Viaje al País de Melania Trump
Escondida entre Italia, Austria y los países Balcánicos, Eslovenia es hoy un pequeño remanso de paz y naturaleza, en el que confluyen las montañas escarpadas…
Donald Trump ha dedicado los primeros dos meses de su mandato a poner trabas a los inmigrantes, amenazando con vetar su entrada a los Estados Unidos y levantar muros xenófobos en la frontera con Mexico.
Curiosamente, el presidente de Estados Unidos parece olvidarse de que su esposa, Melania Trump - nacida Melanija Knavs- en su día fue también una inmigrante en este país. Y no llegó precisamente de un país rico y moderno, sino de un pequeño estado del sur de Europa atrapado entre los Alpes y el mar mediterráneo que hasta 1991 formaba parte de la república socialista de Yugoslavia.
La primera dama de los EEUU nació en 1970 en Novo Mesto, Eslovenia, por aquel entonces todavía un país comunista, y tras un breve periodo en Italia, se mudó a Nueva York en 1996 para consolidar su carrera como modelo.
Hoy, sin embargo, poco queda de comunista y obrero en el país que vio crecer a Melania. Con una población de dos millones de habitantes, Eslovenia es hoy un próspero estado de la Unión Europea, con una economía saludable, basada principalmente en la industria automovilística, metalúrgica y el auge del turismo.
La misma Melania creció en el seno de una familia obrera. Su padre, miembro del Partido comunista, era empleado en una empresa estatal de producción de piezas de automóvil, y su madre era patronista en una fábrica textil en Sevnica, donde la familia se mudó cuando Melania y su hermana eran niñas.
En la actualidad, el pueblo antiguo de Sevnica sigue siendo el mismo municipio de casas bajas a orillas del río Sava rodeado de colinas verdes y fértiles campos de cultivo.. El pueblo está coronado por un castillo medieval, el orgullo de la ciudad, desde donde se divisa la expansión que vivió la ciudad al convertirse uno de los principales centros industriales de la desaparecida Yugoslavia.
Hacia el norte, flanqueando el río, aparece la estación de tren y la ciudad nueva: un conjunto de fábricas y bloques de apartamentos para la clase trabajadora cómo el que creció Melania. Sevnica continúa siendo hoy un destacado centro industrial. En la calle principal, justo detrás del instituto de secundaria donde estudió la primera Dama, puede verse la sede de Lisca, la empresa de lencería y ropa interior femenina más grande de la ex Yugoslavia. Lisca todavía sigue en funcionamiento y exporta sus colecciones al resto de Europa del Este y Oriente Medio.
Quizás fueran los sensuales anuncios de lencería de Lisca los que inspiraron a Melania a convertirse en modelo profesional, pero lo cierto es que en Svenica ni ayer ni hoy se respira el lujo y el glamour en el que vive envuelta hoy la primera dama de Estados Unidos. El restaurante más grande de la ciudad, llamado Rondo, es un simple pizzería enganchada a una rotonda, donde los trabajadores almuerzan al sol viendo pasar a los camiones. No obstante, en el Rondo han tenido el detalle de dedicarle un postre especial en honor a la primera dama: el Melanija, una mousse de mascarpone y frambuesa sobre una base de galleta, que exhiben con orgullo en el frigorífico del restaurante.
Más allá del Melanija, los platos estrella del Rondo son las especialidades balcánicas, como la Pljeskavica, la hamburguesa serbia, que se sirve con cebolla y paté de pimientos rojos, la sopska salad o las famosas cevapi, salchichas de cordero típicas de Bosnia. También hay pizzas de todo tipo, que en Eslovenia se degustan con kétchup.
A medida que los trabajadores vuelven al trabajo, la terraza del Rondo se va vaciando. Solo quedan dos amigas con el pelo teñido de rubio platino que toman café durante horas, haciendo gala del kavana, una tradición heredada de turcos y vieneses, y que consiste en pasarse horas charlando en un café. De fondo se oyen las campanas de una iglesia destartalada en la cima de una colina.
Al terminar la secundaria, Melania abandonó Sevnica para estudiar Diseño y Fotografía en la capital, Ljubjana, pero nunca terminó la carrera. Prefirió dedicarse a su carrera de modelo y la jugada le salió bien: en 1992 quedó finalista en el concurso “Look of the Year” organizado por una revista local, Jana Magazine, y de allí pudo saltar a Milan, y después a Nueva York.
