Trump ante el impeachment: déjate llevar y colapsa
Las declaraciones del presidente estadounidense ante los medios el pasado miércoles parecen haber sido suficiente pan y circo por un día.
Escuchar a Donald Trump perder toda coherencia ante los medios, y compartiendo escenario con un líder extranjero, es nada menos que surreal.
Durante una rueda de prensa junto al presidente de Finlandia Sauli Niinistö, Trump intentó eludir sin suerte las preguntas sobre la controvertida comunicación con Ucrania que detonó un procedimiento político en su contra desde la Cámara de Representantes.
El presidente estadounidense pasó de llamarse “genio muy estable” y de asegurar que “mide muy bien sus palabras”, a sugerir que el presidente demócrata del comité de inteligencia de la Cámara, Adam Schiff, era un “traidor” y que “probablemente ayudó a dictar” la denuncia que sacó a la luz su turbia conversación con Ucrania.
Con una copia impresa del New York Times en la mano, Trump denunció el hecho de que Schiff supiera de las inquietudes del denunciante días antes de que se hicieran públicas.
“Creo que es un escándalo que él lo hubiese sabido antes. Yo iría un paso más allá: creo que probablemente le ayudó a escribirlo. ¿De acuerdo? Eso es lo que creo,” dijo gesticulando y perdiendo el control.
En palabras de David Smith, corresponsal de The Guardian en Washington, la performance del presidente Trump el día miércoles “fue oscura y aterradora para cualquiera que se preocupe por los signos vitales de una república con 243 años de edad”.
Smith logra articular lo que todos presenciamos: “Fue incluso vanguardista. Fue Samuel Beckett. Fue Marcel Duchamp. Era la cama de John Lennon y Yoko Ono. Trump invitó a Niinistö a tomar asiento en primera fila en su teatro del absurdo”.
Y es precisamente eso: un teatro.
Los vaivenes del presidente entre gritar al periodista de Reuters Jeff Mason, pedir que se le hicieran preguntas al presidente de Finlandia e interrumpir cuando éste pretendía responder algo, bordeaban lo psicótico.
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Quizás un “teatro psicótico” es lo que necesite para desviar la atención de su mayor amenaza política en este momento.
En medio de sus vociferaciones, Trump mencionó a Mike Pompeo, señaló a sus embajadores y a sus asesores, y aseguró que todos estaban al tanto de su conversación con Ucrania, lo que les pondría en riesgo de hundirse con el barco de esta administración.
El asunto ha sido tan difícil de manejar para los involucrados que la mayoría de los miembros del Partido Republicano, otrora dispuestos a defender a su presidente con uñas y dientes, están silenciosos aferrados al borde del asiento.
Todos menos el Senador Lindsey Graham, por supuesto, quien después de haberse opuesto por meses a Donald Trump, es hoy en día su mayor defensor – al punto de decir: “tengo cero problemas con la llamada”-.
En una entrevista el pasado domingo con Margaret Brennan de CBS News, la presentadora preguntó directamente al senador: “¿Cree usted que fue ético por parte del presidente sacar a Joe Biden en la conversación?”
Graham respondió: “Sí, absolutamente”.
Mientras el presidente pierde el control en público – y seguramente en privado –, las estrategias para control de daños por parte de quienes se ven directamente afectados es la de redefinir el compás moral de la democracia estadounidense, y aprovechar el pan y circo de Trump mientras buscan desesperadamente una salida.
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