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A la espera de tiempos mejores

La última imagen que tengo de mi padre fue cuando estaba acostado en su ataúd, se veía tan en paz. Y fue en ese momento cuando me di cuenta de que nunca…

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La última imagen que tengo de mi padre fue cuando estaba acostado en su ataúd, se veía tan en paz. Y fue en ese momento cuando me di cuenta de que nunca volvería a saber de él. Antes de ese momento solo lo había visto dos veces más: cuando estaba siendo introducido en una ambulancia con un parche ensangrentado que cubría su frente y cuando le había dado mi último abrazo el Día del Padre en 1999.

Es una historia que he contado un par de veces y que cada vez que cuento siento como si los terribles sucesos hubieran ocurrido ayer. Es una escena común y una historia que lamentablemente cuentan con demasiada frecuencia aquellos que tratan de vivir y sobrevivir en la ciudad de Filadelfia.

La cantidad de violencia con armas que experimentan los residentes no es nada nuevo, pero la pregunta que se presenta nuevamente en cada escena del crimen y en cada vigilia es ¿qué se hará para abordar este constante problema?

La situación es grave y a veces parece sombría. El Philadelphia Daily News hace tan sólo unas semanas informó que el gobierno local ha registrado 78 homicidios desde el primero de enero de este año, lo que supone un aumento del 17 por ciento desde el año pasado y la cifra más alta desde 2012.

Al mirar mi barrio, en el norte de Filadelfia, no puedo más que esperar que las cosas mejoren. Entiendo la lucha y como joven afroamericano la vivo, pero a medida que camino por las calles que se tiñen con los recuerdos del pasado de seres queridos que se han perdido, aún tengo la esperanza de días mejores.

Veo esos “tiempos mejores” cada vez que observo al guardia de tráfico que ha trabajado en mi barrio durante años cada mañana saludando a pequeños estudiantes con una sonrisa. Lo veo cuando una persona de 60 años visita el centro comunitario local para obtener su certificado GED o recibir clases de tecnología.

También lo veo en uno de mis recuerdos, cuando a finales de 2009 una excompañera de trabajo, Yvonne Bailey, acababa de regresar a su apartamento en Rowan Homes cuando comenzó un tiroteo un miércoles por la noche. Ocho balas irrumpieron en su casa, golpeando las paredes y casi a punto de herir a su hija, que en ese entonces tenía 5 años.

Una manifestación se llevó a cabo dos días después, cuando Bailey decidió tomar acción. Sin embargo, al ponerse de pie junto a su marido e hija parecía haber perdido las palabras y se mostró agradecida de que ella y su familia estuvieran a salvo.

Pero como siempre sucede, la cruda realidad golpea de nuevo.

Fue durante esta demostración, mientras se realizaban los discursos y los niños presentes sostenían carteles con la frase “Hombres armados, están matando a nuestros seres queridos”, que un hombre gritó desde la calle preguntando ¿qué era lo que él podía hacer? y asegurando que la violencia que rodea al barrio no era una molestia para él.

Y es verdad hasta cierto punto que los que viven en mi barrio, y otros, se han vuelto complacientes con la violencia de armas que nos rodea. Se ha convertido en una forma de vida y no es en absoluto raro tirarse a la calle al oír un ruido parecido al disparo de una bala. O ver a un hombre herido de un disparo pasar por tu lugar de trabajo derramando sangre y buscando ayuda.

La lucha diaria en Filadelfia es real, y va mucho más allá de la necesidad de puestos de trabajo y educación, me parece que esto es solo el punto de partida. Hay mucho que hacer y creo que mucho más se puede hacer. Tomará el trabajo colectivo de Filadelfia y de aquellos que están en el poder luchando por representarnos.

Parece un camino largo y difícil, pero uno al que vale la pena llegar. Algo tiene que cambiar para que los recuerdos que mantengo se conviertan en imágenes que vea rara vez.

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