El retardado sí a la paz de Colombia
En Colombia, se dice ―la realidad lo reafirma― que lo importante tarda eternidades, incluso el Acuerdo de Paz de una guerra que nació con la República, hace más de 200
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En Colombia, se dice ―la realidad lo reafirma― que lo importante tarda eternidades, incluso el Acuerdo de Paz de una guerra que nació con la República, hace más de 200 años.
Producto de una alabada traición del presidente Juan Manuel Santos a su mentor, el expresidente Álvaro Uribe Vélez, el Acuerdo de Paz firmado el 26 de septiembre de 2016 desmovilizó y reinsertó socialmente a 13,000 guerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc).
Mientras 50 millones de colombianos soñaban con un futuro promisorio en calma, Uribe y su partido de ultraderecha, el entonces mayoritario Centro Democrático (CD), apretaban los dientes y juraban aniquilación total de lo acordado.
En un exceso de legalismo, Santos sometió el Acuerdo a un plebiscito en el que se votaría Sí o No, según se respaldara o se negara lo pactado.
La guerra del CD, apoyado por protestantes y partidos aliados, fue terrible, tanto, que se difundieron discursos absurdos como el de que, en el acuerdo, alguna cláusula que reivindica la equidad de género, en realidad pretendía propiciar el homosexualismo infantil.
El resultado fue de asombro: 50,2 por ciento de los colombianos votaron No a la paz.
Países europeos y americanos, garantes del proceso de negociación, sintieron alivio cuando los guerrilleros dijeron que, aunque el pueblo hubiera votado contra la validación del proceso, ellos, leales, respetarían todo el Acuerdo.
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En agosto de 2018, otro hijo putativo de Uribe, el ignorante, inexperto, incapaz, veleidoso, sumiso y despistado Iván Duque, asumió la Presidencia, y, de paso, el compromiso partidario de aniquilar ―hacer añicos, fue la consigna― el Acuerdo.
Y durante los cuatro años de su gobierno, que terminan el 7 de agosto, Duque y el CD tendieron todo tipo de trampas, en busca de que del pacto no quedara ni el recuerdo. Solo la presión de los países garantes, y en cierto modo de Estados Unidos, impidieron muriera enmohecido en la última gaveta del escritorio presidencial.
Cuatro años después, comenzó una nueva campaña electoral. El CD repitió tácticas que le dieron resultado antes. Y el 29 de mayo, cuando Uribe creía tener una carta de victoria con Fico, como despectivamente unos, y cariñosamente otros, llaman al exalcalde de Medellín Federico Gutiérrez, este quedó sin opción. Otro exalcalde, el casi octogenario Rodolfo Hernández, de lenguaje procaz y ninguna idea de gobernar, derechista él, y populista exacerbado, lo derrotó y entró a disputar, en segunda vuelta, la Presidencia, con el veterano Gustavo Petro, exguerrillero urbano y exalcalde de Bogotá.
El 19 de junio, Petro ganó con 11,2 millones de votos, 700,000 más que Hernández, con quien tenía solo un punto de coincidencia programática: darle vía libre al Acuerdo de Paz con las Farc.
En su discurso triunfal, Petro puso el énfasis en el cumplimiento del pacto, que incluye recuperar y devolver a sus dueños, grandes extensiones de tierras arrebatadas a campesinos y colonos a puro salvajismo, por ejércitos paramilitares vinculados a políticos mayoritariamente del CD y usufructuarios, por sí o mediante testaferros, de los beneficios generados por esas tierras robadas.
Así, cinco años después, un pacto al que se llegó luego de décadas de guerra y de miles y miles de víctimas, pudo, por fin, encontrar por parte del Estado, el cumplimiento de los compromisos que el gobierno se esforzó en negar.
Cinco años para la paz son, realmente, cinco eternidades.
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