Al menos durante un breve tiempo, Melania disfrutó de la vida de estudiante en la capital de Eslovenia, una apacible ciudad medieval de calles peatonales y arboladas que bordean el río. En primavera, las terrazas se llenan de jóvenes tomando una copa de vino o el famoso aperitivo italiano, Aperol Spritz, acompañado de unas chips.
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"Ljubljana es la capital más segura del mundo", dicen las guías de la capital. Lo cierto es que la capital de Eslovenia es un reflejo de calma y tranquilidad, una mezcla equilibrada entre el orden del imperio austrohúngaro- que dominó esta región durante casi dos siglos – y la simpatía de la cultura italiana. Trieste, uno de los principales puertos del imperio austrohúngaro hasta que fue recuperada por Italia, en 1918- está a tan solo una hora de coche.
La influencia de Italia se respira en todos los rincones: desde la costumbre del aperitivo, hasta la abundancia de heladerías o los platos de pasta y pizza en los menús de los restaurantes. En la calle, los carteles están escritos en dos idiomas, italiano y esloveno, igual que en Trieste. Dos ciudades hermanas a lo largo de la historia, hasta que el destino decidió que una se quedara en Italia y la otra quedase aislada en la Yugoslavia comunista. Veinticinco años después, vuelven a estar en el mismo terreno de juego: la unión Europea.
En los escaparates de las librerías de Ljubljana es fácil encontrar traducciones al esloveno de los grandes escritores q vivieron en la vecina Trieste: James Joyce, Italo Svevo, Claudio Magris, Umberto Saba. Este último, uno de los poetas más representativos de la literatura italiana moderna, pasó su infancia y parte de su juventud viviendo con su niñera, una campesina eslovena, a la que inmortalizó en varias de sus obras con el nombre de Peppa.
Eslovenia también tuvo su gran poeta, France Prešeren, nacido en 1800, cuya escultura domina el centro de la capital, como si fuera un héroe nacional. Prešeren escribió el poema titulado Brindis que luego sería adoptado como el Himno Nacional de Eslovenia:
La vendimia, amigos / para animar nuestras venas /nos trae un dulce vino /que pecho y ojos alegra/que apaga las penas/ y enciende la esperanza!
Vivan todos los pueblos/que ver el día anhelan,/ brille el brillante sol,/que ponga fin a las guerras,/sean libres los hombres, con el prójimo apacibles!
Vivan todos los pueblos, escribe Prešeren. El imperio austrohúngaro fue un gran ejemplo de convivencia de múltiples culturas: en Trieste y Ljubljana convivían alemanes, eslovenos, austriacos, italianos, húngaros, judíos emigrados de Grecia, gente de los Balcanes… La segunda guerra mundial estropeó esta diversidad, pero no borró del todo su huella. Solo hay que observar las costumbres de sus gentes.
Poco puede hacer Trump y los partidos nacionalistas europeos para ocultar el placer que produce pasearse por Ljubljana y ver sus calles llenas de jóvenes vestidos a la italiana, los estudiantes llenando las salas del teatro de estilo vienés, las panaderías balcánicas vendiendo bureks recién hechos. La cultura de un país se enriquece con la diversidad, y sino, que se lo pregunten a Melania, que habla seis idiomas – inglés, francés, italiano, alemán, esloveno y serbo croata- nació en un país comunista y ahora vive en la capital del capitalismo.
A una hora y media en coche de la capital, en dirección al norte, aparecen los Alpes Julianos, que en primavera son un espectáculo de luz y color. Los picos nevados asoman entre valles verdes y profundos, como el que emplaza el pequeño pueblo de Bovek, un enclave ideal para los amantes del senderismo y el turismo de montaña.
"Los turistas más comunes son los alemanes y los austriacos y después los americanos" explica el dueño del hotel Dobra Vila, en Bovek. El hotel, una antigua villa del siglo pasado con unas vistas preciosas a la cordillera nevada, fue en su día la sede de amplificadores telefónicos que unían la línea entre Trieste y Viena. El pueblo está muy cerca de la frontera con Italia y está rodeado de varias fosas comunes donde hay enterrados decenas de soldados fallecidos en la Segunda guerra mundial. La especialidad gastronómica, por supuesto, es la trucha de río, y tambien una especie de frittata con queso y bacon, con las calorías suficientes para resistir el más crudo del crudo invierno.
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