[OP-ED]: Trump y su ideal de mundo postamericano
El discurso de Donald Trump frente a las Naciones Unidas tuvo un mensaje muy claro: el resurgir del nacionalismo y el avance hacia un nuevo escenario…
El discurso del presidente Donald Trump frente a las Naciones Unidas se entendió muy bien. Fue una extraña mezcla de temas y tonos, donde celebró primero la realpolitik y luego afirmó la importancia de la libertad y la democracia. No obstante, hubo un tema que sobresalió por encima de los demás: aceptar el nacionalismo como el nuevo orden de la política internacional y con ello, alentar el ascenso hacia un mundo postamericano, en el que EEUU ya no sea el centro de la geopolítica mundial. Un enfoque único en un presidente estadounidense.
Analizemos primero la mezcla. Al principio de su discurso, Trump afirmó: “En Estados Unidos, no buscamos imponer nuestro estilo de vida a nadie.” Pero luego, unos pocos minutos después, Trump procedió a castigar a Corea del Norte, Irán, Venezuela y Cuba por sus sistemas políticamente antidemocráticos, y demandó virtualmente que todos ellos se conviertan en democracias liberales al estilo occidental.
El peligro de este tipo de retórica tan elevada por parte de un presidente de EE.UU. es que siempre ha sido aplicada selectivamente, por lo que es percibida como cínica por el resto del mundo, como una manera de disfrazar los intereses estadounidenses. Trump llevó esta hipocresía a un nuevo nivel. Denunció a Irán por su falta de libertades y casi al mismo tiempo realizó un comentario favorable sobre Arabia Saudí. Bajo cualquier criterio (derechos políticos, tolerancia religiosa, libre expresión), Irán es una sociedad mucho más abierta que Arabia Saudí, un país regido por una monarquía absoluta aliada con el orden religioso más fanático del mundo, donde las iglesias y sinagogas están prohibidas.
Pero la idea central del discurso de Trump fue el nacionalismo. Y para celebrar la soberanía y el nacionalismo, y definir así su nuevo enfoque hacia las relaciones internacionales, recurrió a un extraño ejemplo: las palabras expresadas por el presidente Harry Truman en apoyo al Plan Marshall: algo “hermoso” y “noble”.
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Sin embargo, ¿hay alguien que pueda imaginar a Donald Trump apoyando de veras el Plan Marshall? Fue un programa de ayuda exterior masivo, administrado por burócratas del gobierno para ayudar a los extranjeros a revivir sus industrias, las cuales se acabaron convirtiendo en competencia para las empresas estadounidenses. Con el Plan Marshall, Washington se gastó, en términos de porcentaje del PIB, aproximadamente cinco veces más que lo que se gastó durante la fase de combate de la guerra en Afganistán. Para lograr que el Plan Marshall funcionase, Washington alentó a las naciones europeas a ceder soberanía económica y crear la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, que fue el origen de la Unión Europea.
La frase más significativa del discurso de Trump, pronunciada de forma muy teatral, fue la siguiente: “Como presidente de Estados Unidos, siempre colocaré a Estados Unidos en primer lugar, así como ustedes, como líderes de sus países siempre lo harán y deberán siempre pensar en sus países primero.”
Es cierto que es lo mismo que que han venido diciendo durante las últimas décadas países como Rusia y China. Durante los últimos 70 años, el gran debate entre las naciones ha sido entre aquellas que sostenían intereses nacionales limitados y aquellas que creían que la paz duradera y la prosperidad dependían de la promoción de intereses comunes más generales. Esto último, concebido por FDR y apoyado por cada presidente estadounidense desde entonces, es lo que trajo como consecuencia las Naciones Unidas y todas las organizaciones que monitorean y velan por asuntos transfronterizos como el comercio, la industria turística, las epidemias, el crimen o el cambio climático. Problemas que requieren ser gestionados a nivel regional o global.
Sin embargo, Donald Trump dice estar cansado de que EE.UU. sea el líder mundial. En su discurso, se quejó de que otros países sean injustos en sus acuerdos con Estados Unidos, y de que, de alguna manera, la nación más poderosa del mundo, que domina casi todo foro internacional, está siendo maltratada. Su solución - la vuelta al nacionalismo- recibiría una afectuosa bienvenida por parte de las principales potencias mundiales, Rusia y China, pero también de países como India y Turquía, que tienden a actuar sobre la base de sus intereses particulares. Por supuesto, eso significará una aceleración precipitada hacia un mundo postamericano, es decir, un panorama en el que estos países moldearán políticas e instituciones, descaradamente para su propio beneficio, en vez de alguno más general.
Trump protestó también sobre el hecho de que Estados Unidos financia el 22 por ciento del presupuesto de las Naciones Unidas, que en realidad es es el que le pertoca, ya que es aproximadamente equivalente al porcentaje de Estados Unidos en el PIB mundial. Si disminuyera el apoyo estadounidense, tal vez se sorprendería de cuán rápido un país como China vendrá a llenar la vacante. Y una vez que lo haga, China dominará y moldeará a su gusto las Naciones Unidas, y a la agenda mundial, tal como lo ha hecho Estados Unidos durante siete décadas. Quizás los chinos sugieran que la sede de la organización sea trasladada a Beijing. Ahora que lo pienso, liberaría acres de tierra en el East River, donde Donald Trump podría construir unos cuantos condominios más.
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