[OP-ED]: El desastre parlamentario de Estados Unidos
El Congreso de Estados Unidos se está convirtiendo calladamente en un parlamento al estilo europeo—y esa transformación no es positiva. El Congreso está…
Aunque escribí anteriormente sobre este tema, vale la pena volver a abordarlo. Porque su importancia no ha sido debidamente apreciada y ayuda a explicar el brutal encono de la política actual. Sólo hay que presenciar la acritud en el debate sobre el candidato a la Corte Suprema, Neil Gorsuch, o la parálisis en la situación de la Ley de Asistencia Médica Asequible (Obamacare).
En un sistema parlamentario que funcione correctamente, los electores escogen un partido o varios partidos asociados que pueden controlar la legislatura y adoptar el programa político de la mayoría. La clave es la disciplina parlamentaria. Los legisladores del partido gobernante se comprometen por costumbre e interés propio a votar como bloque. Si no lo hacen, el gobierno puede “caer”, lo que tiene como resultado una nueva elección y la posible pérdida de escaños.
Hay pocas iniciativas individuales. Los partidos son más ideológicos. Tienen una visión general del papel del gobierno. Por ese motivo, algunos estudiosos favorecen los sistemas parlamentarios. Se ofrece a los electores una opción clara. Hay más claridad si lo comparamos, por ejemplo, con el sistema del Congreso tradicional, donde la coherencia filosófica se diluye según diferencias regionales, grupales y religiosas.
Hasta cierto punto, todo eso es cierto. Pero en la práctica, muchos sistemas parlamentarios no operan en la forma en que la teoría lo dicta. Tienen por lo menos tres debilidades interconectadas, todas las cuales son ahora evidentes en Washington.
Primero, la política se vuelve cada vez más polarizada e ideológica, porque los partidos construyen apoyo popular por medio de diversas “causas” y cruzadas, que se avanzan con gran superioridad moral y fervor emocional. Los del otro bando no sólo están confundidos. Son amenazantes y peligrosos. Las visiones chocan.
Sin duda, ésa es una buena descripción de la actual situación política en Estados Unidos. Los políticos hacen un llamado a las “bases” partidistas de sus partidos. La izquierda está obsesionada con combatir el cambio climático global, reducir la desigualdad económica y promover la asistencia médica universal. La derecha piensa que los recortes fiscales y una disminución en las reglamentaciones incentivarán el crecimiento económico y algunos también creen que los controles estrictos de inmigración beneficiarán a los estadounidenses de hoy en día.
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Segundo, puesto que cada partido se concentra en sus propios asuntos, la democracia parlamentaria puede producir cambios dramáticos en políticas a seguir si un partido suplanta al otro en una elección general. ¿Y? Las elecciones tienen consecuencias. Es cierto. Pero existe el peligro de que los cambios no sean un reflejo de la opinión de la población; son, en cambio, el reflejo de las opiniones del partido—y una opinión minoritaria.
Eso también describe la política norteamericana. La política gubernamental es inestable. Respaldado por tasas de aprobación de aproximadamente un 40 por ciento, el presidente Trump propuso cambios radicales en comercio, inmigración, gastos gubernamentales e impuestos. Cuando hay un amplio consenso sobre el papel del gobierno—y los cambios propuestos existen mayormente en los extremos—el gobierno parlamentario no necesita alentar la división social. Pero eso no es lo que está ocurriendo ahora.
Finalmente, la democracia parlamentaria corre el riesgo de producir coaliciones débiles que no pueden gobernar en absoluto, porque no hay partido que obtenga una mayoría operante. En esas circunstancias, los partidos pequeños son los que mantienen el equilibrio del poder, y pueden exigir un precio político alto por participar en una coalición gobernante. En ese sentido, los sistemas parlamentarios pueden estar sesgados a favor de ideas y partidos extremos. Italia, con sus numerosos partidos, es un apto ejemplo de ingobernabilidad.
Nuevamente, eso puede aplicarse a nuestra situación actual, aunque no sea inmediatamente obvio. En forma superficial, los republicanos tienen mayorías en el Congreso, así como la Casa Blanca. Pero las apariencias engañan. Aunque carecemos de hordas de pequeños partidos, tenemos muchos “comités”, tanto en la izquierda como en la derecha, que desempeñan un papel similar. En la derecha, tenemos el Comité Libertad de la Cámara de Representantes; en la izquierda, tenemos el Comité Progresista de la Cámara. Pueden palanquear su apoyo, tal como lo hace ahora el Comité Libertad con Obamacare.
El sistema parlamentario funciona mejor cuando hay acuerdo general sobre el papel del gobierno; cuando los legisladores obedecen ciegamente la disciplina en la votación; y cuando los partidos minoritarios o sus substitutos no ejercen indebida influencia. Ninguna de esas condiciones existe hoy en día en Estados Unidos.
Que haya confusión y parálisis no debe sorprendernos. Durante décadas, Estados Unidos se gobernó por un sistema que favoreció el consenso centrista—no siempre sensato, sin duda—mientras que nuestro invisible sistema parlamentario hace justo lo opuesto. Potencia los extremos y debilita el centro. Es cierto, la mayoría de nuestros principales conflictos sociales y políticos tienen orígenes independientes. Pero la política parlamentaria los está empeorando.
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