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OP-ED: Aprendidendo a pescar, directamente de los pescadores

OP-ED: Aprendidendo a pescar, directamente de los pescadores

“Observar y hacer”, tal y como hacemos en AL DÍA, parece ser también la técnica de aprendizaje favorita de los pescadores del Caribe desde hace siglos.

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“Observar y hacer”, tal y como hacemos en AL DÍA, parece ser también la técnica de aprendizaje favorita de los pescadores del Caribe desde hace siglos. 

El fin de semana del ‘Labor Day’ me pilló frente a las aguas del Caribe, observando cómo los pescadores de hoy en día ejercen la milenaria profesión de capturar peces en aguas saladas en movimiento continuo. 

Fue fascinante. 

Estaba dando un paseo por la playa a primera hora de la mañana, cuando me los encontré en la orilla, tras pasar toda la noche en el mar, cumpliendo con su viejo oficio:  

Lanzar la red al agua con confianza, esperar con paciencia prístina durante horas, y, al final, siempre con optimismo, tener fe en que obtendrán una buena recompensa– una recompensa siempre gratificante, sea cual sea el volumen capturado.  

Esos hombres son dueños de unas barcas viejas y ajadas, con una imaginaria vela magullada en el medio: son “banderas en derrota constante”, (a flag in permanent defeat), como escribe Ernest Hemingway en El Viejo y el Mar.

Todo esto contrasta con sus rostros brillantes y curtidos por el sol, visiblemente acostumbrados a todo tipo de retos diarios y derrotas reales. 

La mañana del cinco de setiembre de 2016, su pesca fue notablemente escasa. 

Una veintena de pescados máximo, todos de tamaños y formas diferentes. 

Nada espectacular, “pero buena y abundante”, así que, de todas formas, se mostraron agradecidos.

Era evidente que brillaba una cierta luz en sus rostros, había resolución en sus movimientos, esperanza en sus espíritus. 

Los pescadores se alimentan de los frutos que les da el océano (Sierra, Mero, Merluza, Mojarra o Pargo Rojo son algunas de las especias que nadan en sus aguas), una especie de campo de cultivo de miles de metros cuadrados de extensión, en permanente cosecha, plantado justo en frente de la orilla, donde levantan sus mansiones de bambú – en realidad no son más que pequeñas chozas, algunas más desarrolladas que otras, con estructuras de cemento y acero. 

Un campo de cultivo en permanente cosecha que les permite ahorrarse las tareas de arado, riego y mantenimiento.  

El océano siempre está allí, es su patio trasero, y el pescado que sacan de sus aguas les garantiza un plato de comida gratis cada día, además de un surplus que siempre pueden vender, allí mismo, en la playa, a cualquiera que ande buscando pescado fresco, o en la plaza del mercado, donde acuden en días de pesca abundante. 

No fue el caso del domingo pasado. Sin embargo, todo fueron sonrisas para este extraño visitante llegado de Filadelfia, en Pensilvania.  

 
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