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Para nadie es un secreto que las relaciones de América Latina con Estados Unidos han sido desiguales. Siempre. Apoyo a dictaduras, invasiones, derrocamiento de presidentes, inequidad comercial, presiones indebidas…
El 20 de abril se encontraron los presidentes Gustavo Petro y Joe Biden en la Casa Blanca con una cambio notorio en la agenda bilateral, que se ha venido gestando desde que Petro asumió la Presidencia de Colombia hace ocho meses, en medio de la expectativa por ser el primer gobierno con orígenes en la izquierda en ese país.
Más allá de las fotos, la reunión tiene un telón de fondo trascendental, no solo por la postura de Colombia, sino por el significado para América Latina.
Colombia volvió al multilateralismo y se puso en marcha una nueva forma de relacionarse con Estados Unidos, priorizada por la lucha antidrogas en más de tres décadas. El ‘arquitecto’ del cambio en la relaciones ha sido Luis Gilberto Murillo, el embajador de Colombia en Estados Unidos. Es el primer afrocolombiano que ocupa ese cargo, tan importante en la política colombiana que ha sido el escalón previo para un importante número de presidentes colombianos.
Murillo es ingeniero, experto en temas ambientales, defensor de derechos humanos y vocero de millones de colombianos históricamente excluidos. Como embajador, recuperó las maltrechas relaciones con Estados Unidos, afectadas seriamente durante el gobierno de Iván Duque (2018-2022) por apoyar abiertamente desde el partido de gobierno la candidatura de Donald Trump, violentando el principio de no intervenir en la política interna.
El embajador tiene excelente interlocución con representantes de todo el espectro político y gremial en Estados Unidos, sin exclusiones. Desde esa visión, ha planteado abiertamente el fracaso de la política antidrogas promovida por Estados Unidos en Colombia. Ahora lo que se busca cambiar es que se ataque directamente el negocio, no acabar los cultivos de uso ilícito fumigándolos con glifosato (un veneno) y que el Estado tenga una presencia efectiva en los territorios donde se cultiva la hoja de coca, salvaguardando a los campesinos que han sido vinculados a la fuerza al negocio transnacional del narcotráfico.
Se ha planteado también la revisión del Tratado de Libre Comercio, para que sea equitativo, se ajuste a la nuevas realidades del mercado y se disminuya la brecha en la balanza comercial.
Por otro lado, se invitó a Estados Unidos a apoyar la política de paz total de Colombia, como lo hizo en las negociaciones con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), que llevaron a la firma del Acuerdo de Paz en el 2016.
En su gestión diplomática, Murillo prioriza la diversidad cultural, étnica y ambiental de Colombia y la inclusión como factores para desarrollar la agenda con Estados Unidos, que se ha tratado en doble vía, teniendo en cuenta los intereses comunes y las diferencias.
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Ha significado, entre otras cosas, conectar a ciudades colombianas con estadounidenses para acercarlas en proyectos comunes, como también a pequeños y medianos empresarios, ignorados antes cuando se reservaba el intercambio al gran capital. No más el pasado 24 de abril se realizó en Washington una feria comercial con 60 empresarios colombianos interesados en acceder al mercado de los Estados Unidos, a través de empresas de los mismos sectores y tamaños interesadas en productos colombianos.
Murillo ha propiciado encuentros entre altos funcionarios de ambos gobiernos en temas de justicia, defensa, economía, educación, paz, cambio climático… Y avanza en propuestas para atender el fenómeno migratorio. La agenda incluye también temas de desarrollo sostenible, puertos, turismo y energías renovables.
A esto se suma la preocupación de Colombia por la paz en la región, por lo que lidera el diálogo franco entre el gobierno de Venezuela y la oposición, así como el levantamiento de las sanciones impuestas por Estados Unidos. Es algo opuesto a lo ocurrido durante el gobierno de Duque, que apoyó aislar a Venezuela del contexto internacional.
Asimismo, Colombia ha recuperado el liderazgo internacional en lo ambiental, con el cambio climático como prioridad. Por eso, el embajador Murillo lo ha puesto sobre la mesa para tener en Estados Unidos un socio en la transición energética y en otras medidas que salven al planeta. En la reunión del 20 de abril, Biden estuvo de acuerdo con la propuesta de Petro de pagar deuda externa a cambio de acciones contra la crisis climática y se la presentará al Fondo Monetario Internacional (FMI). También se comprometió con 500 millones dólares para un fondo de protección de la Amazonía que impulsa Brasil.
Puede resultar una diferencia sutil, pero la verdad es que ahora Colombia y Estados Unidos no son aliados. Son socios estratégicos, significando cambios en la agenda bilateral y el rompimiento del desequilibrio en la relación.
(*) Periodista, escritor y politólogo colombiano, editor de AL DÍA
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