Aunque no los que cantó José Martí, en esa ciudad de Florida también hay sol bueno y mar de espuma. Lástima que, además, Miami sea terreno fértil donde proliferan como marabunta políticos extraños y sin espina dorsal. Alimentados por una mezcla venenosa de estupidez y mala fe, se comportan de maneras incomprensibles para un ser humano normal. 

Probablemente usted piense que me estoy refiriendo al senador cubanoamericano Marco Rubio, el representante Mario Díaz Balart y a Ileana Ros-Lehtinen (que saltó del Senado al racket del lobby a asombrosa velocidad). Y, sí, todos ellos son republicanos y supuran esa mezcla venenosa. 

Sin embargo, estos tres jinetes del Apocalipsis no son los únicos funcionarios del sur de la Florida capaces de tener ideas alucinantes. 

La semana pasada, el alcalde de Miami, Francis Suárez, otro cubanoamericano, demostró que merece un lugar destacado entre los demagogos de su estado. Tenga en cuenta que se esperaba que Trump lanzara su campaña de reelección esta semana en Florida. 

"La Comisión acaba de aprobar mi resolución instando al Congreso a permitir que los gobiernos estatales y locales prohíban los contratos con artistas que hacen negocios con Cuba. La libertad de expresión se aplica a todos, no solo a ciertos artistas", escribió Suárez el jueves pasado. 

¿Cómo? ¿El alcalde de Miami presentó una resolución para proteger la libertad de expresión que reduce la libertad de expresión? El mundo al revés. 

“Es una movida política que no lleva a nada”, le dijo al Nuevo Herald Hugo Cancio, un empresario de Florida. [Los políticos que se oponen al intercambio cultural] critican al gobierno cubano porque supuestamente restringe, limita y prohíbe a sus ciudadanos, pero están haciendo exactamente lo mismo. El talento local de nuestra comunidad se ha enriquecido precisamente por ese intercambio cultural con artistas cubanos”. 

La verdad es que aburren Suárez y la caterva de politicastros como él.