[OP-ED]: La locura de los vehículos autónomos
Los vehículos autónomos quizás no sean tan maravillosos como se dice. En verdad, podrían ser perjudiciales para nuestra seguridad y bienestar colectivos.
A menos que uno haya estado de vacaciones en Saturno, sabe que los vehículos autónomos son la siguiente Gran Cosa. Casi todas las empresas automotrices importantes (General Motors, Ford, Toyota, Mercedes) tienen un programa, a menudo en cooperación con empresas tecnológicas. Algunas de ellas, Google es un ejemplo prominente, tienen sus propios prototipos. En un estudio reciente, Navigant Research—una firma consultora—contó 18 proyectos.
Sin duda, el atractivo de los automóviles autónomos es poderoso. En 2015, 35.092 personas murieron en accidentes de carretera en toda la nación, expresa el Departamento de Transporte, que atribuyó el 90 por ciento de los accidentes a “error o elección humana”. Si esos individuos hubieran estado en automóviles autónomos, muchos de esos accidentes no habrían ocurrido, sostiene el argumento. Los peligros de beber, enviar mensajes de texto, exceder la velocidad y demás, se habrían reducido drásticamente.
La defensa más amplia de los vehículos autónomos sostiene que recobraremos las numerosas horas que pasamos sentados en el tráfico, enojados y perdiendo el tiempo. En lugar de eso, programaremos nuestro vehículo con su destino y nos conducirá a él, mientras nosotros dormitamos, vemos programas de TV y películas, trabajamos, leemos un libro o contemplamos el paisaje. Se recuperarán miles de millones de horas.
Existen algunos obstáculos obvios para ese futuro seductor. Bajo circunstancias favorables, llevaría años en materializarse. Hay aproximadamente 250 millones de automóviles y otros vehículos livianos (camionetas, etc.) en la carretera. En un año bueno, la industria vende 17 millones de vehículos. Aún si, a principios de 2018, todos esos vehículos fueron autónomos, llevaría 15 años reemplazar la flota actual.
Y esas suposiciones, obviamente, son poco realistas. “A alguna gente en realidad le gusta manejar”, dice el economista Benjamín Leard del centro de investigaciones Resources for the Future. Muchos no serán clientes de coches autónomos. Tampoco lo serán muchos norteamericanos que no se fían de los vehículos autónomos. Representan alrededor de un 60 por ciento de la población, según una encuesta de opinión conducida por Michael Sivak y Brandon Schoettle, de Sustainable World Transportation, un centro de investigaciones de la Universidad de Michigan.
Otros posibles compradores podrán estar disuadidos por los costos elevados de todos los sensores, cámaras, chips de computadoras y software necesarios. Con la actual tecnología, eso podría agregar 10.000 dólares al costo de vehículos nuevos, aunque se espera que eso decline con el tiempo, dice Leard.
Aun aquellos que esperan beneficiarse de los vehículos autónomos podrían resultar decepcionados, señala Sivak. Es cierto, los conductores habituales pasan una hora al día en la carretera, que parece un período amplio para otros usos. Pero hay un problema: “El hecho [es] que los viajes actuales en vehículos livianos promedian sólo unos 19 minutos—un duración bastante breve para una actividad productiva o un sueño vigorizador,” dice Sivak.
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Así pues, los beneficios de los vehículos autónomos podrían ser modestos, al menos al comienzo, mientras que los costos serían considerables. Un peligro claro sería la piratería digital. En una sección especial de seguridad cibernética reciente, un redactor del Wall Street Journal lo expresó de la siguiente manera:
“A medida que los vehículos se llenan más de controles digitales y aparatos conectados a Internet, se vuelven más vulnerables a los delincuentes cibernéticos, que pueden piratear los sistemas de la misma manera en que atacan computadoras. Casi todos los aparatos conectados digitalmente en un coche pueden convertirse en punto de entrada a la red de comunicaciones central del vehículo, abriendo una puerta para que los piratas potencialmente lo controlen por medio de, por ejemplo, inutilizar el motor o los frenos.”
El artículo del Journal se centra exclusivamente en la delincuencia cibernética: por ejemplo, cerrar un coche por control remoto y negarse a abrirlo hasta que se pague un rescate. Si se cerraran simultáneamente millones de coches, el rescate pagado por las empresas automotrices sería asombroso.
Pero la amenaza real no es el delito común. Es la guerra cibernética: ataques de grupos terroristas o naciones hostiles, con la intención de sembrar el pánico y el desorden social. Imaginen el caos si algún adversario inmovilizara el 10 por ciento de la flota de vehículos livianos, dejando alrededor de unos 25 millones de autos y camiones repartidos al azar a lo largo de las rutas, de Maine a California.
¿Tienen nuestros enemigos esa capacidad o podrían desarrollarla? No lo sabemos. Lo que sabemos es que constantemente subestimamos los peligros que posa el uso indebido de las tecnologías cibernéticas—el último ejemplo es la interferencia rusa con la elección de 2016 y el pirateo masivo de la oficina de créditos Equifax.
Hay una relación perturbadora en todo esto. Cuanto más dependemos de las tecnologías digitales para el uso y el placer diarios, más vulnerables nos volvemos a disturbios potencialmente catastróficos. Los automóviles y camiones son solo el último ejemplo.
Las tecnologías autónomas no deben mimarse ni promoverse. Su desarrollo debe ser lento y sobrio. Si las pruebas lo justifican, deben ser detenidas totalmente. Estamos convirtiendo nuestros autos y camiones en armas para ser usadas en nuestra contra. Es una locura.
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