
La Gold Card de Donald Trump: el camino hacia la plutocracia
El presidente Donald Trump quiere crear un sistema plutocrático que solo favorezca a unos pocos multimillonarios. No a muchos les interesa.
Cuando Donald Trump anunció su propuesta de la "Gold Card", una vía rápida de residencia para multimillonarios que inviertan más de US$5 millones en Estados Unidos, la reacción no se hizo esperar. Para algunos, se trata de una estrategia pragmática para atraer capital extranjero y fortalecer la economía. Para otros, es una consolidación del dominio de los que más tienen, las élites económicas, sobre la política y la sociedad estadounidense; es decir, un paso más hacia la plutocracia.
El enfoque de Trump en materia migratoria ha sido, desde su primera campaña, uno de los pilares de su discurso político. Mientras su administración anterior impuso duras restricciones a la migración de trabajadores y refugiados, esta propuesta de la "Gold Card" parece abrir las puertas solo a quienes tienen suficiente dinero para comprar su llegada al país.
Ese exceso de confianza en esta clase de mecanismos muestra el talante del Presidente: alguien convencido que solo el dinero puede comprar lo que vale la pena. Tal vez de allí se desprenda su desprecio por la institucionalidad. Pero eso es tema de otra discusión.
La propuesta de una Gold Card refuerza una tendencia ya existente: la desigualdad en las oportunidades de inmigración. Mientras miles de solicitantes de asilo esperan años para obtener una respuesta, y trabajadores con habilidades técnicas luchan con sistemas burocráticos complicados para obtener una visa, los ultrarricos recibirían un pase preferencial simplemente por su capacidad de inversión.
Los defensores de la Gold Card argumentan que atraer inversionistas multimillonarios puede generar empleo y dinamizar la economía estadounidense. Sin embargo, la evidencia de programas similares en otros países muestra que muchas veces el impacto económico real es mínimo. Países como Canadá y Portugal han implementado versiones de "visas doradas" que, en algunos casos, han derivado en inversiones especulativas en bienes raíces sin beneficios tangibles para la población.
En EE. UU., esto podría traducirse en una mayor concentración de la riqueza en sectores inmobiliarios y financieros, sin necesariamente beneficiar al resto de la población. Además, abre la puerta a la influencia de magnates extranjeros en la política y la economía estadounidense, una preocupación recurrente en debates sobre seguridad nacional y soberanía económica (remember "La trama rusa).
Low interest
A pesar de los esfuerzos de Trump por vender la Gold Card como un mecanismo para reducir el déficit fiscal, al afirmar que podrían venderse hasta un millón de tarjetas, recaudando US$5 billones, los propios multimillonarios parecen poco interesados. Según una investigación de Forbes, de 18 multimillonarios consultados en todo el mundo, 13 dijeron que no les interesa la propuesta, tres se mostraron indecisos y solo dos la considerarían seriamente.
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Un multimillonario canadiense citado por Forbes señaló: "Si eres multimillonario, no la necesitas". Un magnate europeo agregó: "Quien tenga una idea de negocio puede hacerlo ahora por muy poco dinero, así que ¿para qué gastar US$5 millones?". Esta falta de interés de los ultrarricos sugiere que la Gold Card podría no ser el éxito financiero que Trump imagina, y que su impacto económico real podría ser marginal.
Lo que de verdad preocupa es que se extienda como una política pública la idea de que la riqueza otorga privilegios desproporcionados. La Gold Card lleva esta dinámica al extremo. En una democracia que se supone basada en la igualdad de oportunidades, el acceso preferencial a la residencia y, eventualmente, a la ciudadanía por razones puramente económicas, puede interpretarse como un debilitamiento de los principios democráticos y un ataque frontal a los principios universales de los derechos humanos.
Históricamente, las políticas de inmigración han sido un reflejo de los valores de una sociedad. Con esta propuesta, Trump reafirma un modelo en el que el poder político y económico se concentra en una minoría privilegiada, consolidando aún más la influencia de las grandes fortunas en las decisiones nacionales.
Otro factor que podría frenar el atractivo de la Gold Card son los impuestos. El sistema tributario de EE. UU. grava a sus ciudadanos sobre sus ingresos globales, lo que representa una desventaja para muchos multimillonarios extranjeros. Trump ha afirmado que los beneficiarios de la Gold Card no tendrían que pagar impuestos sobre ingresos generados fuera de EE. UU., lo que les otorgaría una exención fiscal superior a la de los propios ciudadanos estadounidenses. Sin embargo, Forbes advierte que aún no hay detalles concretos sobre si esto es posible sin la aprobación del Congreso.
La "Gold Card" no es solo una política migratoria; es una declaración de principios sobre quién merece ser parte del futuro de Estados Unidos. Mientras se cierran las puertas para muchos, se abren de par en par para quienes puedan pagar el precio de entrada. Más que una estrategia de crecimiento, esta medida parece diseñada para fortalecer una élite dentro de EE. UU., moviendo al país un paso más hacia un modelo de plutocracia en el que el dinero no solo compra influencia, sino también ciudadanía. A la ciudadanía por nacimiento ahora hay que agregarle la ciudadanía por enriquecimiento.
Sin embargo, la falta de interés de la mayoría de los multimillonarios encuestados por Forbes sugiere que esta estrategia podría no ser tan efectiva como Trump espera. Si la élite económica no encuentra atractivo este programa, ¿realmente puede ser una solución viable para la economía estadounidense? O, más bien, ¿es solo una nueva maniobra populista para reforzar su imagen entre su base de votantes?
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