“Pan y Tweets”
La era digital ha conseguido transformarnos a todos en testigos del “reality presidencial” de Donald Trump.
A escasos meses de cumplir un año en el puesto, el presidente Trump ha hecho de su mandato el período político más difícil de explicar en la historia contemporánea estadounidense.
Hace tan sólo una semana el presidente compartió en Twitter tres vídeos que mostraban a individuos musulmanes atacando a personas y rompiendo íconos cristianos, reportó en ese momento la CNN. Los vídeos habían sido publicados con anterioridad por Jayda Fransen, la dirigente de Britain First – un grupo político inglés ultranacionalista y de extrema derecha – y el presidente estadounidense no midió el alcance de su perfil mediático (cuenta con alrededor de 44 millones de seguidores en Twitter) cuando, en un guiño aparentemente aprobatorio, decidió compartir esos vídeos.
En una situación así, la diferencia entre proselitismo político y propaganda se volvió bastante borrosa. ¿Estaba el presidente estadounidense apoyando un movimiento extremista que favorecía sus propias posturas de campaña? ¿O estaba usando imágenes no verificadas para dar a entender la necesidad de llevar a cabo su agenda política?
Trump se ha transformado en el gobernante de las redes sociales; el mandatario obsesionado con los titulares; el presidente que sufre por las críticas en los medios. Su necesidad de aprobación y su relación intermitente con la realidad hacen recordar con frecuencia que, antes que nada, Donald Trump siempre ha sido una figura proveniente del mundo del entretenimiento.
Es sólo que ahora, en vez de entretener en programas televisivos, el presidente hace malabares con sus declaraciones, poniendo en vilo al público y a la sociedad, cuyo futuro depende de su capacidad para tomar decisiones.
Desde que apareciera en aquella lista de Forbes en 1982, la obsesión del magnate por aparecer en las primeras páginas de los medios no ha hecho sino escalar.
Certámenes de belleza, eventos deportivos, centros académicos fracasados y una habilidad para sobrevivir a la bancarrota, han hecho del ahora presidente una figura recurrente en la pequeña y gran pantalla, y hoy en día es el nombre más repetido en los titulares de las redes sociales.
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Ha transformado su gabinete de gobierno en una plantilla de personajes dignos de un programa de telerrealidad, y su frase célebre de “estás despedido” – que le hizo famoso en The Apprentice – se proyecta sobre la manera en la que va reformando su equipo de trabajo una y otra vez, a medida que pasan los meses.
Bret Stephens recordaba en su columna para el New York Times el libro de Peter Pomerantsev Nothing is True and Everything Is Possible, donde el autor define la realidad como “verdad factual con posibilidades interpretativas”, para referirse a las diatribas presidenciales en cuanto a asuntos como la grabación de Access Hollywood o el tamaño de su público durante la inauguración de su mandato en la Casa Blanca.
Pomerantsev resalta en su libro la frase de un presentador de televisión que cae al actual presidente como anillo al dedo: “La política debe vivirse como si fuera una película”.
Para los emperadores romanos, la fórmula era más sencilla: “Pan y Circo” (Panem et circenses), que adaptado a la era Trump sería algo como “twitts y palabrería”. ¿Con quién se peleará el presidente hoy? ¿Existe realmente una conspiración rusa para hacerse con el control de la Casa Blanca? ¿Qué dijo Trump en su último twitt?
Vivimos en una retahíla de sucesos “entretenidos”, que no sabemos si catalogar exactamente de verdaderos, y que darán mil ideas a los guionistas hollywoodenses de películas sobre conspiraciones, mientras el país se divide entre quienes viven una fantasía y quienes intentan sobrevivir a las consecuencias de una política agitada.
La herramienta clave sigue siendo la misma: distraer. Mientras los titulares se alimentan de rencillas digitales, la mayoría Republicana logró aprobar la reforma fiscal más importante en la nación desde la época Reagan, y muy pocos ciudadanos han leído las letras pequeñas del contrato donde se proyecta un profundo golpe a la clase media estadounidense.
Y desde las trincheras del periodismo, se ha cometido un error garrafal que este texto perpetúa: cuestionar al presidente se ha transformado en un tácito y constante homenaje, cuyo costo social tan sólo veremos con el pasar de los años.
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