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Lloremos “Matar un ruiseñor” pero no caigamos en el error de creer que sólo en las escuelas públicas se está envenenando el entorno en que nuestros jóvenes interactúan con la literatura.
Lloremos “Matar un ruiseñor” pero no caigamos en el error de creer que sólo en las escuelas públicas se está envenenando el entorno en que nuestros jóvenes interactúan con la literatura.

[OP-ED]: ¿Quién quiere matar al ruiseñor?

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Vivimos en una época en que algunos profesores universitarios que enseñan literatura occidental reciben protestas y son tildados de racistas en sus clases por centrarse en obras canónicas como la “Épica de Gilgamesh”; por eso, no es de sorprender que una obra tradicional y muy apreciada en el programa de la escuela pública sea retirada de la instrucción directa en el aula. 

Será una gran pérdida para los estudiantes de la ciudad de Biloxi, donde un 40 por ciento de la población es no-blanca y los ingresos familiares medios en el año 2015 fueron de 14.000 dólares menos que el promedio nacional. Esos estudiantes, como otros alumnos de la escuela media, de todas las razas y niveles de ingresos, se beneficiarían al explorar los difíciles temas de la raza, la clase social y las discapacidades físicas e intelectuales en un espacio en que profesionales capacitados pueden agregar un contexto histórico y actual.

El consuelo natural es recordar que aunque el libro de Harper Lee no será enseñado en el aula, seguirá estando disponible en la biblioteca de la escuela. Como maestra, pasé mucho tiempo en torno a la literatura infantil y juvenil, y apuesto a que una obra sutil como “Matar un ruiseñor” no tendrá la posibilidad de atrapar la atención de los lectores de la escuela media. 

¿Sabían que los distribuidores de libros juveniles, como Scholastic Corp., proporcionan atractivos videos de “sinopsis de libros” a los maestros y bibliotecarios de las escuelas para que los presenten antes de las ferias del libro? Sin duda, eso se hace para que los estudiantes estén al acecho de la última serie “Bad Kitty” o “Horizon”. 

Contrariamente a las esperanzas de los bibliófilos de todas partes, la próxima generación de lectores no va a recurrir a un libro tranquilo, como “Matar un ruiseñor”, para protestar contra una decisión programática administrativa cuando aparezca el siguiente tomo de “Serafina” y sea cautivada con la mágica historia del místico habitante de una mazmorra. Especialmente eso no ocurrirá cuando sus maestros les están vendiendo otro tipo de entretenimiento. 

Además, aunque la edad promedio de los maestros (42 años) no se ha modificado mucho en la última década, durante ese mismo período, los programas de instrucción pedagógica para maestros cambiaron su foco de alfabetización, pasando de los clásicos a selecciones que presentan diversidad y justicia social, y que supuestamente son más accesibles para las poblaciones crecientemente hispanas y negras de las escuelas públicas. 

Lo que nos lleva a otro tipo de censura en los foros dedicados a asegurar que los materiales juveniles reflejen poblaciones escolares diversas: Libros y autores violentamente criticados.

En un reciente artículo de Vulture.com, la escritora Kat Rosenfeld señaló que “Los libros juveniles están siendo blanco en los medios sociales de intensos vituperios, censuras y reproches--a veces antes de que nadie los haya leído.” 

Rosenfeld, tras detallar las campañas en Twitter y otras partes para impedir la publicación de libros que según algunos incluyen contenido que podría interpretarse como ofensivo--como personajes de características homofóbicas o racistas--señala que a la audiencia principal de esos libros no le gustan esos dramas en los medios sociales. 

“En una interesante vuelta de tuerca, los adolescentes que componen la principal audiencia [de la literatura juvenil] se están hartando de esos dramas constantes, a menudo impulsados por adultos,” escribió Rosenfeld. “Algunos han recurrido a hablar de los libros en otros canales o en hashtags exclusivamente de adolescentes--o han desertado a otras plataformas, como YouTube o Instagram, que no se inclinan tanto a la dinámica de las turbas. … Otros están reaccionando en contra.” 

Pero los insultos y críticas en línea continúan. 

La semana pasada, retractaron una elogiosa reseña en Kirkus Reviews de la novela juvenil “American Heart”, de Laura Moriarty, porque una turba de los medios sociales vociferó qué partes del libro promovían la supremacía blanca y que hacían suposiciones desfavorables sobre los musulmanes. Eso ocurrió aún cuando la novela--que no se publicará hasta enero--fue reseñada por una mujer musulmana, experta en literatura infantil y juvenil.

Lloremos “Matar un ruiseñor” pero no caigamos en el error de creer que sólo en las escuelas públicas se está envenenando el entorno en que nuestros jóvenes interactúan con la literatura.

En esta época turbulenta, un creciente número de expurgadores de los medios sociales parece tomar en forma literal esta cita de la obra de Ray Bradbury, “Fahrenheit 451”: “Un libro es una pistola cargada en la casa de al lado. Quémenlo. Saquen el tiro del arma.” Y representan una fuerza mucho más difícil con la que lidiar que la mera censura del gobierno.