Luz Inextinguible: El Legado de Michael Gaynor
Luz Inextinguible: El Legado de Michael Gaynor
por: Héctor H. Lopez
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Luz Inextinguible: El Legado de Michael Gaynor
por: Héctor H. Lopez
Hay luces en nuestras vidas que, una vez encendidas, nunca se apagan por completo. Aunque parpadeen y se desvanezcan, su calor persiste, su resplandor queda grabado en el alma, iluminando nuestro camino en los momentos más oscuros. Michael Gaynor fue una de esas luces en mi vida—un mentor, un amigo, un hombre que, con su serena fortaleza y sabiduría sin límites, moldeó no solo mi carrera, sino también las mismas líneas de mi existencia.
Hablar de Michael es hablar de historias—historias tejidas con una magistral mezcla de suspense, humildad y humor. Era un tejedor de conexiones, cada hilo una vida que tocaba, cada nudo un lazo que forjaba. Recuerdo la primera vez que nos conocimos, un almuerzo en un conocido restaurante de Villanova, Pennsylvania. Allí, rodeados de las formalidades de una introducción profesional, Michael destacó—no por imponer su presencia, sino por sacar a relucir la presencia de los demás. Hacía las preguntas que importaban, aquellas que desbloqueaban las historias dentro de cada uno de nosotros, y luego compartía las suyas propias, siempre conectándolas con algo personal, algo que te hacía sentir visto, comprendido.
Era este don para la conexión lo que lo hizo amado en lugares lejanos a su hogar, en rincones del mundo donde su nombre se convirtió en sinónimo de calidez, confianza y amistad. América Latina, donde tuve el privilegio de seguir sus pasos, fue uno de esos lugares. No necesitaba de las redes sociales, ni dependía de los hilos digitales que hoy nos atan a la mayoría de nosotros. En su lugar, Michael llevaba consigo una agenda de cuero, un planificador lleno de nombres, fechas y detalles que solo alguien que realmente se preocupaba recordaría. Era, en muchos sentidos, un guardián de memorias—las tuyas, las mías y las de tantos otros que tuvieron la buena fortuna de cruzarse en su camino.
Nuestro lazo se forjó en momentos que trascienden lo ordinario, como aquella invitación inesperada para acompañarlo a un partido de baloncesto de Villanova en Austin. El viaje en sí fue una aventura—una que comenzó con entusiasmo y terminó con un fortalecimiento de confianza y amistad que nunca olvidaré.
Al abordar el vuelo privado de regreso a Filadelfia, el ambiente era jubiloso. Habíamos presenciado un juego increíble, conectado con exalumnos, y sentido la emoción de ser parte de algo más grande que nosotros mismos. Pero cuando el avión despegó, el clima cambió, y pronto nos encontramos atrapados en una tormenta que parecía decidida a poner a prueba nuestra determinación.
La turbulencia era como nada que hubiera experimentado antes—violenta, implacable y aterradora. El avión se sacudía y traqueteaba, las luces parpadeaban, y durante lo que pareció una eternidad, fuimos zarandeados como hojas al viento. Fue en ese momento, cuando el avión era arrojado por la tormenta, que Michael y yo nos tomamos de la mano—no por miedo, sino por un entendimiento compartido de que estábamos enfrentando algo más allá de nuestro control. Nuestras manos se entrelazaron, y lo que comenzó como un simple gesto de tranquilidad se convirtió en algo mucho más profundo.
Mientras nuestras manos se apretaban, recuerdo que Michael me miró con una calma firme en sus ojos. “Bueno, si este es el final, amigo,” dijo con una sonrisa irónica, “me alegra estar contigo.” Era el clásico Michael—inquebrantable, arraigado, y siempre capaz de encontrar humor en los lugares más inesperados.
