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El debate migratorio en México

El debate migratorio en México

Si piensan que el debate de la migración de México a los Estados Unidos es complicado, hagan un viaje al sur de la frontera y obsérvenlo desde el otro lado. …

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Si piensan que el debate de la migración de México a los Estados Unidos es complicado, hagan un viaje al sur de la frontera y obsérvenlo desde el otro lado. 

Complicado es lo mínimo. El debate migratorio es también deshonesto e hipócrita, y está lleno de gente que prefiere perseguir sus propios intereses antes que resolver el problema. También está inserto en un sistema fallido, que no se arregla por la falta de voluntad de importantes y poderosos intereses. 

Eso sucede en ambos países. México es tan renuente como Estados Unidos a enfrentar el tema mayor de la migración —tanto la de su propio pueblo a los Estados Unidos, como aquella a lo largo de su frontera sur, por la que centroamericanos y sudamericanos quieren entrar a un país del que muchos nativos quieren huir. Y los miembros de la elite mexicana tampoco desean tragarse su orgullo y admitir que el motor real tras la economía mexicana no es la gente como ellos, sino los que ya ni siquiera viven en México —trabajadores inmigrantes en Estados Unidos. 

En la Ciudad de México, políticos, periodistas e intelectuales están ansiosos por evitar totalmente el tema. Señalan que la migración de México a Estados Unidos ha bajado hasta convertirse en un mero goteo. Con una economía estadounidense perezosa y una economía mexicana revitalizada, muchos potenciales inmigrantes encuentran que no vale la pena irse al norte. 

La parte del goteo es cierta. Las investigaciones de Douglas S. Massey, profesor de Princeton y experto en México, indican que la migración entre ambos países ha caído a su nivel más bajo desde los años 50. El Pew Hispanic Center halló que la población de inmigrantes indocumentados en los Estados Unidos se está reduciendo; y están entrando menos inmigrantes indocumentados en el país que en años anteriores. 

Pero las cosas cambian y las migraciones son impredecibles. Cuando la economía estadounidense mejore, y si la economía mexicana se debilita, es probable que el flujo de inmigrantes indocumentados aumente. Además, para muchos jóvenes de México, ir al norte es un rito de iniciación. México es siempre parte integrante del debate de la inmigración en Estados Unidos, les guste o no a los estadounidenses. No es un secreto que ese país es responsable de la mayoría de la inmigración que llega a Estados Unidos —tanto legal como ilegal. Según algunos cálculos, los mexicanos representan seis de cada 10 inmigrantes indocumentados en Estados Unidos. 

Digamos mejor, que es responsable en parte. Es bien sabido que México tiene un cómplice: los empleadores estadounidenses. Esa gente a menudo prefiere contratar jornaleros mexicanos en lugar de estadounidenses. Y no porque los extranjeros trabajen por jornales menores, sino porque tienden a tener una mayor ética laboral y un menor sentido de merecer las cosas. 

En la opinión de muchos estadounidenses, México renunció a su derecho a comentar sobre la manera en que Estados Unidos trata a los inmigrantes cuando no proporcionó oportunidades a sus propios habitantes, por lo que éstos tuvieron que salir del país. 

No es que los mexicanos, ni sus líderes, se vayan a quedar callados. Cuando se inicie nuevamente el debate de la inmigración en el Congreso, como es probable que suceda en unos meses, podemos esperar que los mexicanos den su opinión. 

Con el 5 por ciento de su población viviendo al norte del Río Grande y numerosas familias mexicanas que sienten la tensión provocada cuando se separa a los padres de sus hijos, México no puede darse el lujo de no defender a sus expatriados. 

Durante gran parte del siglo XX, cuando se trató de la inmigración, México tuvo un buen arreglo. Se libró de millones de personas para quienes no había lugar en su economía, y después esa gente envió a casa dinero que hoy suma más de 20.000 millones de dólares. 

Pero también implica no sermonear al vecino sobre cómo tratar a la gente que uno ha expulsado.

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