quizás no más”.
… Después ella se esfumó, desapareció detrás de unas cortinas pesadas y oscuras, seguida por su cortejo de diez criaturas celestiales que le abrían paso y la seguían a todos lados.
Ella me miró…
… Me paralizó con su gentil mirada y su franca sonrisa …
… Rápidamente, me sacó el iPhone de las manos mientras yo intentaba decir algo inteligente…
… Y ella misma, con sus manos angelicales, sin decir una palabra, hizo la foto que ilustra esta historia inacabada.
Antes de que pudiese articular una palabra, ya se había metido en el ascensor - cuyas puertas se cerraron delante de mí, llevándose su presencia - y que probablemente la devolvió al paraíso.
Gracias Eva. Esto es todo lo que quería decirte, hermanita.
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