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Donald Trump podría haber rápidamente comenzado a reformar la política estadounidense. Escuchó voces que otros no escucharon, entendió lo que esas personas querían escuchar y articuló la mayor parte. No obstante, cuando llegó el tiempo de dar, sucedió que no tenía ideas ni políticas serias, ni siquiera el deseo de buscarlas. EFE
Donald Trump podría haber rápidamente comenzado a reformar la política estadounidense. Escuchó voces que otros no escucharon, entendió lo que esas personas querían escuchar y articuló la mayor parte. No obstante, cuando llegó el tiempo de dar, sucedió…

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Tenemos un patrón interesante para ayudar a nuestra imaginación. Luego de la elección de Trump, un pequeño grupo de intelectuales a favor de Trump, tanto de izquierda como de derecha, se juntaron para lanzar un periódico, American Affairs, que prometía “la discusión de nuevas políticas que están fuera de los dogmas convencionales”. Es el mejor foro para la expresión de la ideología detrás del triunfo de Trump, y ha habido tanto interés en las opiniones del periódico sobre varios temas, que los editores abrieron la segunda edición con un pequeño resumen acerca de la postura de la editorial. 

Los editores aprueban cambios modestos a políticas estadounidenses habituales en el comercio, la inmigración y la política exterior, algunos de los cuales la administración está buscando. Pero en las preguntas centrales de la política económica nacional, American Affairs parece tener una diferencia marcada y ser genuinamente populista. En cuanto al tema que se encuentra en el centro de la ideología republicana, los impuestos, los editores declaran ser “aún escépticos de la ortodoxia conservativa que prescribe reflexivamente recortes fiscales como la cura para cualquier enfermedad”. 

Mientras se garantiza la reforma tributaria, “la reducción de tasas fiscales de altos ingresos resulta poco probable que aborde los principales desafíos económicos de ningún modo significativo”. Por el contrario, los editores recomiendan eliminar los mecanismos a través de los cuales los ricos se evaden de los impuestos. Además, el diario denuncia desregulación financiera y exige impuestos más altos en el fondo de cobertura y gestores de capital de inversión. Acepta gastos gubernamentales grandes y directos en infraestructura, advirtiendo contra basarse principalmente en el sector privado. En cuanto a la atención médica, los editores se presentan abiertamente a favor de la cobertura universal y sugieren dos opciones: el sistema de un pagador único o una versión del sistema suizo, el cual básicamente es Obamacare con una misión verdadera. 

Obviamente, esta no ha sido la agenda de Trump. Sin embargo, la lectura de estas ideas inteligentes plantea la pregunta interesante: ¿Por qué no? Todas las políticas propuestas más arriba habrían ayudado a las personas “olvidadas” cuya causa Trump defiende. 

Hasta el momento, ha habido dos características fundamentales en la presidencia de Trump. La primera consiste en que, lejos de ser un escape populista, ha seguido una agenda republicana bastante tradicional: derogar Obamacare, debilitar a Dodd-Frank, recorte de impuestos, desregular la industria. El plan de infraestructura anémico de Trump no es más que créditos fiscales para inversores privados. La única ruptura verdadera con la tradición republicana ha sido en la política exterior, donde Trump está siguiendo una agenda realmente bizarra y cambiante que parece estar inspirada en sus propias pasiones y molestias personales: la institución de prohibición de viajar, demandar el pago de aliados, aceptar a autócratas que lo halagan a él y a su familia. 

La segunda característica que define a la administración Trump ha sido la incompetencia. Tal como muchos han señalado, si Trump hubiese decidido comenzar su presidencia con una gran factura para la infraestructura, habría colocado a los demócratas en una posición terrible. Habrían tenido que apoyarlo, incluso si esto hubiese enfurecido a la base del partido. En vez de eso, Trump eligió la atención médica, un tema complicado y difícil, seguro para unir a su oposición y dividir a los republicanos. Consecuentemente, se ha hecho muy poco. Obamacare no se ha revocado, ningún dinero ha sido destinado para el muro fronterizo, el TLCAN aún sigue en pie, no hay ninguna ley de reforma tributaria ni tampoco existe un acuerdo para sacar a flote el tope de endeudamiento. Incluso en la desregulación, un área de amplia autoridad presidencial, se ha logrado poco en esencia. Varias de las acciones ejecutivas de Trump han consistido en “revisar” varias medidas. Un activista del medio ambiente me dijo que ha alentado a su personal al señalar que las palabras de la administración Trump raramente han sido seguidas por actos exitosos. 

Donald Trump podría haber rápidamente comenzado a reformar la política estadounidense. Escuchó voces que otros no escucharon, entendió lo que esas personas querían escuchar y articuló la mayor parte. No obstante, cuando llegó el tiempo de dar, sucedió que no tenía ideas ni políticas serias, ni siquiera el deseo de buscarlas. Solamente quería ser presidente, conocer a líderes mundiales, volar en Air Force One, indultar al pavo del día de Acción de Gracias, mientras delega la política pública real al presidente de la cámara Paul Ryan o al vicepresidente Mike Pence o a quien sea. Hasta entonces, Donald Trump ha resultado ser algo mucho menos revolucionario que lo esperado; un republicano uniforme, de grandes negocios, aunque incompetente, envuelto en ropa populista.