Protest in Washington
Mientras el presidente Trump emite oleadas de órdenes ejecutivas que no tienen peso específico, hay más protestas contra medidas como los recortes a entidades clave como la Oficina de Protección Financiera del Consumidor. (Photo by SAUL LOEB / AFP)

Pan y circo, la estrategia

Desde el establecimiento del inglés como lengua oficial hasta el debate sobre el Golfo de América. Una lista de cosas que Trump hace pero que no importan.

MÁS EN ESTA SECCIÓN

Impacto de los aranceles

Amenazas nucleares

¿Qué ocurre realmente?

Así obtuve mi visa

Rumbo a la plutocracia

COMPARTE ESTE CONTENIDO:

Durante la segunda administración de Donald Trump, una estrategia ha sido evidente: la emisión constante de anuncios y órdenes ejecutivas que generan titulares pero que, en la práctica, son irrelevantes o inviables. Más que medidas de gobierno, estas acciones parecen diseñadas para alimentar el debate público, polarizar a la ciudadanía y reforzar la imagen de un líder en acción ante su base de seguidores.

Recientemente, Trump declaró que estableció el inglés como idioma oficial de Estados Unidos, una medida que, en términos prácticos, no cambia nada. En un país donde el inglés ya es el idioma predominante en todos los ámbitos administrativos y comerciales, este anuncio solo aviva la controversia sobre la identidad nacional y la inmigración, temas fundamentales en su narrativa política. Sin embargo, no aporta soluciones concretas a problemas urgentes como la crisis migratoria, la inflación o la desigualdad económica.

El patrón de la estrategia es claro: Trump realiza anuncios impactantes, pero muchas de sus órdenes ejecutivas carecen de sustento constitucional o viabilidad legal. Recién llegado, intentó eliminar el derecho a la ciudadanía por nacimiento, una medida que chocó inmediatamente con la Decimocuarta Enmienda de la Constitución. Más recientemente, propuso cambiar el nombre del Golfo de México a "Golfo de América", una idea sin fundamento legal ni impacto real en la vida de los ciudadanos.

El idioma oficial

El debate sobre establecer el inglés como idioma oficial en EE.UU. no es nuevo. En 1981, el senador Samuel Hayakawa presentó una enmienda constitucional con este propósito. Hayakawa trabajó de la mano de John Tanton, un activista conocido por su defensa de restricciones migratorias y su influencia en el movimiento ‘English Only’. Aunque la enmienda no prosperó, sentó las bases para múltiples intentos en décadas posteriores.

Durante los años 80 y 90, varios estados declararon el inglés como su idioma oficial y hubo varios intentos legislativos que nunca prosperaron. Actualmente, más de 30 estados han declarado el inglés como su idioma oficial, aunque en la práctica, esto no cambia el predominio del inglés en documentos gubernamentales y asuntos administrativos. La insistencia en este tema parece responder más a una estrategia política que a una necesidad real de cambio.

Trump entiende como pocos políticos el poder del espectáculo. Su estrategia de gobierno se basa en mantener a la ciudadanía en un estado constante de discusión, donde sus seguidores ven en cada anuncio una victoria cultural y sus detractores reaccionan con indignación, alimentando el ciclo mediático.

Esta táctica de distracción le permite evitar discusiones más complejas sobre su gestión económica, su relación con el Congreso o el impacto de sus políticas exteriores. Mientras los medios y las redes sociales se llenan de debates sobre el inglés como idioma oficial, se reduce la presión sobre otros temas que realmente afectan a la vida cotidiana de los estadounidenses.

Para su base de seguidores, estas medidas refuerzan la imagen de un Trump combativo, que lucha contra lo que ellos perciben como una élite política que ha ignorado sus preocupaciones. Al emitir órdenes ejecutivas de alto impacto emocional pero baja efectividad práctica, Trump se posiciona como un líder activo que desafía el statu quo, incluso si sus acciones no tienen consecuencias reales.

Además, al presentar continuamente propuestas que desafían la legalidad o la tradición, obliga a la oposición a responder, lo que le permite encasillar a sus detractores como “enemigos del pueblo” o defensores de un sistema corrupto. Así, logra transformar cualquier rechazo legal o constitucional a sus órdenes en una nueva batalla política contra el “establishment”.

¿Hasta cuándo?

El éxito de esta estrategia depende en gran parte de la capacidad de los medios de comunicación y de la oposición para contrarrestarla. Hasta ahora, los medios han caído repetidamente en la trampa de amplificar cada anuncio de Trump, sin importar cuán absurdo o intrascendente sea. Esto le da una presencia mediática constante y mantiene su narrativa viva.

Sin embargo, la efectividad de este enfoque podría disminuir si los votantes comienzan a exigir resultados tangibles en lugar de simbolismo vacío. La economía, la seguridad y la política exterior siguen siendo temas de alta prioridad para los estadounidenses, y en algún punto, la retórica sin sustancia podría volverse insuficiente para sostener el apoyo de su base.

En última instancia, Trump ha demostrado ser un maestro en la manipulación de la atención pública. Su capacidad para mantener el espectáculo político en movimiento es innegable. La pregunta es si esta estrategia será suficiente para gobernar, o si, en algún momento, los ciudadanos dejarán de aplaudir y empezarán a pedir hechos en lugar de anuncios rimbombantes.

  • DEJE UN COMENTARIO:

¡Únete a la discusión! Deja un comentario.