No tiene nombre
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Se ha comprobado que existe algo sin nombre que permite a las personas sortear con éxito aún las peores situaciones. Hay seres que aman tanto a su patria que están dispuestos a trabajar por ella aún en las más adversas circunstancias.
Jackeline du Pré, inglesa, contribuyó con su música en una de las épocas más críticas en la historia de Inglaterra a pesar de su mortal enfermedad. Amaba tanto la vida y tenía tanto amor a su patria que estaba dispuesta a afrontar las más terribles circunstancias. Jackeline du Pré tenía garra: la inglesa encarnaba los más excelsos valores del género humano. En su extraordinaria vida logró sobreponerse a los peores momentos. ¿Cómo explicar la fortaleza y alegría que conservó hasta en las etapas más deprimentes de su larga enfermedad?
Un presagio de adversidad puso a prueba su temple cuando debutaba en concierto de violonchelo en Londres, en 1961, a la temprana edad de 16 años. En pleno concierto una cuerda se empezó a aflojar y se desafinó. Jackeline, sin inmutarse, identificó el problema, ajustó la cuerda, y empezó de nuevo como si nada. Su actitud sincera y tranquila le ganó los ensordecedores aplausos de una delirante multitud.
Sólo diez años transcurrieron en el embriagador intervalo del debut y su enfermedad; tiempo en el que compartió la gloria y las prestigiadas salas de conciertos internacionales con famosas orquestas y destacados directores del mundo: la instrumentista más sobresaliente que haya dado Inglaterra. Nadie ha logrado igualar su extraordinaria interpretación.
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Tenía sólo cuatro años cuando en la radio por primera vez escuchó un violonchelo. En ese instante supo que lo quería tocar siempre. Su madre, pianista profesional, le compró un instrumento de tamaño normal y le escribía melodías. Juntas, las interpretaban. El inocente gusto por tocar, su extraordinaria memoria, y una enorme capacidad de trabajo, hacían de ella un diminuto volcán. La pequeña reunía los elementos que aseguran el éxito: amor a la vida, entusiasmo, trabajo, tenacidad y disciplina. A los once años ganó el premio Sugia, y para los trece ya había obtenido todos los premios de la Escuela de Música Guildhall.
En el pináculo de la fama, y después de acumular honores y premios en todo el mundo, supo que su carrera de concertista había terminado. Se disponía a interpretar a Brahms en el Carnegie Hall de Nueva York, cuando se entumecieron los dedos de sus manos: esclerosis múltiple. Pero aunque su universo pareció derrumbarse porque el sentido de su vida era contagiar al público con la alegría y la embriaguez de la música, Jackeline du Pré ajustó las velas y cambió de rumbo.
Encontró un nuevo sentido a su vida: empezó a dar clases de violonchelo a alumnos avanzados. Más que enseñar, inspiraba. Cuando se agravó su enfermedad, ajustó las velas de nuevo. Como ya no podía tocar, las palabras serían su música: empezó a leer y a escribir poesía. Con el fondo musical de la Orquesta de Cámara inglesa dirigida por su marido, narraba cuentos clásicos, con el mismo entusiasmo que solía manifestar en sus conciertos. A través de los cuentos, Jackie logró inspirar los más profundos y nobles sentimientos en los niños y en los jóvenes.
La enfermedad paulatinamente la privó del uso de las extremidades, del control muscular, de la vista, del habla. Pero dejó intacto su corazón, el cual se volcó en amor y generosidad por los demás enfermos de esclerosis múltiple. Creó el Fondo de investigación Jacqueline de Pré y el Fondo para Violonchelistas.
Dicen que lo que se requiere para afrontar la adversidad no tiene nombre. Unos dicen que se llama fe. Otros le llaman agallas. Más bien es una combinación: una fe creadora que arranque de las regiones más remotas del espíritu esa fortaleza de ánimo que permite a cada persona en crisis pararse sobre sus propios pies, a pesar de las tormentas. Valoró sus recursos, ajustó las velas, y encontró un camino nuevo.
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