La lucha de las mujeres no puede frenarse | OP-ED
El mes dedicado a las mujeres termina con una paradoja que prueba la necesidad de la lucha feminista por una igualidad real: El Poder del Perro, una película que habla
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El mes dedicado a las mujeres termina con una paradoja que prueba la necesidad de la lucha feminista por una igualidad real: El Poder del Perro, una película que habla de la masculinidad tóxica, ha perdido en los Oscar frente a Will Smith, que no pudo ser más gráfico en su demostración de lo que es la masculinidad tóxica.
Hubiera sido genial que los Oscar premiaran la valentía del cambio en el género western que logra Jane Campion, que aún así se llevó el premio a mejor directora - ¡la tercera de la historia! Pero si la Academia no podía llegar a ese extremo, al menos podría no haber aplaudido a Will Smith en su discurso.
El actor representa todo lo que la lucha por la igualdad quiere eliminar de nuestras sociedades: la violencia como sinónimo de su poder, la omnipotencia, la virilidad y la necesidad de defender un supuesto honor. Él, como si controlara la voluntad y pensamiento de la mujer que se ha casado con él y sobre la que se hizo la broma, restaura el orden. Él, se erige como muchos en defensor del honor de su esposa, como si ella fuera incapaz de librar sus propias batallas.
Las mujeres necesitamos que el resto de los hombres no sean cómplices por omisión. Quienes optaron por no criticar el gesto de Smith por si se pudiera interpretar como una traición a un igual, legitiman esa masculinidad tóxica. ¿Se imaginan que se genera un movimiento de hombres que dejan de callarse frente al machismo de sus compañeros?
La brecha de género nos ahoga
Algo así cambiaría muchas de las dinámicas que sufrimos las mujeres, no solo en el cine. La brecha de género, que muestra la diferencia entre los salarios que perciben mujeres y hombres, es aún del 72,4% en Estados Unidos y el país ocupa el puesto 53 en el ránking mundial. Por supuesto, todavía queda muchísimo por hacer.
Las mujeres que viven solas no pueden pagar el alquiler del apartamento más pequeño en todas las grandes ciudades de Estados Unidos, donde los hombres sí pueden en al menos un tercio de ellas. Son datos de RentCafe.com, una empresa de búsqueda de alquileres que elaboró el informe en 2017.
Si hablamos de mujeres latinas, los hechos son aún más estremecedores: ellas tendrían que trabajar 10 meses más que los hombres blancos para ganar lo mismo que ellos, según los datos del Centro Jurídico Nacional de la Mujer de 2020. Es decir, las mujeres latinas ganan 54,5 centavos por cada dólar que gana un hombre blanco. Pero la ley para cerrar esa brecha salarial se aprobó en 1963 y como es obvio, está muy lejos de cumplirse.
Cambios demasiado lentos
Hay avances, pero la mayoría son tímidos. Según la investigación de Paula England, Andrew Levine y Emma Mishel del Departamento de Sociología de la Universidad de Nueva York, que ha que analizado la equidad de mujeres y hombres en 1970 y 2018, los cambios son cada vez más lentos. El único campo en el que las mujeres superan a los hombres es en la educación universitaria.
En 1970 solo trabajaban el 48% de las mujeres entre 35 y 54 años. Ese porcentaje se incrementó hasta el 75% en el año 2000. Pero volvió a disminuir hasta el 69% durante la Gran Recesión en 2008 y 2009 y solo se ha recuperado hasta el 73% en 2018. En cuanto existe la más mínima crisis, las primeras en sufrir las consecuencias siempre son las mujeres.
La pandemia ha vuelto a mostrar datos similares. Es como si nos olvidáramos de la igualdad cuando hay una crisis económica, sanitaria o bélica. Como si luchar por la equidad fuera algo que solo podemos permitirnos cuando todo lo demás funciona. Si la economía va bien, si estamos sanos y en tiempos de paz, entonces podemos acordarnos de las mujeres. Y no debería ser así. Pero desde el germen que plantó el Me Too, una nueva ola feminista ha llegado para quedarse. Los datos nos lo acabarán contando. No hay marcha atrás esta vez.
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