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Los regalos del Niño

Al principio observaron de lejos la escena de Natividad: el Salvador del mundo, un niño envuelto en simples pañales, recostado en un pesebre. ¿Será éste el…

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Al principio observaron de lejos la escena de Natividad: el Salvador del mundo, un niño envuelto en simples pañales, recostado en un pesebre. ¿Será éste el Mesías? Los pastores llegaron al portal de Belén guiados por la estrella esperando que los condujera a un palacio para encontrar al Mesías ataviado con lienzos finos y una corona aderezada con las joyas más hermosas jamás contempladas por ojo humano. Jamás imaginaron encontrarlo en un establo. Tal vez de momento se sintieron defraudados. Imaginaban un pequeño príncipe con armadura de oro con muchos regalos para ellos, quien los liberaría de la opresiva miseria en que vivían.

Al acercarse un poco más advirtieron que el pesebre parecía estar envuelto en el sortilegio de los rayos de plata de la luna, y las pajas en que estaba recostado el Niño despedían una luminosidad tan radiante como el oro de los rayos del sol.  La tierra misma se había vestido de blanco con sus mejores galas de encaje y pureza de nieve para recibirlo. El recién nacido se había ubicado en el centro natural del universo en comunión perfecta con su entorno. Escogió para nacer un lugar abierto, en el cual participaran todos los elementos de la creación.

Cada elemento parecía decirles algo a los pastores. La estrella era símbolo de trascendencia; en la amorosa mirada con que José y María envolvían al Niño, podía advertirse –sin lugar a dudas– la enorme capacidad de amar, facultad por excelencia de la humanidad.  La fidelidad de las criaturas de la tierra estaba representada por los animales que rodeaban el pesebre para darle calor al recién nacido. El establo, iluminado por el resplandor de los astros, representaba un espacio abierto hasta el infinito, en espera de la visita de todos aquellos que quisieran conocer al Salvador.

Días después, los Reyes Magos siguieron la estrella que los condujo al lugar donde había nacido el Mesías. Era enorme su curiosidad por saber cuál había sido el pueblo elegido para que de él naciera el Salvador.  El Niño Jesús era heredero de un pueblo con una muy fuerte visión religiosa de la vida, característica de la cultura israelita del pueblo judío, cuyos valores de confianza, servicio, disponibilidad, amor a la vida, solidaridad, y una enorme fe y alabanza a Dios estaban presentes en la familia que escogió para nacer en su seno: el vaso perfecto para contener la realidad espiritual del Salvador de los hombres.  Los ángeles mismos se extasiaron ante el portentoso acontecimiento.

Para los Reyes Magos, máximos representantes de la ciencia y de la sabiduría de su tiempo, el cuerpo desnudo del Niño iluminado por los astros y calentado por las criaturas de la Tierra significaba una ausencia de soberbia y una enorme disponibilidad y humildad interior. Dios se había hecho presente en medio de una sencillez enternecedora en el silencio, lejos del bullicio de la ciudad.  Se dejaron cautivar por aquella escena en el portal de Belén, que por ser tan humana, era divina.

Los Reyes Magos jamás habían presenciado un nacimiento tan rico y original que lograra integrar todos los elementos de la naturaleza en armonía, como el que se había dado en ese humilde establo.  Para ellos significaba una invitación a todos los seres de la tierra a una convivencia fraternal. Comprendieron que en el alma de todos los seres humanos de todos los tiempos reside una fuerza poderosa para vivir en armonía: la fe, la esperanza y el amor. Los pastores, los ángeles y los Magos se inclinaron en veneración a los pies de aquél Niño, el Salvador del mundo.

En su sencillez, los pastores  percibieron el amor y la ternura de la Familia de Nazaret.  Los reyes, en su sabiduría, intuyeron que el Reino de Dios jamás sería de poder ni de materia, sino una realidad espiritual que desencadenaría para siempre la buena voluntad entre los hombres. El Niño trajo tres regalos a la humanidad: luz, sal y levadura. 

El cristianismo debe iluminar primero la mente, llenar la existencia de sentido, y fermentar los corazones para mejorar la calidad de vida de todos los que vivimos en este mundo. Donde hay guerra, debe hacer la paz, donde hay odio, amor, donde hay explotación, justicia. Con delicadeza, como la luz. Con sabor, como la sal. Como levadura, en forma rápida y misteriosa.

Después de más de 2000 años los regalos del Niño Jesús siguen esperando ser descubiertos por todos los habitantes de la tierra: paz, amor, y justicia.

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