[OP-ED]: Científicos buscan los secretos del sueño
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Mientras escribo esta columna, me siento exhausta por falta de sueño—un estado bastante normal en mí. A pesar de toda una vida de aburridas rutinas monásticas y de impecables hábitos de sueño, mi ritmo circadiano siempre fue sincopado, en lugar de regular y armónico.
He sufrido brotes de insomnio casi toda mi vida. De niña, me dormía llorando a las 2, 3 o 4 de la mañana y después, me sentía totalmente agotada para ir a la escuela. Mis maestras se irritaban enormemente al verme medio dormida y con dolor de cabeza casi todo el tiempo.
Esa dificultad para dormir y los consiguientes cabeceos continuaron durante la universidad (era la época en que los profesores se sentían con el poder suficiente para llamar e interrogar a un alumno que se adormecía allí, en la primer fila de una aula magna con 1.000 estudiantes) e incluso más tarde, en situaciones profesionales, durante reuniones en las que todos querían dormirse, pero yo era la que de verdad lo hacía.
Al envejecer, se ha sumado una nueva dimensión—ahora no sólo me cuesta dormir por la noche, sino que me despierto antes del amanecer y me cuesta volver a conciliar el sueño. Los días son entonces un martirio; tengo dolores de cabeza, ardores en la piel, dolores musculares y de las articulaciones, extrañas fluctuaciones del apetito y sensibilidad sensorial.
No, no es a causa de mi tiroides ni es narcolepsia. Todas las afecciones médicas habituales fueron desechadas una y otra vez—simplemente vengo de una larga dinastía de gente con sueño ligero. Los medicamentos como pastillas para dormir o bien no funcionan o me causan efectos secundarios desagradables. La meditación ayuda, pero sólo hasta cierto punto.
Mi esperanza es que la ciencia descubra y arregle todo esto antes de que mi falta de sueño aumente mis probabilidades de padecer obesidad, diabetes del Tipo 2 y posiblemente, hasta la enfermedad de Alzheimer.
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Tras años de investigaciones, por fin comprendemos cómo los delicados ciclos del sueño y la vigilia están relacionados con el bienestar físico y mental. La semana pasada, tres de los investigadores especialistas en sueño fueron reconocidos por develar algunos de los misterios más profundos en este campo.
Jeffrey C. Hall, Michael Rosbash y Michael W. Young fueron galardonados con el Premio Nobel en fisiología y medicina por ser los pioneros en estudiar cómo los ritmos sueño-vigilia regulan funciones críticas como el dormir, los niveles hormonales, la presión arterial y la temperatura corporal.
Utilizando moscas de fruta como “organismo modelo”, el trío de científicos aisló los genes que llamaron “período”, “eterno” y “doble-tiempo”, que regulan los ritmos circadianos diarios. Los investigadores hallaron que esos genes codifican una proteína que se acumula en las células durante el sueño, por la noche, y que después se degrada durante el día. A continuación, los investigadores identificaron componentes proteínicos adicionales de esta maquinaria dentro de las células. Finalmente encontraron que esos “relojes biológicos” funcionan bajo los mismos principios en las células de otros organismos multicelulares, entre ellos, los humanos.
Ese reconocimiento de sus logros en su área de investigación viene tras tres décadas de estudiar íntimamente la humilde mosca de la fruta, lo que produjo muchos de los datos sobre los ritmos cotidianos de nuestros cuerpos—cómo cuándo tenemos la mejor coordinación, la temperatura corporal más alta y las reacciones más rápidas—sobre los que se basan tantos descubrimientos para comprender la importancia del sueño.
Lo más asombroso es que estos científicos dedicaron sus carreras a algo tan elemental y misterioso como el sueño.
“Pensé que era un problema increíble y quizás la cosa más difícil que yo podría tratar de abordar,” expresó Young a Adam Smith, científico jefe de Nobel Media, “porque era conducta; sabes, qué podemos aprender sobre una conducta bastante complicada que todos tenemos, que se representa en su forma más fácil por los ciclos sueño-vigilia. Y francamente pensé que tal vez encontráramos un poquito. Nunca pensé que en aquel momento comprenderíamos realmente cuál es el motor detrás de esto. Tuvimos mucha suerte, pudimos encontrar genes que encajan como piezas de rompecabezas para explicar cómo funciona la cosa.”
La próxima frontera en la ciencia del sueño es aplicar ese conocimiento sobre los ritmos del sueño a cuestiones relevantes como impedir la obesidad o los trastornos de salud mental. También para optimizar todo, desde el ejercicio hasta la ingestión de vitaminas y medicamentos.
Egoístamente, espero que no lleve otros 30 años comprender cómo conseguir que ciertas criaturas reacias al sueño logren dormir. Pero estoy dispuesta a esperar los descubrimientos científicos necesarios que me hagan dormir mejor de lo que lo hacía cuando era bebé.
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