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Donald Trump. Foto: EFE
Donald Trump. Foto: EFE

Lo que el ascenso de Donald Trump dice sobre nosotros

La política es un reflejo de la sociedad. El hecho de que uno de nuestros partidos está a punto de nominar a un cascarrabias, grosero, ignorante empresario…

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La política es un reflejo de la sociedad. El hecho de que uno de nuestros partidos está a punto de nominar a un cascarrabias, grosero, ignorante empresario cuya característica definitoria es su ego, pone de relieve que hay más de Donald Trump en nosotros mismos de lo que estamos dispuestos a admitir.

Antes de que hubiera un movimiento “anti-Trump”, la antigua Roma experimentó el movimiento “anti-César”. Uno de los líderes de ese movimiento fue el político romano ‘Catón el Joven’, quien hizo lo impensable —criticó al electorado—. Catón observó, “hace mucho tiempo que hemos perdido el nombre real de las cosas... a regalar el dinero de otras personas le llaman generosidad. La mala conducta flagrante se llama coraje. Hemos llegado al punto de no retorno y está matando a nuestro país”. Si el pasado es realmente el prólogo, entonces las observaciones de ‘Catón el Joven’ sobre la sociedad romana en el nadir de la república romana son la introducción perfecta para el Sr. Trump.

Los presuntos atributos más fuertes del Sr. Trump incluyen su disposición a “decir las cosas como son”, su supuesto valor de cara a la corrección política y su bravuconería. Sustituye personalidad por política, argumentando que su sola presencia “hará a Estados Unidos grande otra vez”. Tal como observó Catón, estos atributos reflejan una sociedad que ha perdido su barco, que confunde “mala conducta con coraje” y ya no entiende el “nombre real de cosas”. Al final, Donald Trump es un actor y un demagogo actuando ante los aplausos de la multitud.

Pero, ¿qué dice esto acerca de nuestra sociedad? ¿Quienes  somos?

Somos una sociedad definida por el ego.  En la era de los medios sociales, lo más importante es la promoción de uno mismo. Igual que Trump, debemos mostrar al mundo nuestra grandeza mediante la publicación de un flujo continuo de contenido catalogando nuestras vidas en las redes sociales –– sin importar cuán honesto, importante, o apropiado. Ningún detalle es demasiado trivial cuando cada persona es una marca, y el número de ‘likes’ o ‘retweets’ define nuestro valor. Hemos olvidado la humildad y el decoro.

Somos una sociedad obsesionada con la reacción visceral. Las misivas de Donald Trump en Twitter se han hecho famosas por su virulencia y falta de reflexión. Hoy en día la velocidad de la reacción es más importante que la sustancia. En la carrera por mostrar la respuesta más cruda y más innovadora posible, la consideración y los buenos modales se han convertido en una ocurrencia tardía. La razón y la sensatez requieren de reflexión. 

Somos una sociedad consumida por la victimización. Cuando fracasamos, debemos mostrar al mundo que nuestros errores pertenecen a otros. Reconociendo que a menudo somos los autores de nuestra propia desgracia, y la responsabilidad personal que viene con ello, es inaceptable en un mundo que nos obliga a exclamar continuamente nuestra propia grandeza. En este sentido Trump es la figura perfecta para nuestra época. Cuando pierde, el sistema político está manipulado. Cuando gana, es debido a su propio genio.

Somos una sociedad consumida por la victimización. Cuando fracasamos, debemos mostrar al mundo que nuestros errores pertenecen a otros…En este sentido Trump es la figura perfecta para nuestra época. Cuando pierde, el sistema político está manipulado. Cuando gana, es debido a su propio genio.

Somos una sociedad que ha perdido el nombre real de las cosas. Aplaudimos el “valor” de un candidato que protesta contra la corrección política y abuchea a sus oponentes. Sin embargo, el valor real requiere la audacia de mostrar madurez y moderación. El coraje falso, aquel marcado por nuestro deseo reflexivo a decir las cosas como son — es jactancia.

A la sombra de la inminente nominación republicana del Sr. Trump, debemos tener en cuenta los atributos del segundo candidato del partido republicano. Un candidato lo suficientemente humilde como para preguntar, no si Dios está de su lado, pero si él está  “del lado de Dios”. Abraham Lincoln inspiró a través de la virtud. En medio de la Guerra Civil estadounidense no recurrió a la insolencia o la demagogia. Al tratar con un oponente político demostró magnanimidad. “Usted tiene más de esa sensación de resentimiento personal que yo. Tal vez yo tenga demasiado poco de ella; pero nunca pensé que valió la pena. Un hombre no tiene tiempo para pasar la mitad de su vida en peleas”. Lincoln, a través de sus palabras y hechos, hizo un llamamiento a los “mejores ángeles de nuestra naturaleza”.

Todos podríamos beneficiarnos de imitar el ejemplo de Lincoln. Puede que no sea presumido o auto-promocional, pero comportarse de otro modo es comportarse como Trump.

 


 

Este artículo de opinión forma parte del programa de columnistas de AL DÍA. 

 

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