[OP-ED]: Cada vez es más difícil distinguir a los periodistas de los actores
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Si tenía algún conflicto--como hacerme demasiado compinche de los políticos locales o con los individuos sobre los cuales escribía--más me valía informarle al respecto a él y a los lectores, para que pudieran tener en cuenta un posible sesgo. Si algún día quería ser columnista, podía solicitar el puesto. Pero, por el momento, como reportero, debía guardarme mis opiniones. Sobre todo, recalcaba, aunque el puesto me daría una cierta fama, debía recordar siempre que yo estaba allí para cubrir la historia--no para convertirme en la historia.
Esos días se acabaron.
Ahora, si uno es un reportero de un diario y lo envían a cubrir un disturbio, y resulta arrestado, es probable que aparezca en los programas del domingo opinando sobre las relaciones policía-comunidad, que firme un contrato para un libro y sea locutor de un podcast.
Como señalé, muchos periodistas--especialmente en el corredor Nueva York-Washington--dejaron de ser árbitros para entrar en la cancha como combatientes. Promueven sus objetivos, muestran su sesgo partidario y expresan sus opiniones. Todo ataque de un político contra la empresa para la que trabajan lo toman personalmente y responden de la misma manera.
¿Dónde comenzó todo esto? Creo que fue cuando las empresas mediáticas--en un intento por convertir a su costoso talento en celebridades--comenzaron a alentar a los reporteros y locutores a convertirse en actores. De pronto, los periodistas debían escribir en blogs, expresar opiniones en TV, y enviar tweets ingeniosos o sarcásticos sobre funcionarios públicos y los asuntos del día. Mientras tanto, los locutores de la televisión y la radio se sintieron demasiado cómodos invitando a reporteros a sus programas para hablar de sus artículos (lo cual está bien) para después preguntar a esos reporteros su opinión sobre el asunto (lo cual no está bien).
Todas esas opiniones flotando en derredor, provenientes de individuos que se supone no deben expresar sus opiniones han creado sospechas en lectores y televidentes sobre la información que reciben.
Y lo que es peor, la estructura de incentivos está patas arriba, porque los que quiebran las reglas--en lugar de ser castigados--son a menudo recompensados con puestos mejores.
Un ejemplo: el reportero político Glenn Thrush, que tiene el don de fallar. Tuvo un papel estelar en los emails de John Podesta dados a conocer por WikiLeaks el año pasado.
En abril de 2015, mientras trabajaba como corresponsal político en jefe para Politico, Thrush envió una serie inapropiada de emails al presidente de la campaña de Hillary Clinton, John Poodesta. En uno de ellos, Thrush dijo a Podesta que estaba trabajando en una historia de recaudación de fondos y preguntó:”¿Puedo mandarte un par de párrafos, extraoficialmente, para asegurarme de que no meto la pata en nada?”
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Normalmente, para un periodista, eso sería la gran metedura de pata de su carrera.
Podesta respondió: “Seguro”. Thrush le escribió de vuelta con una oferta aun mejor, diciendo: “Porque me volví un gacetillero te mandaré toda la sección que se refiere a ti.”
Thrush tiene razón al decir que es un gacetillero, pero estuvo mal al ofrecer enviar su artículo a una fuente para que lo pre-aprobara. Debe haberse dado cuenta de eso, por lo que dijo a Podesta: “Por favor no compartas ni digas a nadie que hice esto.”
Sí, porque un periodista nunca quiere que surja la verdad.
Thrush debería haber sido despedido de Politico. En lugar de eso, obtuvo un tipo de promoción al ser contratado por el New York Times para cubrir la Casa Blanca. También obtuvo un contrato como colaborador de MSNBC. En su nuevo papel, @GlennThrush, recientemente envió el siguiente tweet:
“Todo debate sobre la cortesía en la política comienza con Trump. Nadie degradó el discurso más, mientras adoptó los extremos. Hecho, no opinión.”
Escucharon al gacetillero. Hecho, no opinión. Como si, en este momento, alguno de nosotros sabe cuál es la diferencia.
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