Cada vez que Kanye West lanza un álbum “amenaza” con presidir U.S.
El rapero padawan de Trump quiere superar a su maestro, ¿qué privilegios existen además de la raza?
Un combate entre la luz y la oscuridad, o simplemente una broma cansina que a fuerza de ser repetida nos acabamos tomando en serio. El rapero mejor pagado del mundo, Kanye West, anunció el pasado sábado en sus redes sociales que se presentaría como candidato a la presencia de Estados Unidos para desbancar a Donald Trump con intención de crear su God’s country, que es también el título de su nuevo álbum, que se lanzará en breve.
“Ahora debemos cumplir la promesa de Estados Unidos al confiar en Dios, unificar nuestra visión y construir nuestro futuro”, tuiteó West.
Algo bastante imposible, sobre todo porque a cuatro meses de las elecciones presidenciales no llegaría a tiempo para cumplimentar el papeleo y las ternas de candidatos independientes ya están cerradas en muchos estados. Sin embargo, tiene otro disco en marcha, un primer acólito -Elon Musk- y un mensaje divino que, hasta la eclosión del movimiento Black Lives Matter, puso al servicio de Trump, al que definió en una visita a la Casa Blanca en 2018 como una fuente de “energía masculina” y otro “dragón” como él.
El rapero, que recientemente donó 2 millones de dólares a las familias de George Floyd, Ahmaud Arbery y Breonna Taylor, parece tomarse la política en este país como un juego de esperpentos llenando titulares sobre sus supuestas ambiciones presidenciales cada vez que tiene un lanzamiento musical.
Lo hizo en los MTV Video Music Awards de 2015, donde anunció que se presentaría a las elecciones de 2020, y en enero del pasado año, cuando retrasó su “presunta” ambición política hasta 2024.
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Todo ello siendo agasajado y vitoreado por los Trump por sus éxitos de rap religioso, como Jesus is King, y regalando perlas envenenadas como que Dios lo salvó del demonio del Partido Demócrata, que a su vez pretendía, dijo West, lavar el “cerebro a la comunidad negra para que aborten a sus niños”.
Unas declaraciones que contrastan sobremanera con las de un conocido rapero blanco, Eminem, en cuyas letras siempre ha sido crítico con el racismo y la precariedad imperante en Estados Unidos, hasta llegar a ser un grano en el trasero del presidente Trump y los servicios secretos.
En un tiempo que nos obliga a ser conscientes de nuestros privilegios de raza y género, parece no tomarse en cuenta la tercera pata de activismos políticos como el feminismo interseccional: la cuestión de la clase.
Esa pata de la que cojea Kanye West desde su atalaya de oro macizo y que parece darle derecho a decir las mayores barbaridades amparándose en cierto halo de beatitud musical y que tiene más que ver con el populismo que con las justa reivindicaciones de una minoría a la que solo pertenece en parte. -West declaró hace unos años que los negros no tenían una cultura propia-.
Las opresiones son múltiples y complejas, y los discursos, sean del color y género que sean, los carga el diablo. O el marketing. O la posverdad. Pretender reducir la lucha a una cuestión de blancos y negros, subirse a ciertos a carros y no tomar la responsabilidad de un pasado calado en la cabeza, como la orgullosa gorra de “Make America Great Again” que lucía West en su visita a Trump, es maquillar la verdad. Otro sesgo histórico, como los que nos han traído hasta aquí. En tanto se siguen buscando culpables entre los muertos, hay más de un dragón que aspira, aunque sea en las redes, a la Casa Blanca.
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