Las limitaciones de Trump para conocer la naturaleza humana
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Por ser nieto de un mexicano-americano —el tipo de persona que Donald Trump describió como delincuente, violador o traficante de drogas, alguien con “muchos problemas”— no estoy predispuesto a reconocerle al presunto candidato presidencial republicano ninguna cualidad.
Mi abuelo llegó a los Estados Unidos cuando era un muchacho, alrededor de 1910, durante el comienzo de la Revolución Mexicana. Vino legalmente, lo que no era difícil, dado que no se pudo entrar ilegalmente hasta después de que se sancionara la Ley de Inmigración de 1924. La ley establecía límites para el número de personas que podían emigrar de países específicos. Antes de esa ley, cruzar la frontera era como ir al mercado.
Hasta que llegó Trump, nunca pensé en mi abuelo como ejemplo de los males que aquejan a los Estados Unidos. De hecho, dada su ética laboral, la manera en que evitó regalos del gobierno y su ilimitado optimismo, siempre lo consideré —a él y a otros inmigrantes legales— como parte de lo que los Estados Unidos tienen de bueno.
Ése es uno de los motivos por el que he sido tan duro con Trump. En los 11 meses desde que irrumpiera en la escena política, lo llamé payaso, demagogo, fanfarrón y charlatán. Lo acusé de dividir a los estadounidenses, matonear a los indefensos y hacer demagogia con los racistas.
En ésta última categoría clasifico al lector que recientemente caracterizó mi crítica de Trump como “sólo otra perorata anti-estadounidense y latina, del latino de muestra del Washington Post”. El lector luego pasó a declarar: “El espectáculo de Trump es el mayor espectáculo en la tierra, güey”. Todo eso, dijo, es porque “estamos hartos de que los indocumentados vengan a este país, se lleven los dólares de bienestar social, esperen recibir asistencia médica y escuela gratis e ignoren ¡LA LENGUA INGLESA! ¡Vamos Trump!”
Ése es el tipo de persona que ha abrazado la candidatura de Trump. Lleno de prejuicios y juicios instantáneos, ligero en los hechos y carente de sentido común.
Sin embargo, para ser justos, el multimillonario tiene una cualidad muy importante que lo ayudó a triunfar en la política como también en los negocios. Es algo de lo que a menudo no se habla en los programas de radio y televisión, pero que lo ayudó mucho a atraer a electores durante una campaña primaria maestra, que derrotó a 16 adversarios republicanos, muchos de los cuales, a diferencia de Trump, tenían una extensa experiencia política.
Noté ese atributo por primera vez hace unos ocho meses, cuando un ex ejecutivo de la organización de Trump dijo que el secreto del éxito del magnate de los bienes raíces era que “conocía a la gente”.
Lo que quiso decir es que el empresario tiene un doctorado en naturaleza humana. Comprende a las personas, a veces mejor de lo que éstas se comprenden a sí mismas. No sólo sabe lo que piensan, sino también por qué lo piensan. Y es un experto en acciones y reacciones.
Mientras otros candidatos presidenciales jugaban a las damas, Trump estaba jugando al ajedrez y pensando con tres o cuatro movidas de anticipación. Sabía que si hacía “X”, su adversario haría “Y”, y el elector reaccionaría haciendo “Z”.
La gente habla sobre cómo los que aspiran a la presidencia deben ser fuertes, o inteligentes, o agradables, o valientes. Pero no olvidemos la importancia de conocer al prójimo. Con esa habilidad, se puede ser cualquier cosa en este mundo —hasta presidente de los Estados Unidos.
Los críticos de Trump reconocerán que tiene esa capacidad pero dirán que la utiliza para propósitos malvados, como tienden a hacerlo los demagogos. Pero es más que eso. Y por eso, en lugar de estudiar tanta política, más les vale, a los que aspiran a un cargo electo, zambullirse en psicología.
Una de las cosas por las que el presidente Clinton era un político nato no era sólo que pudiera relacionarse con la gente y que pareciera disfrutar genuinamente de su compañía, sino también que, como Trump, la comprendía. Es un rasgo que, sin duda, a Hillary Clinton le gustaría reproducir, pero no parece poder lograrlo.
Todo lo cual suscita la pregunta obvia. Trump comprendió que muchos estadounidenses están alarmados porque creen que han perdido el control de las fronteras y que los inmigrantes indocumentados se llevan puestos de trabajo, usan servicios y lastiman a la gente. Entonces, ¿cómo no comprendió Trump que en cuanto los hispanos oyeran esa retórica simplista se enojarían por su deshonestidad y alarmismo?.
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