La epifanía de Romney
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Repugnante. Ese es el adjetivo más certero para describir el debate republicano del jueves pasado. En él, Donald Trump, más vulgar que de costumbre, alardeó del tamaño de su pene mientras esquivaba cualquier pregunta seria de los moderadores.
Repugnante y preocupante cuando se piensa que este vulgar farsante es –y parece que continuará siéndolo- el favorito para ganar la nominación de su partido.
Mirar el debate fue ver al partido Republicano deshacerse en tiempo real, un reality show que tiene que haber sumergido a las élites del partido aún más profundamente en un estado de pánico incontrolable.
Son tiempos desesperados para la dirigencia tradicional republicana. Y los mismos claman por medidas no menos desesperadas.
¿Qué hacer para detener a Trump? Nadie piensa que Marco Rubio o Ted Cruz, para no mencionar a John Kasich, sean capaces de capturar por sí mismos más delegados que Trump, por lo que la nueva estrategia consiste en intentar reunir suficientes delegados entre todos para negarle al favorito una mayoría. De esa forma se escogería al nominado durante la convención.
Es un escenario extremo que parece haber tentado a Mitt Romney a salir a la luz. En un caso típico de un muerto hablando de un ahorcado, el dos veces derrotado candidato presidencial, todo repentina indignación moral y preocupación patriótica, dio un paso poco común: lanzó un ataque despiadado contra el el favorito de su partido.
Trump es “un farsante, un fraude”, afirmó Romney en la Universidad de Utah el jueves. “Sus promesas valen tan poco como un diploma de la Universidad Trump”.
Excepto por su hipocresía, Romney tiene toda la razón. Con el apoyo de John McCain y otros como él, expresaba los puntos de vista de la dirigencia republicana tradicional, aunque él mismo no es muy diferente del insoportable multimillonario neoyorquino.
Hace cuatro años el exgobernador de Massachusetts basó su campaña en una plataforma antiinmnigratoria extrema (¿recuerdan la autodeportación?), una rabiosa agenda antiobrera y la intención expresa de eviscerar el Medicare. Al mismo tiempo, prometió preservar los cortes impositivos y toda clase de privilegios para quienes, como él (y como Trump), poseen tanto dinero que ya no saben qué hacer con él.
Romney debe haber experimentado recientemente una epifanía porque el Trump que ha criticado duramente hace poco, no puede ser el mismo al que le daba las gracias con un fervor de enamorado cuando aspiraba contra Barack Obama.
“Para cualquiera con poca memoria”, señaló Patricia Guadalupe, una periodista de Washington, “cuatro años atrás Romney ya no sabía qué más hacer para lograr el apoyo de Trump, viajando a encontrarse con él, abrazándolo, diciendo cosas lindas sobre él y recibiendo un cheque grande y gordo. Alguien tendría que preguntarle si va a devolver el cheque”.
Cosas lindas como que el apoyo de Trump era “una delicia”.
Tan impensable como pueda parecer, Romney, quien hace cuatro años declaró “Quisiera ser latino” en un intento por congraciarse con los votantes hispanos, podría estar tratando con su discurso de posicionarse para convertirse en el abanderado republicano durante la convención del partido.
Imagínense a Romney –quien usualmente genera tanto fervor entre sus oyentes como el taladro de un dentista—aspirando a la presidencia por tercera vez.
El último clavo en el féretro republicano.
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