Cuando finalmente aterrizamos, deslizándonos hasta detenernos en la pista cubierta de nieve, había un palpable sentido de alivio, pero también algo más—una conexión más profunda, un lazo que había sido puesto a prueba y había salido más fuerte. A la mañana siguiente, uno de nuestros compañeros de viaje, que había presenciado nuestro intercambio silencioso, se acercó a Michael y le dijo, “Lo más hermoso de ese momento difícil fue verte abrazar a tu hijo.”
Fue una broma entre amigos que nos seguiría durante años, una que Michael siempre sacaba a relucir con un brillo en los ojos. “Hectorito,” me decía, “estoy orgulloso de ser llamado tu papá de Villanova.” Y aunque siempre se decía con una sonrisa, la verdad detrás de esas palabras era algo que atesoraba profundamente. Ser llamado ‘hijo’ de Michael Gaynor no era solo una broma—era un honor, uno que llevo conmigo hasta la fecha.
Y luego estaban los momentos en los que me guió a través de las encrucijadas de la vida, como cuando hice una pausa en mi carrera profesional para postularme a un cargo público e incluso en la batalla contra el cáncer de mi madre. Michael, junto a Steve Merritt, me ayudó a navegar las inciertas aguas del cambio, creyendo en mí cuando más lo necesitaba.
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Incluso después del repentino fallecimiento de Steve, Michael se adelantó, no solo como mentor, sino como un hermano, ayudándome a sentar las bases de BeNeXT Global—una empresa construida tanto sobre la fuerza de nuestro lazo como sobre cualquier estrategia o plan.
Uno de los momentos más conmovedores ocurrió cuando dejé Villanova. Michael, siempre atento, me obsequió entradas para el Mundial en Brasil—un regalo sugerido por su hijo, Nicholas. Nicholas, quien enfrentaba sus propios desafíos con una gracia y fortaleza que desmentían su edad, entendió mi amor por el fútbol y pensó que este sería el regalo perfecto para mi despedida. Fue un gesto que habló volúmenes, no solo sobre la generosidad de Michael, sino sobre la profunda conexión que todos compartíamos. Aunque no pude hacer el viaje, el verdadero regalo fue la confianza que Michael y Nicholas depositaron en mí, el apoyo que me brindaron, y el lazo silencioso y no dicho que nos unía.
Michael era un hombre que entendía que las cosas más importantes en la vida—el amor, la amistad, la conexión—no son cosas por las que se busca reconocimiento. Son regalos que se dan libremente, sin expectativas, sabiendo que al dar, se recibe algo mucho mayor. Vivía esta verdad cada día, y es una lección que llevo conmigo mientras emprendo mi propio camino como padre.
Nuestra última conversación fue sobre este nuevo capítulo en mi vida. Lo llamé para compartirle la noticia del próximo nacimiento de mi hijo, y respondió con la emoción de un padre orgulloso, diciéndome cuánto esperaba ponerse al día en Filadelfia. “Avísame con tiempo,” dijo, “y dedicaremos un buen rato solo para estar juntos.” Planeamos para eso, pero el destino tenía otros planes.
Ahora, al mirar hacia atrás, me doy cuenta de que el mayor honor que podría recibir fue ser llamado ‘hijo’ de Michael Gaynor. Siempre se decía con una sonrisa, con la calidez de una broma entre amigos, pero llevaba consigo una verdad que atesoro profundamente. Soy quien soy hoy gracias a Michael, gracias a la luz que trajo a mi vida, una luz que nunca se desvanecerá.
Michael, que Dios te acompañe en tu viaje, mi querido amigo. Sé que nos volveremos a ver algún día, en un lugar donde las historias nunca terminan y los lazos que hemos forjado solo se hacen más fuertes. Hasta entonces, llevo tu legado adelante, en mi trabajo, en mi vida, con mi hijo y en la forma en que aspiro a guiar a otros como tú me has guiado a mí.
Por favor considera donar al GoFundMe de Michael para apoyar a su familia durante este tiempo:
https://www.gofundme.com/f/show-your-love-for-michael-gaynor-and-his-family?utm_campaign=fp_sharesheet_ai&utm_content=amp1v2&utm_medium=customer&utm_source=copy_link
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