Cuando la OMS consideró el nuevo COVID-19 como una “pandemia”, es decir, una enfermedad que ocurre en todo el mundo al mismo tiempo, se volvieron a vivir momentos que a muchos, los más viejos, les recuerdan a las épocas de guerra: con calles desiertas, supermercados siendo arrasados por cientos de personas asustadas por su supervivencia y un constante seguimiento en los medios del avance de la infección, del número de enfermos y muertos que va en aumento. 

Aunque nuestro sistema sanitario no es el que fue en 1918, cuando la gripe española hizo estragos entre la población, ni mucho menos el coronavirus será tan letal como la viruela, la más mortífera pandemia de todas, hay quien no pierde la oportunidad de hacer comparaciones históricas. 

Para que esté al corriente de lo que sucede ahora y lo que sucedió en el pasado, le hacemos un recorrido ‘exprés’ por las cinco pandemias más devastadoras, sin duda, de las que hemos salido a flote. 

Ha acabado con la vida de más de 25 millones de personas en todo el mundo y, aunque actualmente se han desarrollado tratamientos preventivos como el PreP que disminuyen las infecciones en un 90%, siguen sin encontrar una cura global.

El SIDA se originó en África, donde los simios tienen un virus similar al VIH conocido como SIV. Los científicos aún teorizan si el contagio interespecie se produjo al cazar o ingerir carne de chimpancé infectado. 

La realidad es que no fue detectada como enfermedad hasta la década de los 80, cuando se observó en Estados Unidos, sobre todo entre pacientes homosexuales de Nueva York y California, unos síntomas poco comunes, que más tarde también identificaron en receptores de transfusiones de sangre y personas que se drogaban por vía intravenosa. Lo acuñaron síndrome de inmunodeficiencia adquirida, porque el virus ataca a los glóbulos blancos que ayudan a combatir infecciones.

En la actualidad existen dos pacientes en todo el mundo que se han curado del VIH gracias a un trasplante de células madres cuyo donante era portador de una una mutación conocida como CCR5-delta 32.

Asoló el continente europeo desde mediados del siglo XIV y hasta su último brote, trescientos años después, provocando más de 75 millones de fallecimientos. 

Aunque en aquella época la devastadora epidemia llegó a atribuirse a la cólera Divina e incluso al paso de un cometa, el origen fue una bacteria aparecida en Asia que se propagó a través de parásitos como las pulgas de las ratas desde los puertos, por el contacto marítimo, ayudada por las pésimas condiciones de higiene y la mala alimentación de la época.

La muerte ocurrían en menos de una semana desde que se manifestaba la enfermedad, con la aparición de unos bubones -la inflamación de nódulos del sistema linfático-, acompañados de altas fiebres, delirios, escalofríos y supuraciones apestosas. Los enfermos confinados en sus casas y sus familias vivieron el horror.

También conocida como ‘gripe española’, porque los periódicos de España, país neutral durante la Gran Guerra, fueron los únicos que informaron sin censura sobre su letalidad. 

Se cree que esta pandemia fue la causante de entre 50 y 100 millones de muertes y los primeros casos reportados fueron entre militares de los Estados Unidos, que la llevaron a Europa al desembarcar para combatir a los alemanes. 

Tan mortífera como desgarradora, en Estados Unidos se dieron  casos de personas que se levantan con fiebre y fallecían de camino al trabajo. 

En un artículo anterior, comentamos por qué su tasa de letalidad que a menudo se utiliza para compararla al nuevo Covid-19 es errónea, ya que supera con creces el 2% que la OMS ha reportado para esta nueva pandemia.

Desde luego, se disputa el puesto de pandemia global más devastadora y ha contribuido al declive de civilizaciones completas como el Imperio Azteca e Inca, traída por los españoles en su “conquista” del Nuevo Mundo en 1519. De hecho, se estima que un 90% de las muertes de indígenas durante la colonización europea no fueron a “fuego” sino que cayeron a causa de la enfermedad.

En Europa, la viruela acabó con 60 millones de personas sólo en el siglo XVIII y cien años más tarde ya eran 300 millones en todo el mundo. 

Su nombre en latín significa “moteado”, por las picadas y bultos que aparecían en la cara de los afectados. Era altamente contagiosa y quienes sobrevivían arrastraban el resto de su vida marcas en la piel, e incluso podían quedar ciegos. 

Gracias al descubrimiento de su vacuna, uno de los mayores logros de la medicina, quedó erradicada en 1979.