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Aprendiendo de Colombia

Aprendiendo de Colombia

Uno de los primeros libros de teoría que yo leí en la universidad, que se convirtió en una biblia teórica para mí, fue "Learning from Las Vegas" por Robert…

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Uno de los primeros libros de teoría que yo leí en la universidad, que se convirtió en una biblia teórica para mí, fue "Learning from Las Vegas" por Robert Venturi y Denise Scott Brown.

Como a veces sucede en Filadelfia, estos dos renombrados arquitectos han sido prácticamente ignorados en su propia ciudad. También yo pensaba que Las Vegas era un lugar poco común para aprender, exactamente igual que Colombia le puede parecer a los viajeros contemporáneos.

De hecho, los americanos tienen mucho que aprender de Colombia, empezando por la ortografía de su nombre que no es Columbia como la insigne universidad.

Bogotá, arraigada al lado de Los Andes a una altitud de 8,600 pies, una metrópolis enorme de más de ocho millones de habitantes, en la distancia es todavía más hermosa que vista de cerca. En el día que yo llegué, el recorrido desde el aeropuerto El Dorado hasta el centro de la ciudad estaba lleno de tráfico, aunque el chófer nos aseguró que teníamos suerte porque no había atasco o trancón, como ellos dicen.

 

 

Una manera en la que se solucionan los problemas de tráfico en Bogotá es restringiendo los coches de acuerdo con el último número de la matrícula; los números pares circulan en ciertos días y los impares en otros. Claro que la gente rica puede ser muy lista y hay quienes tienen dos carros para manejar en la ciudad todos los días. Las motos son muy populares, especialmente entre la gente joven. También hay reglas para ellos: los números de la matrícula tienen que estar expuestos en el casco, así la policía sabe inmediatamente si la moto ha sido robada.

Afortunadamente, no hay desajuste de horario en un viaje a Colombia, puesto que ya hay bastante con el soroche o el mal de altura. Durante un paseo por la mañana del primer día, pude apreciar algunas de las innovaciones implementadas en esta moderna ciudad. Muchas de las calles de la Zona Rosa, el barrio de clase alta donde estábamos alojados, se han convertido en zonas peatonales con magníficos restaurantes, boutiques y centros comerciales.

Una de las ventajas de visitar Colombia, donde el turismo no es prevalente todavía, es que los precios de los hoteles de primera clase son accesibles.

Las zonas residenciales de la ciudad están estrictamente clasificadas en seis niveles económicos. La mayoría de los ciudadanos prefieren vivir en las zonas 3-4, porque la luz, el agua y otros servicios públicos son más económicos que en las zonas ricas 5-6. En Colombia se acepta que las clases sociales altas subsidien a las clases más pobres.

A partir del final oficial de la violencia en 1984, cuando las Fuerzas Revolucionarias de Colombia (FARC) firmaron el primer acorde para la paz, Colombia ha invertido millones de pesos en la infraestructura del país. Las carreteras principales desde Armenia a Medellín, a través de los fértiles valles de la región cafetera, son mayormente de última hora, con excelentes puentes, túneles y áreas de servicio que me hicieron olvidar las carreteras de New Jersey.

Medellín es la ciudad más innovadora de las que visité, posiblemente porque es la que más reconstrucción tenía que realizar. El narcotráfico, dirigido por Pablo Escobar, causó una violencia sin fin y una pobreza inmensa. El centro de la ciudad todavía está rodeado de comunas muy pobres, comunidades arraigadas en las laderas de las colinas. La comuna 13 es ejemplar por ser una de las más afectadas.

El gobierno municipal ha construido allí seis escaleras automáticas con jardines a ambos lados, cubiertas por unos elegantes doseles de color naranja que me recordaron la obra de Christo en Central Park. Una ventaja de Medellín es que siempre tiene un clima primaveral alrededor de los 70 grados. Los residentes de la comuna 13 han pintado murales artísticos en las paredes parecidos a los del Mural Arts Program en Filadelfia.

Medellín también tiene un sistema de transportes moderno, incluyendo un funicular, que les permite a sus ciudadanos trasladarse al centro urbano. Ahora la gente más pobre tiene acceso a mejores trabajos en esta asombrosa metrópolis.

Como sucede en otras partes de Colombia, el crimen en Medellín ha bajado de una forma significativa. Existen muchas iniciativas para creer seguridad en sus ciudadanos. Por ejemplo, hay conexión de Internet en las plazas públicas y un sistema de cabinas telefónicas rojas con el emblema de Mejores Juntos que cualquier persona puede usar si necesita ayuda. La ciudad está floreciendo con nuevas universidades, museos, bibliotecas, teatros y centros deportivos.

Incluso una mujer viajando sola como yo, me sentía segura saliendo por la noche; claro que el español es mi primera lengua. Como en cualquier país, es importante tomar precauciones o lo que los colombianos llaman no dar papaya, o sea no ser una víctima fácil. Solamente en algunas áreas remotas del país no accesibles al turismo, como las fronteras con Brasil y Ecuador, todavía existen problemas de seguridad.

Mi última destinación fue Cartagena de Indias en la costa caribeña, una Ciudad Patrimonio de la Humanidad, conocida por la belleza de sus edificios coloniales históricos. Esta región de Colombia ya ha sido invadida por los turistas y es cara. Yo recuerdo Cartagena, en el Mediterráneo, en la España donde nací. Estas dos ciudades son similares, con sus acogedores puertos y sus fuertes brisas marinas.

El ser española crea situaciones interesantes al viajar por Latinoamérica; en países como Perú, por ejemplo, noto una hostilidad de seis siglos cada vez que hablo con mi acento de Castilla. Yo había oído que en Colombia se habla el español más lindo del mundo y después de mi visita, tengo que confesar que es así. Los colombianos son educados, correctos y siempre amistosos. Esperemos que esa actitud no cambie cuando el país sea “descubierto” por los turistas.

Inclusive la gente joven se expresa tradicional y formalmente. Pongo por caso a Ileana, una joven a quien conocí en el metro de Medellín. Aunque no parecía tener más de veinte años, ya era madre de cuatro hijas. Estaba estudiando el último semestre de Educación Española en la universidad y le preocupaba la dificultad de encontrar trabajo, puesto que no tenía experiencia laboral. Cuando me despedí de ella, yo ya había aprendido la lección y sabía lo que tenía que decirle al estilo correcto colombiano: ¡qué Dios te bendiga!

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