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 Las imágenes impuestas y las noticias maquilladas –distorsión “interesada” de la realidad- hacen necesario un cuestionamiento responsable, a fondo. Cada palabra que se dice llega al instante a todos los rincones del planeta. Esto obliga en consciencia a pensar antes de informar, a medir las consecuencias de cada palabra. 
 Las imágenes impuestas y las noticias maquilladas –distorsión “interesada” de la realidad- hacen necesario un cuestionamiento responsable, a fondo. Cada palabra que se dice llega al instante a todos los rincones del planeta. Esto obliga en consciencia a…

[OP-ED]: La tentación del siglo

Llegó la hora de hacer una evaluación de los medios de comunicación. El fin primordial de todo comunicador social debe ser informar con toda fidelidad y…

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La irresponsabilidad social se traduce en desinformación y confunde y angustia a nuestro país. Comunicadores de radio, prensa y televisión han caído en las redes de la tentación del siglo: el amarillismo. Esta conducta desinformativa no ocurre sólo en México, sino que casi  se puede afirmar que en todo el globo terrestre. 

La irreflexión nos está llevando al desastre. Cada informador ve lo que quiere ver, oye lo que quiere oír, y dice lo que se le antoja. Sin medir las consecuencias. La información que se divulga en las redes sociales llega de manera instantánea, y los receptores suelen tomarla como un hecho consumado, sin verificar el contenido. 

Hoy más que en ningún otro momento de la historia nuestras circunstancias exigen una evaluación de toda información transmitida. Las imágenes impuestas y las noticias maquilladas –distorsión “interesada” de la realidad- hacen necesario un cuestionamiento responsable, a fondo. Cada palabra que se dice llega al instante a todos los rincones del planeta. Esto obliga en consciencia a pensar antes de informar, a medir las consecuencias de cada palabra. 

La desinformación es asunto delicado. Sólo podremos practicar la democracia en la medida en que seamos responsables. Justo después que hayamos aprendido a pensar antes de hablar. Nuestra estabilidad nacional y nuestras relaciones internacionales exigen alta fidelidad de los comunicadores sociales: purificar los mensajes y despojarlos de contaminantes. Desinfectar los comunicados de pasiones humanas y de intereses personales. Los sucesos se arropan con odios y prejuicios, y se colorean con mil tonalidades al distorsionar los hechos con interpretaciones ilegítimas.

El amor a la patria es una planta que crece con lentitud y tiene que aguantar las sacudidas de la adversidad antes de merecer su nombre. Sólo podremos tener esperanza en el futuro de la patria cuando antes le tengamos amor. El amor a la patria es un acto de fe. Quien tenga poca fe en ella, también tendrá poco amor. Quien tenga poco amor, no tendrá responsabilidad social. Y la irresponsabilidad engendra rumores. Y los rumores nos están matando.

Un rumor puede acabar con un individuo. También con una nación. El rumor es un enemigo cobarde que ataca por la espalda. No existe posibilidad alguna de defenderse de él. Los persas ya conocían su poder destructivo. Un jeroglífico persa encontrado en una piedra de mármol en la ciudad de Persépolis, decifrado por un misionero en el año de 1730 dice: “No juzgues todo lo que ves, porque el que juzga todo lo que ve muchas veces juzga lo que no es. No creas todo lo que oyes, porque el que cree todo lo que oye muchas veces cree lo que no debe. No digas todo lo que sabes, porque el que dice todo lo que sabe muchas veces dice lo que no conviene.”

En nuestros tiempos el rumor es el pan nuestro de cada día. Rumores van, rumores vienen. Afectan nuestra economía, nuestro prestigio, nuestro decoro, nuestra confianza. Si es grave perjudicar el buen nombre de las personas, es funesto el seguir fomentando el juego de los rumores cuando se trata de una nación.

Como ciudadanos de un país que ocupa un lugar preponrante dentro del nuevo orden mundial, tenemos un compromiso. Cada persona deberá entrar a su interior para descubrir el espacio donde todo es justo. El lugar de alta fidelidad desde el cual la mirada se vuelve diáfana, donde la realidad se contempla sin distorsión, donde las palabras no se equivocan al decir, donde los datos no llevan dolo.

El lugar donde Dios se revela al hombre, y el hombre, iluminado, es auténtico en el mirar, sentir, hablar y actuar.