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La irreflexión y los rumores nos están llevando al desastre. Sin brújula: cada quién ve lo que quiere ver, oye lo que quiere oír, y dice lo que se le antoja. Corremos el riesgo de perder, inclusive, la soberanía de nuestra nación a lengüetazos.
La irreflexión y los rumores nos están llevando al desastre. Sin brújula: cada quién ve lo que quiere ver, oye lo que quiere oír, y dice lo que se le antoja. Corremos el riesgo de perder, inclusive, la soberanía de nuestra nación a lengüetazos.

[OP-ED]: Rumores

 Un jeroglífico persa encontrado en una piedra de mármol en la ciudad de Persépolis, decifrado por un misionero en el año 1730, dice: 

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_No juzgues todo lo que ves, porque el que juzga todo lo que ve muchas veces juzga lo que no es. 

_No creas todo lo que oyes, porque el que cree todo lo que oye muchas veces cree lo que no debe.

_No digas todo lo que sabes, porque el que dice todo lo que sabe muchas veces dice lo que no conviene.

Los persas sabían la fuerza tan destructiva que puede tener un rumor. Es un enemigo invisible que ataca por la espalda. No existe posibilidad alguna de defenderse de él. 

Cuentan que un hombre arrepentido de haber iniciado un rumor que destruyó la honra de una persona, lloró su culpa, y quiso enmendar su falta. Se acercó al que había ofendido, y le dijo: “Perdóname, ¿qué puedo hacer para devolverte la honra?”  Y le contestó: “Te perdono el daño que me hiciste, pero en cuanto a devolverme la honra, una vez que se ha atentado contra ella, es casi imposible recuperarla. Si tiras al viento las plumas de ave desde lo alto de la montaña, ¿Cómo podrás recogerlas? Así la honra y el prestigio, una vez que se pierde, ¿cómo recuperar la confianza?”

 Un rumor puede acabar con un individuo, y también puede acabar con una nación.

¿Cómo y por qué se inician los rumores? Algunas veces se inician en forma inocente, otras, en forma deliberada. Una persona esclava de sus temores puede, inocentemente, iniciar un rumor diciendo: “dicen que el dólar va a subir a 50 por uno”. Nadie le ha dicho tal cosa, nadie; la mueve un deseo inconsciente de buscar información que contradiga su afirmación, y en esa forma aliviar sus temores. Otra puede en forma ‘inocente’ afirma algo a manera de sondeo, pretendiendo con una mentira, obtener una verdad. Otra más desea llamar la atención e inventa algo ‘novedoso’, o puede relatar un hecho en forma descuidada, añadiendo o substrayendo algo, desvirtuando el acontecimiento. 

El rumor ‘inconsciente´ es uno de los más peligrosos porque el que lo inicia ni siquiera se da cuenta de lo que está haciendo: escucha algo, lo registra en su mente en forma equivocada por prejuicios personales o experiencias pasadas, y lo repite distorsionado, revistiéndolo con sus fantasías y suposiciones. 

Hay también el rumor deliberado, aquél que se genera en forma consciente con el objeto de perjudica a alguien o a algo, y que llega a alcanzar proporciones gigantescas. Hay mil formas de iniciar los rumores; inconscientes o deliberadas, ambas de consecuencia trágica, trátese de personas, o naciones. 

Para los mexicanos es el pan nuestro de cada día. Rumores van, rumores vienen, afectando nuestra economía, nuestro prestigio, nuestro decoro, nuestra confianza. Es muy grave perjudicar el buen nombre y el prestigio de las personas. Es funesto acabar con la confianza en la nación.

Hace tiempo le preguntaron a un gran estadista oriental a qué atribuía que su pueblo le siguiera tan fielmente, aún en épocas de crisis. Les contestó: 

_Al pueblo hay que darle tres cosas: alimentación confianza y ejército.

Su interlocutor, asombrado, respondió:

_¡Darle tres cosas a un pueblo con problemas, son demasiadas!

El estadista respondió:

_Pues entonces le quitaría el ejército y le dejaría las dos primeras.

El otro insistió: 

_Pero si tuviese que darle solo una de esas dos, ¿cuál preferiría?

Le quitaría yo la alimentación. Un pueblo, al igual que un hombre, puede carecer de todo, hasta de alimento, pero nunca subsistir sin confianza. Confianza en Dios, confianza en el futuro, confianza en su gobierno, confianza en sí mismo.

Este estadista era un hombre sabio. Sabía que el bienestar y la grandeza de una nación se fincan en la confianza; tal es su poder.

¿Confiamos los mexicanos en nuestros partidos políticos? ¿Confiamos en el INE, o en el TRIFE? ¿En la Suprema Corte de Justicia? ¿En los candidatos a la Presidencia de México?

La irreflexión y los rumores nos están llevando al desastre. Sin brújula: cada quién ve lo que quiere ver, oye lo que quiere oír, y dice lo que se le antoja. Corremos el riesgo de perder, inclusive, la soberanía de nuestra nación a lengüetazos.