¿Dónde están los buenos puestos de trabajo para los que no tienen un diploma universitario?
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En las comunidades de color, se sabe comúnmente que a los estudiantes afroamericanos e hispanos no les va bien cuando llevan la carga de la deuda estudiantil.
Tendemos a pensar que afecta principalmente a los estudiantes de bajos ingresos. Sin embargo, según Marshall Steinbaum y Kavya Vaghul, investigadores del Washington Center for Equitable Growth, resulta que entre los prestatarios que son estudiantes que pertenecen a minorías, los que se ven afectados más adversamente son, en realidad, los de la clase media.
Por ejemplo, entre los códigos postales con ingresos medios de unos 20.000 dólares, aquellos con una gran proporción de latinos tienen aproximadamente las mismas tasas de incumplimientos de pagos de aquellos sin latinos. Pero en códigos postales con ingresos medios de alrededor de 60.000 dólares, los que tienen una proporción mayor de latinos tienen tasas mucho más altas de incumplimiento de pagos que aquellos sin latinos. El mismo patrón se aplica a las comunidades afroamericanas y hasta se amplifica en cierta medida.
El fenómeno parece contrario a la lógica y, sin embargo, tiene mucho sentido. Los autores del estudio citan una variedad de factores para su explicación—por ejemplo, no hay probabilidades de que los hispanos y afroamericanos de ingresos muy bajos siquiera asistan a la universidad, mientras que hay más probabilidades de que los de ingresos medios asistan, pero no lleguen a obtener un diploma universitario.
Y después tenemos la realidad bien documentada de un mercado laboral con barreras incluso para esos estudiantes de minorías que completan con éxito la universidad. Tienden a enfrentar tasas de desempleo más altas y ganancias menores que sus homólogos blancos—desventajas que no pueden atribuirse a la concentración de estudios específica escogida en la universidad, a sus ocupaciones ni al tipo de institución terciaria en la que se hayan graduado.
Steinbaum y Vaghul se inclinan a atribuirlo al cuco del “racismo estructural” tanto en el sistema de educación terciaria de Estados Unidos como en el mercado laboral, y no se puede negar que ese factor juega su papel.
Pero a menudo se ignora la realidad de que no hay muchos caminos no-universitarios para permanecer en la clase media en la actualidad y—si generalizamos la brecha racial a todos los trabajadores, no sólo los trabajadores no-manuales—aún menos para hispanos y afroamericanos.
Ése es el motivo por el que los padres, las familias y los maestros dicen a los muchachos, desde Jardín de Infantes en adelante que deben ir a la universidad porque no hay otra posibilidad. Tal como lo expresa mi hijo mayor: “Lo hacen parecer como que, si no vas a la universidad, morirás joven, pobre y solo.”
¿Qué se supone que deben hacer los estudiantes que están interesados en un trabajo significativo (pero no en el proceso ridículamente costoso de asistir a la universidad durante cuatro o seis años) sino pasar por el proceso de solicitud, obtener préstamos y simplemente tener la esperanza de completar el programa?
Si examinamos los números, el incumplimiento de pagos en los préstamos estudiantiles de hispanos y afroamericanos se concentra entre los que asistieron a instituciones con fines de lucro u otras instituciones no-tradicionales, que generalmente cuestan más que las universidades tradicionales. Y un estudiante de una institución con fines de lucro tiene probabilidades de ser el primero de su familia en asistir a la universidad, tiene más probabilidades de ser de mayor edad (aproximadamente en la mitad de la veintena) que el estudiante universitario promedio de primer año y menos probabilidades de depender de alguien.
Se trata probablemente de un individuo que no fue inicialmente a la universidad, se encontró con obstáculos en el trabajo debido a la carencia de ese importante diploma y decidió intentar un programa que prometía eliminar todo, excepto los aspectos relativos a la capacitación para la carrera de una credencial de educación superior. Hay más probabilidades de que esos estudiantes obtengan mayores préstamos y entren en incumplimiento de pagos, en parte por no finalizar el programa o por hallar que su nueva credencial es prácticamente inservible en el mercado laboral.
Los padres, las familias y los maestros que sermonean sobre la universidad no intentan dirigir a los muchachos en una dirección incorrecta —todo el que haya prestado atención en los últimos 20 años sabe que en este país ya no hay puestos de trabajo estables, de clase media, para individuos sin un diploma universitario—. Y es una lástima para un contingente entero de trabajadores inteligentes y potencialmente excelentes, que simplemente no desean jugarse su futuro con más educación formal.
La crisis de la deuda estudiantil se resolverá, en gran parte, una vez que la economía norteamericana pueda crear puestos de trabajo con remuneración decente para gente que no desee asistir a la universidad. Pero antes, nuestros líderes deben detenerse y reconocer que no todo el mundo desea ir a la universidad. Y no debe haber problemas por eso.
Para que este país florezca, debe haber puestos de trabajo para lograr entrar en la clase media —o permanecer en ella— que no dependan estrictamente de un proceso que cueste como mínimo 9.000 dólares al año en una universidad estatal.
La dirección electrónica de Esther Cepeda es estherjcepeda@washpost.com. Sígala en Twitter,@estherjcepeda
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