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Cuando los estudiantes tienen hambre, pierden clases—a veces para trabajar otro turno, a veces porque se enferman debido a la debilidad de sus sistemas inmunes causada por la desnutrición. 
Cuando los estudiantes tienen hambre, pierden clases—a veces para trabajar otro turno, a veces porque se enferman debido a la debilidad de sus sistemas inmunes causada por la desnutrición. 

[OP-ED]: El hambre en el campus es un problema real con soluciones reales

Cuando la gente de mi edad recuerda la época universitaria, a menudo recuerda haber sido un estudiante “muerto de hambre”. Pero, en una época en que era…

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Nos trasladamos ahora a la actualidad: Debido a normas de contratación, es difícil embarcarse en una trayectoria profesional estable sin contar por lo menos con un título asociado. Y se calcula que el costo de la universidad más que se duplicó en los últimos 30 años, superando la inflación entre un 2 y un 4 por ciento—la idea de que uno puede pagar la universidad de su bolsillo a medida que va estudiando es risible. 

Más a menudo, los estudiantes—particularmente aquellos que son los primeros en su familia en asistir a la universidad—se las arreglan con una pesada asistencia financiera y trabajos de tiempo completo, para obtener una educación superior. Y esos estudiantes crecientemente pasan hambre. 

Según la National Student Campaign Against Hunger and Homelessness (NSCAHH, por sus siglas en inglés) la inseguridad alimenticia para los estudiantes universitarios y de colegios comunitarios constituye una dura realidad. 

Una encuesta de NSCAHH de casi 4.000 estudiantes de 34 instituciones de enseñanza superior, en 2016, halló que el 48 por ciento de los encuestados reportaron inseguridad alimenticia en los 30 días previos. 

Y aunque existe la noción errada de que el hambre ocurre solo en las escuelas donde los estudiantes no viven en el campus—el 25 por ciento de los estudiantes de los colegios comunitarios resultaron tener una seguridad alimenticia muy baja—los estudiantes de las universidades de cuatro años les siguen de cerca con un 20 por ciento. 

Como en otros casos de desigualdad social, los estudiantes de color tuvieron más probabilidades de pasar hambre. El 57 por ciento de los estudiantes negros reportó inseguridad alimenticia, comparado con un 40 por ciento de estudiantes blancos no-hispanos. (Un estudio separado de investigadores de la Universidad de Connecticut halló que el 31 por ciento de los estudiantes latinos reportó tener seguridad alimenticia baja y el 25 por ciento resultó tener seguridad alimenticia muy baja.)

Por último, como grupo, el 56 por ciento de todos los estudiantes de primera generación tenían inseguridad alimenticia, comparados con el 45 por ciento de estudiantes de los cuales por lo menos uno de los padres había asistido a la universidad. 

De cualquier forma que uno examine los datos, grandes números de estudiantes de todas las razas y etnias—incluso los que tienen trabajos de tiempo parcial—a veces pasan hambre en el campus. 

Eso lleva a toda una serie de problemas y consecuencias terribles. Cuando enfrentan la opción de comer o comprar un libro de texto requerido, los estudiantes deciden racionalmente: escogen comer. 

Cuando los estudiantes tienen hambre, pierden clases—a veces para trabajar otro turno, a veces porque se enferman debido a la debilidad de sus sistemas inmunes causada por la desnutrición. 

Así es que hay estudiantes que no pueden ir a clase, no pueden concentrarse cuando están en clase o no tienen el libro necesario para hacer su trabajo. Si acaban abandonando el curso o—lo que es peor—abandonando los estudios, se quedan sin título y con préstamos estudiantiles que deben pagar. 

Si eso ocurre en estudiantes que pertenecen a familias con historias sólidas de educación y graduación universitaria, probablemente es solo una anomalía. 

Pero cuando sucede a la primera persona en la familia que intenta recibir una educación superior, no sólo ha fallado ella misma, sino que se ha convertido en una historia admonitoria sobre el peligroso y arriesgado intento de progresar. Todos los adultos de la familia quedarán marcados por el fracaso de ese estudiante en una empresa que todo consejero de la secundaria proclama como indispensable y viable. 

Como siempre, hay soluciones, aunque no fáciles. 

Primero, olvide la inquietud sobre las legendarias “15 libras del primer año” que aumentan los estudiantes. En lugar de eso, aliente a su alma mater o colegio local a crear bancos de alimentos en el campus, huertas en el campus y programas de recuperación de alimentos. O haga una donación para apoyar esas iniciativas. 

Llame a sus legisladores y pídales que mejoren el acceso de los estudiantes a programas federales ya existentes, entre ellos la expansión del acceso al programa SNAP, la simplificación del proceso de solicitud para asistencia financiera (especialmente para estudiantes sin techo), y el agregado de medidas de seguridad alimenticia para el National Postsecondary Student Aid Study, que es anual. 

Si ninguna de esas iniciativas lo atrae a usted, intente lo siguiente: La próxima vez que se encuentre con un estudiante universitario, pregúntele si lo puede invitar a comer—sin duda apreciará la invitación, tanto si la acepta como si no.

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