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El presidente de los Estados Unidos, Donald J. Trump(d), y el líder norcoreano, Kim Jong-un (i), se dan la mano sobre la mesa durante su histórica cumbre el martes 12 de junio de 2018, en el hotel Capella en la isla de Sentosa (Singapur). EFE/KEVIN LIM/THE STRAITS TIMES/SPH/SOLO USO EDITORIAL
El presidente de los Estados Unidos, Donald J. Trump(d), y el líder norcoreano, Kim Jong-un (i), se dan la mano sobre la mesa durante su histórica cumbre el martes 12 de junio de 2018, en el hotel Capella en la isla de Sentosa (Singapur). EFE/KEVIN LIM…

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Después de amenazas, indecisiones y semanas de discusión, finalmente se llevó a cabo la primera reunión entre un presidente estadounidense en el puesto y el gobernante de la República Popular Democrática de Corea del Norte.

Haciendo uso de la anticipación mundial, tanto Donald Trump como Kim Jong-Un se dieron un apretón de manos que recorrió el mundo en breves segundos.

Como era de esperarse, el protocolo permitió que ambos presidentes sincronizaran sus movimientos, evitando así que ninguno de ellos se sintiera menos en el evento – ambos entraron a la sala al mismo tiempo, tuvieron las mismas deferencias e hicieron gala de sus escasos atributos de cortesía.

Cuando la improvisación es la mejor estrategia

En otras circunstancias, una reunión de este calibre habría llevado meses (sino, años) en organizarse, corriendo el riesgo de que los temperamentos y las exigencias de ambos bandos obstruyeran el camino.

Pero la nueva forma de gobernar de Donald Trump permitió que en breves semanas el líder norcoreano aceptara sentarse en una mesa a discutir cualquier cosa que permita la reducción de las sanciones económicas, incluso si eso implica firmar un papel de pocas palabras.

Tras una reunión de cuatro horas, Corea del Norte se comprometió a la “completa desnuclearización de la península coreana”, léase bien, de la península coreana, lo que implica también cualquier tipo de protección con armas nucleares que Estados Unidos pueda proveer a Corea del Sur.

Asimismo, Estados Unidos se comprometió a “aportar garantías de seguridad al régimen en Pyongyang”, según explicó el diario español El País.

Estas promesas han sido “lo suficientemente sonoras como para que cada líder lo haya juzgado fundamental”, continúa el medio. “Kim Jong-Un ha considerado que ‘el mundo va a ver un cambio tremendo’, y Trump que ‘vamos a resolver un problema muy peligroso’”, pero los detalles de los mecanismos o las herramientas necesarias para que esto se haga realidad han brillado por su ausencia.

Nada nuevo bajo el sol

A pesar de la verborrea presidencial que aseguraba un documento “muy extensivo” y con “mucha buena voluntad”, la declaración conjunta firmada por ambos mandatarios sólo asegura que ambos países se comprometen a “construir un régimen duradero de robusta paz en la Península Coreana”, partiendo del compromiso de Kim a “desnuclearizar por completo” el territorio, algo que ha prometido en varias ocasiones anteriores sin mayores resultados.

Según recuerda CNN, el régimen de Corea del Norte fue incluso uno de los firmantes en el Tratado de No Proliferación Nuclear de 1985, prometiendo consecutivamente en 1992 y 1994 acuerdos para desmantelar su programa nuclear, algo que violó secretamente en el 2002 y continuó haciendo hasta la actualidad, mientras su capacidad de armas nucleares no hacía sino aumentar.

Saludar es reconocer

Existe una razón importante por la cual pocos líderes mundiales toman la iniciativa de reunirse con Corea del Norte, y es que la gran mayoría de las democracias imperantes en el mundo consideran a Kim Jong-Un como un dictador impuesto sobre su pueblo fuera de los mecanismos tradicionales de la política.

Aceptar reunirse en condiciones de igualdad es interpretado en diplomacia como un gesto de reconocimiento de autoridad y legitimidad, algo que Donald Trump ha hecho con frecuencia ante mandatarios dictatoriales como Vladimir Putin en Rusia, Xi Jinping en China, Rodrigo Duterte en Filipinas y, ahora, Kim Jong-Un en Corea del Norte, a quien incluso invitó a la Casa Blanca.

Después de su insistencia en romper lazos con la comunidad democrática internacional, así como con sus organizaciones y tratados, el abrazo constante de Donald Trump a mandatarios que no tienen que rendir cuentas a un Congreso es cada vez más perturbador.