El pecado de John Bolton | OP-ED
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Desde Bogotá, en una Colombia azotada por años de guerra, no es novedoso que Estados Unidos haya promovido golpes de Estado en la región o en otras latitudes. Desde antes de la Independencia de los países de América Latina y el Caribe de la corona española, ha metido las narices en los destinos de sus pueblos.
La razón siempre ha sido espantar a quienes intenten atravesarse en sus intereses. Ocurrió después de 1819 cuando buscó arrebatarles los negocios a los ingleses en la región y, efectivamente, lo logró. La separación de Panamá de Colombia y la posesión del canal, la incidencia de la CIA en la promoción de las dictaduras militares en la región, el entrenamiento de los militares latinoamericanos en West Point, el golpe de Pinochet en Chile, el intento de invasión a Cuba y el bloqueo de más de medio siglo.
Y la lista es más larga. Por eso, no extraña que John Bolton, asesor de Seguridad Nacional de cuando Donald Trump fue presidente, le dijera a un periodista de CNN: “Como alguien que ha ayudado a planear golpes de Estado, no aquí, sino en otros países, puedo decir que requiere de mucho trabajo”, le contestó. Y se refirió a que su exjefe no era capaz de un “golpe de Estado cuidadosamente planificado”. Hizo también referencia al caso venezolano y a la promoción de Juan Guaidó, un mediocre político de la oposición, que jugó a ser presidente en la nube con el apoyo de Trump y del gobierno colombiano de Iván Duque.
Bolton no concretó en donde había “ayudado a planear golpes de Estado”, pero no es necesario profundizar mucho. No más en América Latina, además de Venezuela, la Bolivia de Evo Morales estuvo seguramente en la mira.
Lo novedoso de Bolton es que soltó la lengua. Le puso voz a lo que todo el mundo sabe. Ese es su pecado. No es lo mismo la sospecha a la ratificación de que no es una especulación. Además, confirma la importancia de la victoria electoral de Joe Biden sobre Trump. ¿Se imaginan en qué estaría la región si no hubiera sido así?
En Colombia, algo parecido ocurrió en el 2016, cuando después de que ganó el ‘No’ al acuerdo de paz con las FARC en un plebiscito desconcertante, el jefe de la campaña que promovió esa votación admitió que habían mentido y causado miedo entre los electores para lograr el objetivo.
Que el país quedaría en manos de la guerrilla, que Colombia se convertiría en el desastre económico que resultó ser Venezuela, que los niños correrían el riesgo de volverse homosexuales por los contenidos de las cartillas escolares…
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Las personas bien informadas sabían que eso no era cierto y cuestionaban a los líderes que se oponían a la paz por el despropósito de sus opiniones. Pero la confesión del jefe de la campaña del ‘No’ confirmó que no eran mensajes aislados, sino una estrategia fríamente calculada para impedir la reconciliación.
En últimas, el acuerdo de paz se firmó con algunos ajustes presionados por quienes mintieron. Se empezó a implementar y nada de lo que prometía la oposición de extrema derecha ocurrió. El gobierno de derecha de Duque, que termina el 7 de agosto, boicoteó lo acordado y no hizo nada para impedir el asesinato de más de 300 exguerrilleros y más de mil líderes sociales.
Lo que sí se mantuvo fue la doctrina del enemigo interno, promovida por Estados Unidos en los años 60 ante la amenaza comunista, pero que en Colombia se consolidó como una manera de combatir a la oposición desde la violación de los derechos humanos.
Ahora llega un gobierno progresista en Colombia y la voluntad del gobierno Biden de apoyar la paz y ayudar a resolver las distintas crisis del país suramericano.
¿Se imaginan en qué estarían ese país y América Latina si Trump fuera todavía presidente?
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