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Clinton vs. Trump: No hay mucho de qué entusiasmarse

Clinton vs. Trump: No hay mucho de qué entusiasmarse

Okay people, get over it, it’s going to be Clinton vs. Trump in November, and that’s that.

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OK amigos, no hay más remedio, así que cójanlo con calma: en noviembre la elección será entre Clinton y Trump.

Sí, ya lo sé, no es como para entusiasmar a nadie. Una vez más habrá que escoger no al mejor, sino al menos malo.

Pero, hey, cuando la realidad de nuestra impotencia para decidir el futuro del país –y el nuestro—se impone, y nos encontramos enfrentados a tener que ayudar a elegir quién ocupará la Casa Blanca durante los próximos cuatro años, “cualquiera menos Trump” empieza a sonar

como música al oído de mucha gente.

“Miren, no voy a cambiar. Asistí a las mejores escuelas, yo soy una persona muy inteligente”, afirmó el petulante multimillonario con su habitual modestia, dirigiéndose a la nación desde su Trump Tower en Manhattan el martes pasado, tras sus abrumadoras victorias en Pennsylvania, Connecticut, Maryland, Rhode Island y Delaware. Es decir, el candidato nuevo y civilizado que sus ayudantes le habían prometido al Partido Republicano unos días atrás, duró lo que un merengue en la puerta de un colegio.

Las palabras de Trump le arrancaron una sonrisita tímida a Chris Christie que, parado detrás de él, parecía haberse adaptado a su nuevo papel de figurón para el aspirante Republicano, si no con entusiasmo, al menos con resignación.

La bravuconería y la guapería barata por las que fue famoso alguna vez el gobernador de Nueva Jersey, habían desaparecido. El martes pasado Christie no era más que un abyecto yes man para su nuevo jefe. Vergonzoso.

Entonces, el miércoles, Trump, que acababa de prometer que no cambiaría, hizo algo muy alejado de su estilo: pronunció un discurso sobre política exterior utilizando un teleprompter en un intento fallido de parecer conocedor o, al menos, cuerdo. Hay que admitir que no es una tarea fácil para alguien que, como Trump, ha hecho declaraciones tan memorablemente disparatadas como que construiría un “hermosa” cerca en la frontera que México tendría que pagar, deportaría 11 millones de inmigrantes, prohibiría la entrada al país a todos los musulmanes, y haría nuevamente de la tortura un método aceptable y válido.

Un par de cosas quedaron claras con el discurso de Trump: Primero, es un pésimo lector. Segundo, incluso con un teleprompter, el “presunto nominado” republicano sigue siendo tan contradictorio y absurdo como siempre, y además, mucho más aburrido. Una vergüenza.

En cuanto a Clinton, pues, no es precisamente Rosa Luxemburgo, aunque haya momentos en que parecería querer que creyéramos que podría serlo.

“Soy una progresista que puede hacer cosas”, ha afirmado, queriendo decir que ella es diferente de ese soñador empedernido que se llama Bernie Sanders, quien tiene la audacia de imaginarse una sociedad pacífica y justa con sueldos decentes, universidades gratuitas y cuidado de salud universal. Un lugar en el que, por fin, los ricos pagarán más impuestos que sus secretarias, y donde no podrán comprar elecciones legalmente.

Los americanos “tienen hambre de soluciones”, dijo Clinton el martes pasado en Filadelfia después de sus cuatro victorias en las primarias. Ellos “no quieren solo que les diagnostiquemos los problemas, quieren que los resolvamos”.

Hillary tiene razón, por supuesto. Pero mientras no corte sus lazos con la despreciable industria de prisiones privadas y con esos bancos que, por alguna razón misteriosa, le pagan millones por sus discursos, ella será parte de los problemas, no de las soluciones,

El discurso de Trump sobre política exterior fue estúpido, pero las decisiones de política exterior de Clinton como secretaria de estado fueron a menudo injustas y peligrosas. Un buen ejemplo es su bendición al golpe de estado que depuso al democráticamente electo Presidente de Honduras Manuel Zelaya en 2009.

¿Ven? Se los había dicho. Cuando llegue noviembre y haya que votar por el mal menor no habrá mucho de qué entusiasmarse.

“Cualquiera menos Trump” es un lema muy certero. Lastimosamente, “cualquiera menos Clinton” también lo es.

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