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Secretary of Homeland Security Kirstjen Nielsen was harassed by a group of citizens in a Mexican restaurant in Washington, DC. EFE

Cero tacos para los acólitos de Trump

¿Los miembros de la administración de Donald Trump que han sido rechazados o interrumpidos en restaurantes merecen este tipo de tratamiento?

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Permítanme comenzar dejando en claro que pertenezco al grupo que cree que los cómplices de Trump merecen ser rechazados y denunciados en cualquier establecimiento público en el que tengan la audacia de aparecerse.

Y permítanme agregar que creo que es completamente ridículo preguntar o esperar que ellos, que se especializan en faltar el respeto a la Constitución y en insultar y vilipendiar a las familias inmigrantes, sean tratados con “urbanidad”.

Como alguien escribió en Twitter, “el pueblo estadounidense quiere decencia humana, no urbanidad. La urbanidad y la decencia murieron la noche de las elecciones”.

Es decir ¿qué persona decente querría asociarse y mucho menos socializar con gente que eligió formar parte de una administración de mentirosos, tramposos y secuestradores de niños, que ha hecho trizas el prestigio del país como campeón de los derechos humanos? Avergonzarlos y rechazarlos es solo la reacción natural de las personas de buena voluntad y es un precio muy bajo que pagar por el dolor que causan todos los días a miles de familias. Sí, merecen que los reciban con protestas donde quiera que vayan.

No es sorprendente que le haya sucedido a Stephen Miller, el extraño ideólogo de la supremacía blanca y consejero de Trump, de quien se dice que es “el cerebro” detrás de la separación de las familias. Lo abuchearon y le gritaron “fascista” en un restaurante mexicano en Virginia.

Y le sucedió a Kirstjen Nielsen, la secretaria de Seguridad Nacional a cargo de hacer cumplir la cruel e inhumana política de secuestro de niños. Su intento de cenar en otro restaurante mexicano en el área de DC fue interrumpido por un grupo de manifestantes que gritaban “vergüenza” una y otra vez.

Me imagino, casi puedo ver  a esta gente que odia a los mexicanos pero les encanta su comida, sus frentes sudorosas, sus bocas llenas de tacos, la salsa corriendo por sus odiosas caras mientras traman las nuevas injusticias y abusos que podrían infligir a las madres y niños mexicanos y centroamericanos. Cegados por la arrogancia o con una estupidez espantosa, parecen haber esperado que les sonrieran y los atendieran cortésmente las mismas personas sobre las que mienten brutalmente, llamándolas “animales”, “violadores” y “traficantes de drogas”, las mismas personas a las que les arrancaron sus hijos e hijas de los brazos.

No, definitivamente, no hay ni puede haber tacos para ellos.

Y como prueba de que las personas decentes, sin importar su etnia o estatus legal, se sienten profundamente ofendidas por la deshonestidad y la crueldad de Trump y la de sus habilitadores y aduladores, también le sucedió a la inefable Sarah Sanders, la mujer que nos miente todos los días justificando lo injustificable, irónicamente, a expensas de los contribuyentes. Ella fue a cenar al restaurante Red Hen en Virginia, por cierto, no mexicano, donde su dueña, una mujer blanca de arraigados principios morales, le pidió cortésmente que abandonara el local.

Me cae bien la representante Maxine Waters (demócrata de California), una persona de rara honestidad nadando en un océano contaminado por racistas, misóginos, buscavidas y cobardes pseudopatriotas. Ella ha dicho que los miembros de la administración Trump que voluntariamente lo sirven y lo defienden deberían ser recibidos con protestas en gasolineras, restaurantes y comercios.

“Saben que lo que están haciendo está mal”, dijo, y deberían ser objeto de protestas hasta que no puedan soportarlo más y tengan que decirle al presidente: “No, esto está mal. No puedo seguir contigo. Esto es inconcebible. No podemos seguir haciéndole esto a los niños”.

Por esas palabras, Waters, de 79 años, ha sido amenazada por Trump y criticada por algunos de sus pusilánimes colegas demócratas.

“Estoy totalmente en desacuerdo con aquellos que abogan por acosar a la gente si no están de acuerdo con usted”, dijo el senador por Nueva York Charles Schumer. “(...) nadie debería llamar al hostigamiento de opositores políticos. Eso no está bien. Eso no es americano”.

Pero Schumer no comprende o no quiere reconocer que el problema no es de posiciones políticas diferentes. Esta es una crisis humanitaria con profundas implicaciones morales para el futuro del país, el tipo de problema que va más allá del partidismo y debe protestarse y enfrentarse vehemente e incansablemente tanto por demócratas como republicanos.

La decencia de Waters y su posición de activismo intransigente y oposición al racismo, la discriminación y el abuso son mucho más americanas que la de sus críticos, quienes se conforman con seguir jugando los cansados ​​juegos de Washington de los que Donald Trump se burla todos los días.

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