Los niños inmigrantes tienen derecho a ir a la escuela
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Donald Trump ha construido su campaña por la presidencia alrededor de la promesa de levantar un muro en la frontera y deportar 11 millones de inmigrantes indocumentados. El presunto candidato republicano está consciente de que para muchos de ellos, volver a los países desgarrados por la violencia y la miseria de los que escaparon, significa una muerte segura. Pero eso, obviamente, no le quita el sueño.
La posición extrema del multimillonario neoyorquino deja en claro una vez más que, cada vez que pensamos que los racistas y nativistas ya no pueden caer más bajo en cuanto a miseria humana se refiere, estos encuentran maneras nuevas y más despreciables de demostrar lo contrario.
La última de ellas, como reportara Prensa Asociada el lunes, consiste en privar a miles de niños inmigrantes de su derecho a recibir una educación. Según el reportaje, a los niños sin acompañantes de El Salvador, Guatemala y Honduras se les niega matricularse en las escuelas o
se les dirige a supuestos programas alternativos que se convierten en callejones sin salida académicos.
“Es como si estviéramos empecinados en que no tengan nada, nada positivo en sus vidas”, señaló una airada amiga.
Sí, así es. Esta acción injustificable sucede en al menos 35 distritos en 14 estados y posiblemente sea una violación de las leyes federales. Todos los niños, según leyes que se aplican a los 50 estados, deben asistir a la escuela hasta el octavo grado por lo menos o hasta
que cumplan 16 años.
Pero más allá de cualquier ley, la decencia humana más elemental debiera ser suficiente motivación para poner fin a estos abusos.
No estamos hablando acerca de gente que llegó a este país persiguiendo el proverbial “sueño americano”, sino de niños –¡niños!-- que tratan desesperadamente de salvar su vida.
La verdad es que como nación, como seres humanos que profesamos creer en la justicia y la compasión, les debemos a estos niños mucho más que la oportunidad de ir a la escuela.
Después de todo la explosión de violencia y desesperanza que sacude a América Central es producto en gran medida de la historia de abusos por parte de Washington que ha invadido esos países, derrocado gobiernos democráticos y financiado devastadores conflictos armados.
Lo peor de todo es la violencia de las pandillas criminales y los carteles de la droga alimentados por el multimillonario mercado ilegal de la droga en EE.UU.
De lo que no cabe duda es de que los números pueden aumentar o disminuir, pero mientras las condiciones en sus países no cambien, seguirán llegando familias y niños solos porque no les queda otra alternativa.
Del lado de los demócratas, aunque tanto Bernie Sanders como Hillary Clinton han declarado su apoyo a una reforma de inmigración, la política de deportaciones masivas de Obama –la cual incluye la cruel expulsión de los niños centroamericanos—muestra con toda claridad que las
palabras y las promesas se las lleva el viento.
No obstante, por tenues que sean las esperanzas para el futuro de esos niños, su padres y todos los inmigrantes, las mismas están irremediablemente ligadas a que Clinton o Sanders sea el próximo presidente de EE.UU.
Este noviembre las opciones no son como para entusiasmar a nadie, pero para los inmigrantes y sus defensores no habrá duda de por quién votar. Y seguro que no va a ser Donald Trump.
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